Asturianos.- Es junio, por fin el alba ha despuntado en un día nebuloso. Al filo de las ocho de la mañana los ganaderos y sus ayudantes están preparados para la hazaña que les ocupará todo el día y buena parte del siguiente. Como cada año, y así desde hace más de dos décadas, los hermanos Ovelar -Pedro y Francisco Javier- se disponen a trasladar casi cuatrocientas reses de ganado vacuno desde Asturianos hasta las altas sierras de Puente Porto, en la Segundera primera.

La ganadería más numerosa de la zona protagoniza la trashumancia en busca de los nutritivos pastos de altura, que aprovecharán durante el estío hasta finales de octubre, cuando bajan de nuevo coincidiendo con las primeras nieves. Los hermanos Ovelar, como otros ganaderos de la zona o los churreros alistanos, conservan una tradición pecuaria en vías de extinción; todo sea por el bienestar del ganado, que encuentra en la sierra de Porto pasto y agua en abundancia.

Desde diciembre hasta mayo, parte de la cabaña ha estado en la provincia de Cáceres, invernadero tradicional del vacuno que años atrás se embarcaba en el tren desde la Estación de Puebla y ahora lo trasladan en camiones. Ya de vuelta pastorea en el monte de roble y pastos que comparten Asturianos y Entrepeñas, para asentarse durante el estío en las nutritivas praderas de la Alta Sanabria. «En la montaña están todo el verano porque no tienen problemas de agua ni de pasto, es abundante. Y además, aquí lo dejan descansar y cuando vuelven en el invierno se lo encuentran mucho mejor, más reservado. Si estuvieran aquí (en Asturianos) todo el verano, no habría comida para ellos», explica Pedro. Las vacas encuentran un verdadero "parador" en las áreas de agostada portexas, por eso es como si cada año intuyeran el periplo estival en busca de alimento fresco y nutritivo. «Ellas bien saben a donde van», comenta el ganadero mientras dirige a las reses por la cañada.

Y a juzgar por su comportamiento, así lo parece. Cuando a las ocho de la mañana, la comitiva humana acude a agrupar al ganado, vacas, terneras, bueyes y toros emprenden un ordenado camino desde donde quiera que se encuentren entre las cuatrocientas hectáreas de monte por las que se mueven holgadamente. «Estos animales hacen una labor impagable en el monte, lo tronchan, lo limpian, lo trillan, comen la hierba... Hacen una poda ecológica fenomenal. Aquí no hay incendios», comenta un forestal.

El pitido del tractor, arrastrando un remolque con paja que se va esparciendo por el campo, constituye un efectivo señuelo al que acuden, mansos, los animales hasta concentrarse en la pradera de "Los Lagonallos", punto de partida del viaje hasta la Alta Sanabria. «¡Pero cuánto saben!», apunta uno de los testigos de este ejemplar movimiento pecuario. «¡Qué bien educadas las tienen, ni que les pusieran caramelos a la puerta!», apostilla un guarda forestal entusiasmado con la estampa. «¡Desfilan tipo legión!».

Los preparativos para la trashumancia comienzan días antes, cuando los ganaderos hacen la selección de las reses aptas para la trashumancia. Este año han apartado 25 vacas recién paridas y algún semental que tampoco aguantará el camino. Se ha preparado a la caballería para los dos días de viaje, con un recorrido de unos cuarenta kilómetros siguiendo la cañada sanabresa. Su cometido comienza con el reagrupamiento de las vacas. Cinco hombres a caballo se dispersan por los cinco puntos cardinales del monte, otros a pie o en vehículos escudriñan los rincones para que ninguna se despiste. Asoman la cabeza entre la espesura del robledal y se van sumando a la procesión. Casi todas acuden obedientes al encuentro en el prado, excepto un grupo de ratinas -más nuevas y menos expertas en estas lides- que necesitan ayuda para sumarse a la manada. En apenas tres horas, los ganaderos y sus voluntariosos ayudantes consiguen el objetivo del reagrupamiento. ¿Están todas?. «Parece que sí», contesta uno de los ganaderos. Les esperan cuarenta kilómetros por delante a través de la cañada que recorre de sur a norte la comarca hasta que se interna en las altas sierras de Porto. «¡Venga la vaca, venga, vámonos. Vamos, los bueyes!», grita el mayoral.

