Irene Gómez, Sogo

Soledad, libertad, silencio? las palabras retumban machaconamente en la mente de Teresa. Primero fue «Al otro lado de la ventana», después «La ironía de la liberta». El último libro, por el momento, no tiene título, pero sí un protagonista: Lucas; «un hombre de 44 años, más bien alto, de complexión fuerte, pelirrojo. Tenía la cara redonda como una naranja, salpicada de pecas de diferentes tamaños y formas...». La autora exprime los detalles, se regodea en la descripción. Lucas, esta vez también, es un solitario, ¿en busca de qué?. «Se va de la ciudad a un pueblo -«Libertad»- y allí encuentra lo que estaba buscando», explica la autora. «Se siente liberado de todo lo que le ataba».

Tere, Teresa Guerra Pino, vuelve a las andadas. En realidad nunca deja de escribir, borra mucho, destruye, cambia, recompone, va, viene? «Como es la jera que hace...», apostilla la madre, siempre pendiente de sus movimientos. «Escribo lo que se me ocurre y lo dejo ahí. Muchas cosas no salen a la luz». Entre tanta producción va quedando un poso que vuelve a fraguar en forma de un tercer libro. Esta vez serán relatos incardinados que fluyen en la mente de esta joven de 32 años, atrapada en un cuerpo incapaz debido a una parálisis cerebral, pero con una mente preclara e inquieta que la mantiene en constante rebelión.

Desde su pequeño reino de Sogo, Tere explora el mundo, al que se asoma casi exclusivamente a través de internet. «Es mi ventana, pero falla muchas veces. Cuando quiero abrir una página, pasan cinco o diez minutos y te dice que no. Me da mucha rabia», comenta posada sobre la colchoneta del salón de casa, donde vive con sus padres, Vicente y Angela, ya llenos de achaques. Cuando no está sentada frente al ordenador, su vida discurre ordenadamente, monótona puede ser la palabra. Y lenta, como sus movimientos. Algo de televisión; un paseo para que la de el aire, por la carretera del pueblo en la nueva silla de ruedas, mejor preparada para superar los baches del camino. Y vuelta a casa, a su pequeño mundo.

A su ordenador y sus escritos, que su amigo, «padrino» y autor perigüelano, Ramón M. Carnero, se encarga de revisar y corregir. Ambos andan ahora limando los relatos que conformarán la tercera obra de Teresa Guerra Pino, sufragado por el padre. Es la única forma de que pueda ver la luz. Aunque esto de la escritura le ha dado su primera alegría con la reedición de «Al otro lado de la ventana». «De vez en cuando piden algún libro», y así se agotó el primer lanzamiento, que salió a la calle con 500 ejemplares. Estimulada por ese «premio», Tere vuelve a intentarlo. Puede que el nuevo libro vea la luz el próximo verano, si decide cuáles serán los derroteros de «Lucas», un abogado comido por el trabajo y los papeles, inconformista. «Estaba y se sentía terriblemente solo», describe la autora en lo que todavía es un borrador.

¿Qué le preocupa a una joven limitada por su enfermedad, por un entorno duro?». «Mi futuro», responde resuelta. La ausencia de los padres, hoy por hoy sus muletas. «Me gustaría hablar con otras personas, pero no tengo cómo».

Dificultades que llegan a ser obsesivas para quien desde niña ha tenido que luchar duro por llevar una existencia mínimamente digna. «Estoy bien, lo que no llega es el transporte para poder ir a Zamora a hacer rehabilitación». La petición es machacona. Tere quiere vivir en el pueblo, con sus padres. Residencias, ni hablar. Ya tuvo una experiencia desagradable. «No la gustaba porque los otros estaban muy mal y como ella tiene la cabeza bien...», explica la madre con su asentimiento. «No quiero que me encierren porque no estoy mal de la cabeza», sentencia Tere.

Es la parálisis cerebral la que invalida un cuerpo cada vez más pesado, que no la mente. «No lo entienden, no puedo tomar ninguna decisión por mí misma, es mi padre el que debe responder de todo. Con la huella digital yo podría firmar mis propios papeles. Qué va a pasar el día de mañana cuando mis padres no estén». Los obstáculos se repiten. Eso sí, ha conseguido una ayuda a través de la Ley de Dependencia (la máxima con una dependencia de grado 2 nivel 3), aunque eso haya supuesto que la madre perdiera la que recibía. «Esto es un cuento, mi madre es la que se ocupa de mí, me da de comer, pero ella y mi padre también necesitan ayuda». Con la suya, una señora acude de lunes a viernes durante dos horas por la mañana.

Tardó en llegar pero llegó. Más de medio año de papeleos y algún mes adelantando el dinero hasta que la situación se ha normalizado.

¿Por cierto, cómo terminará el libro, tendrá un final feliz?. «Y por qué quieres un final feliz», responde con asombrosa sinceridad, casi cortante. Va a ser que no, piensa una. Tiene los pies en el suelo., «y todo el cuerpo», responde mostrándose así misma desde su rincón en la sala de estar, sobre la colchoneta. Su asiento y su trono.