José Luis Miranda ex párroco de Rabanales de Aliste ha sido trasladado a Toro y Tagarabuena. En su despedida hace una reflexión sobre la comarca y su labor evangélica.

—¿Cuándo llegó a las Tierras de Aliste y donde ha ejercido?

—A comienzos de octubre de 1998, casi once años, aunque parece que fue ayer. El primero, que llamamos año de pastoral, hasta que fui ordenado sacerdote en septiembre de 1999, estuve ayudando a Teófilo Nieto Vicente en los pueblos que ya atendía desde San Juan y en los nuevos que había dejado Pablo Cisneros desde Sejas, que también le fueron asignados a él. Fue un año muy bonito en el que fui empezando a valorar la bella realidad de Aliste. En aquella época también iba por las mañanas a echar una mano en la residencia de Cáritas de Alcañices. Una vez ordenado, fui nombrado párroco de San Vitero, Sejas, Viñas, San Cristóbal, San Blas y Vega de Nuez, y continué viviendo en la casa parroquial de San Juan junto con Teo. En julio de 2005 fui nombrado párroco-moderador de Rabanales por el Obispo de Zamora Casimiro López Llorente y encargado "in solidum" con Teo de las parroquias de Grisuela, Lober, Matellanes, Mellanes, Tolilla, Ufones, San Vitero, Sejas, San Cristóbal, San Juan, El Poyo, Tola, Ribas y Rábano.

— Tierra acogedora, de gentes sencillas, con muchos valores, entre ellos la religiosidad. ¿O no?

— Eso es cierto y yo lo he podido comprobar en mis propias carnes desde el principio. El alistano es una persona que se hace querer y te demuestra también su cariño en muchos detalles del día a día, con su casa siempre abierta, y con los productos de su huerta siempre a disposición, entre otras cosas; regalos que te hacen desde el corazón, y que nunca sabes agradecer del todo. Entre sus muchos valores destaca la religiosidad, aunque eso ya va cambiando desgraciadamente entre las generaciones más jóvenes. El alma del pueblo alistano está llena de muchas cosas, y entre ellas está su forma de sentir, vivir y expresar la fe a lo largo del año; algo que tienen que aprender a integrar bien en los tiempos que vivimos para acertar a personalizarla y actualizarla, y que no sea sólo algo afectivo o estético o residuo del pasado, sino real y comprometida en el vivir diario, en la familia y con los vecinos, y acorde con los nuevos tiempos, por ejemplo, ante la realidad de las nuevas unidades de acción pastoral.

— Muchos religiosos han salido de tierras alistanas ...

—Hay muchos y buenos religiosos alistanos a lo largo y ancho de nuestro mundo que han realizado y siguen realizando su tarea evangelizadora allí donde la Iglesia los envía, que siempre que pueden vuelven aquí a su tierra, para empaparse bien de sus raíces y disfrutar un poco de sus familias. Son el recuerdo permanente de una Iglesia que siempre tiene que ser misionera. Pero además no vienen sólo a descansar, aunque se lo merecen, sino que siempre que pueden echan una mano los días que permanecen entre nosotros. La vida cristiana de un religioso o una religiosa nunca tiene «vacaciones». Quiero recordar no sólo a los religiosos autóctonos, sino también a los buenos curas y religiosas que han pasado por aquí, dejando la semilla de su buen hacer en Aliste y tener presente a los pocos que aún quedan, y que necesitan todo el apoyo y el cariño, en estos tiempos de creciente sequía vocacional.

«El bienestar no sólo consiste en tener los servicios cubiertos, debe haber más cosas »

—A «La Raya» le cuesta mucho subir al tren del progreso y tener fe, en Dios y en los hombres que rigen los destinos de las instituciones. ¿Hay solución?

—Esas son palabras mayores, que más quisiera yo que saber la solución. Recuerdo un comentario en el que se preguntaba su autor: «¿Qué desarrollo cabe esperar de tanto mini-cipio como hay en Zamora?. Caben todos los alistanos en dos pueblos no muy grandes. Así podrían tener servicios decentes y se podría pensar en vivir en ellos». Me parecieron entonces y me siguen pareciendo ahora, palabras despectivas. Cada pueblo por pequeño que sea tiene su historia, y las personas que viven en el saben que ahí están sus raíces y se sienten orgullosos de ello. Aunque haya muchas cosas mejorables y haya que seguir luchando y trabajando por ellas, la «buena vida» de un pueblo es más que tener todos los servicios cubiertos. Aunque lentamente, el progreso se va dando, y hay «cosas del progreso» que no deberían haber llegado nunca.

—¿Alguna persona le ha sorprendido en Aliste por su labor social, humanitaria y cultural?

—Teo, mi compañero durante estos once años, es una persona que siempre ha estado preocupada por esta tierra y sus gentes: cuidando el desarrollo integral que aúna lo religioso, social, cultural y humanitario. Su implicación en la marcha del Instituto de Alcañices desde su labor de docencia; el acompañamiento de los jóvenes desde el Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos y su tarea en la Cáritas Arciprestal son sólo ejemplos del buen hacer que viene desarrollando en Aliste.

«Quizás en esta tierra se echa en falta cierto sentido de la reivindicación»

—¿Qué es lo que más le ha sorprendido de Aliste, tanto en positivo como en negativo?

—Son tantas las vivencias a lo largo de estos años que es difícil quedarte con algo en concreto pero. Me gustaría valorar positivamente la figura de la mujer alistana, especialmente por su capacidad de trabajo. Pienso que son los auténticos puntales de la casa alistana y de la vida social de los pueblos. Y creo que porque ellas están ahí, al pie del cañón, Aliste es un buen lugar para vivir y tendrá futuro. Y si quieres que diga algo negativo, señalaría dos actitudes de la gente alistana, aunque se podría generalizar más, como el fatalismo y el pesimismo, aquello del «siempre ha sido así», «¿para qué vas a hacer nada?». Se echa de menos un poco más sentido de reivindicación y de protesta ante cuestiones necesarias, y de confianza en sí mismos.

—Valores endógenos, ancestrales y de ahora, cultura material e inmaterial, gastronomía, paisajes, arquitectura. ¿Qué es lo que más le ha atraído?

—Cuando llegué a Aliste hace casi once años prácticamente desconocía lo que era esto, y por supuesto he podido vivir muchas cosas nuevas para mí y disfrutar de ellas. Son cosas sencillas como aprender a comer la buena carne alistana, ir a recoger castañas al campo, ir a buscar leña al monte, sentarte después alrededor de la lumbre para calentarte en el invierno, el café portugués de puchero y las comidas hechas en el pote. Y recuerdo con especial cariño las obras de teatro en San Blas, en San Juan o en San Vitero. Las excursiones o peregrinaciones arciprestales, las pastoradas de la Navidad y los días tan especiales de la Semana Santa.