Seres andróginos que flotan en un mundo irreal, figuras inquietantes que se mueven sin sostén en una atmósfera manchada de grasa. Los cuadros de Nuria Rabanillo (Mombuey, 1967) están reñidos con la indiferencia. Su exposición en la Monserrat Contemporary Art Gallery de Nueva York no es una más. Supone descubrir el telón de un cosmos interior donde colores e ideas se imbrincan componiendo un horizonte donde late la vida, aunque sea una vida apagada por la modernidad ocre, esa que nos ventea a todos y nos lleva de aquí para allá.

La muestra de la pintora sanabresa en Chelsea, que se mantendrá abierta hasta el 18 de abril, no está pasando desapercibida ni para la crítica ni para el público. Sus seres calcados, clonados hasta la saciedad, son un reflejo de nuestra existencia que sólo se entiende bajo el concepto ambiguo de lo colectivo y la muerte de la individualidad. O sea, todo lo contrario de lo que transmite la artista: singularidad y sello propio.