Es el momento de salir. Pedro Ovelar, a lomos del caballo, se coloca al frente de la expedición; otros caballistas, entre ellos su hermano Francisco Javier y su hijo, controlan los laterales evitando que el ganado se salga de la cañada y varias personas arrean a las reses a pie cerrando la manada y garantizando que ninguna quede atrás. Nada más de abrir la cancilla, mala suerte. Dos terneros se han vuelto y han retrasado la salida, así que no queda más remedio que ir a rescatarlos porque «van las madres y en cuanto se den cuenta de que las crías no las acompañan, se van a volver a por ellas», explica Pedro mientras retiene al resto del ganado hasta que estén juntas otra vez.

La marcha se reanuda siguiendo la cañada real sanabresa por cordeles y veredas, a rompemonte y en ocasiones cruzando carreteras y pueblos, los momentos más complicados «porque las vacas no están acostumbradas, la gente sale a mirar y espanta a las vacas. Es una pena, pero a veces no se colabora y eso nos complica las cosas. No importa que se mire, porque además esto llama mucho la atención, pero no hay necesidad de incordiar al ganado», se lamenta uno de los vaqueros. Ocurrió en Sampil, donde salió una persona con un perro y echó a las vacas para atrás, formándose un pequeño barullo que rompió el ritmo. «Cuando la gente se quiere meter encima nos desmorona un poco la organización».

A lo largo del recorrido diferentes ecosistemas salen al paso: poblados bosques de roble, castaños o abedulares; un enlace de paisajes este año avivados por una primavera muy lluviosa que ha puesto el ecosistema a flor de piel. Se mire hacia donde se mire emerge el tapiz de colores: amarillo de la genista, el morado del cantueso, el blanco del brezo, la escoba.... Una corza con su cría sale de estampida cuando escucha el esquileo y el mugido de las vacas. Dos lavanderas boyeras se aposentan en el prado impertérritas ante todo el movimiento pecuario, el aguilucho que levanta el vuelo, las cigüeñas...

Un cambiante día de primavera, resplandeciente y en ocasiones tormentoso, acompaña a los trashumantes desde Asturianos, atravesando el monte de Palacios hasta la venta de Remesal, cruzando la carretera nacional. Para ello está avisada la Guardia Civil, que corta el tráfico y da paso a la cabaña. El ganado prosigue por la cañada hacia Otero de Sanabria, Triufé, Castellanos y Sampil hasta el descansadero del Monte Callejones. Lamentablemente el cordel aparece intrusado en varios tramos, dificultando el tránsito del ganado que de repente se puede encontrar un camino lleno de maleza, invadido o con un vallado que trastoca por completo la trashumancia. Aún así, se sigue adelante, la manada cruza El Puente -uno de los puntos más complicados porque «hay mucho asfalto, señales, vallas... y al ganado no le gusta, no está acostumbrado»-, Ilanes y Quintana, donde las reses hicieron noche en un cercado al cuidado de vaqueros. Un viaje de estas características no está exento de sorpresas. Después de librarse de la temida tormenta, la anécdota la protagonizó una vaca que, fuera por el trajín u otra razón, de forma inesperada se puso de parto en mitad de la noche. Allí fue convenientemente atendida pero, lógicamente, no pudo continuar y, una vez recuperada, fue trasladada a la explotación de Asturianos.

El domingo, a las 7 de la mañana se reanudaba el camino pasando por Peña de la Torre, la Fuente de los Gallegos y fin de trayecto en Puente Porto, un hermosísimo paraje junto a la presa. «En cuanto sales de los pueblos y te metes en la sierra es mucho más fácil, las vacas van fenomenal». Y así fue, con la excepción de una mayor que se cansó, quedó rezagada y, a su ritmo, llegó ella sola el lunes por la mañana. El resto se asentaba hacia las tres de la tarde del domingo, 10 de mayo, en las imponentes dehesas de la alta montaña donde las vacas acostumbran a pasar el verano. «Lo importante es que todo ha salido bien», comenta Pedro Ovelar, sabedor de que la ganadería que comparte con su hermano pasará un verano en las mejores condiciones. Allí estarán hasta septiembre u octubre, cuando los primeros fríos den la señal de alarma de la vuelta. Para esa época se habrán renovado los pastos de Asturianos y estarán aptas las áreas de invernada. Así, año tras año. No se sabe hasta cuándo.