Para Pascual y Angelita, la intervención del doctor Benito Vilar Sancho marcó la diferencia entre la vida y la muerte, mientras que para el cirujano fue un caso más de los muchos que recibía en la Unidad de Cirugía Plástica que dirigía (y fundó) en el Servicio Obligatorio de Enfermedad (el SEO, la Seguridad Social de la época), donde llegaban los enfermos más graves. «Los desechos de ruedo y tienta, cuando ya nadie se apañaba con ellos, nos los mandaban a nosotros» dice, muy expresivo, Vilar Sancho.

El encuentro entre el médico y el paciente estuvo cargado de emotividad. «Tengo muchos pacientes que me mandan felicitaciones en Navidad y regalos, pero esto lo ha superado todo. Esto sí que es un regalo, y no sólo para Pascual, también para mí», aseguró el médico tras la primera impresión y el abrazo con Pascual, según relata José Javier, el hijo que organizó el viaje y el encuentro.

La comida se convirtió en un corto camino donde los recuerdos fueron y vinieron en tropel, marcados por la angustia de la enfermedad, que hace aflorar lo mejor de cada uno. El médico, un clavo ardiendo para quien no sabe donde asirse.

Angelita, durante el ingreso de Pascual en el Ramón y Cajal, preguntaba permanentemente: «¿Qué tal está mi marido?». Y lo hacía tan seguido que Benito Vilar cuando se la encontraba por los pasillos, se adelantaba y repetía de carrerilla la cantilena.

Las vivencias chocaron contra el tiempo, al que suavizaron mordiendo sus aristas. El reencuentro sirvió también para vaciarse, para que cada uno contará su vida a borbotones. El doctor Vilar, octogenario con la vitalidad de un joven, confesó que su afición ahora es la cocina. Atesora una magnífica colección de libros de recetas. Lina, la mujer de José Javier, se comprometió a enviarle uno de la gastronomía de Zamora.

Al final del encuentro, todo estalla, también las lágrimas. Pascual, un hombre «recio», de la meseta más dura, se desnuda por dentro y llora como un niño. «Ahora sí que ya no volveremos a vernos», advierte Pascual al doctor, también muy emocionado. «No te preocupes Pascual, que arriba van los buenos y ni tú ni yo hemos hecho nada malo; seguro que allí arriba nos encontraremos».

Ya en Zamora, Pascual y Angelita celebran sus bodas de oro con la familia zamorana. El encuentro con el doctor Vilar ya es recuerdo, pero de los que no se olvidan nunca, de los que hacen carne.