Con gran agradecimiento y con la humildad de un aprendiz que nunca sacia su curiosidad, el sacerdote carmelita salmantino Teófanes Egido (Gajates, 1936) recibió la noticia de su elección, por unanimidad, como Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades 2020, un galardón que recibirá junto al resto de premiados hoy en Frómista, Palencia. En su fallo, el jurado le reconoce como “uno de los grandes maestros de historiadores de Castilla y León”, gracias a su “permanente y brillante dedicación a la docencia e investigación histórica”. Catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Valladolid hasta su retiro en 2001, el Ayuntamiento de la ciudad le nombró entonces cronista oficial de la villa, cargo que desempeñó hasta su renuncia voluntaria en julio de 2018. Destacado especialista en el siglo XVIII, su labor se ha asomado también a otras centurias, y es reconocido como uno de los primeros cultivadores de la Nueva Historia Cultural y de la llamada Historia de las Mentalidades.

–¿Cómo valora la actual crisis de las Humanidades en el sistema educativo español?

–Se ve de otra manera cuando estás en el ejercicio como profesor y cuando han pasado ya bastantes años. La propia Universidad y sus métodos han cambiado mucho, pero la actual crisis de las Humanidades me parece que es una especie de desastre histórico, sobre todo viendo hacia dónde se encamina todo, que no es a la reflexión, a la lectura, al pensar y al juzgar, sino hacia otros métodos mucho más técnicos. No digo que lo técnico sea malo ni mucho menos, pero para la formación humana, para la visión del mundo y de los demás, desde mi punto de vista no ayuda precisamente aunque tiene otras cosas muy positivas.

–Se suprime la Filosofía del currículo educativo, se devalúan las antiguas Ciencias Sociales, se dispara la falta de comprensión lectora... ¿Hacia qué tipo de sociedad caminamos?

–Te agradezco la pregunta porque yo mismo me la he hecho también, pero no sé hacia dónde caminamos. Vamos hacia una sociedad donde no se leerán libros, en la que todo lo que se refiere a las Humanidades tendrá muy poquita importancia. Se aspira a que sea una sociedad técnica, de tecnicismos… Al prescindir de lo que ha sido soporte secular del hombre nos encaminamos hacia una desgracia intelectual, que quiere decir también humana y social, pero me pregunto si no estaré simplemente juzgando como un simple viejo.

–Estamos en medio de una crisis sanitaria mundial. Como estudioso del pasado, ¿encuentra algo que nos pueda permitir afrontar con optimismo esta situación tan extraña en la que estamos inmersos?

–Es una situación tan extraña, tan anacrónica… Los historiadores, cuando nos metemos a profetas, siempre nos equivocamos. Pensando en el pasado y en estos territorios de Europa occidental, siempre afirmábamos que las pestes, o sea lo más parecido a esta pandemia que estamos sufriendo, habían sido superadas ya en el siglo XVIII y que no volvería a haberlas; que habría otras cosas pero muy distintas a las pestes anteriores. Y ahora nos hemos encontrado con algo que nos ha dejado desarmados. Entonces se acudía a los escasos medios que había, y no se temía tanto a la muerte porque se estaba familiarizado con ella. Antaño, cuando se encontraban ante situaciones de peste, acudían a sus propios remedios; el definitivo era el de las rogativas, algo que a nosotros indudablemente nos hace sonreír, pero entonces era la mejor ayuda que podían recibir. A los médicos y a los curas, considerados los más necesarios, se les obligaba a quedarse en las ciudades, que eran las más azotadas. La situación era muy distinta y no se contaba con los medios que afortunadamente tenemos hoy.

–Vivimos un momento de especial auge de los nacionalismos. ¿La UE tal y como está planteada actualmente es una entelequia?

–Con todos los fallos que puede haber, la Unión Europea es un auténtico progreso y una situación nueva que hay que agradecer. Nos permite formar parte de un conjunto de naciones, cada una con sus peculiaridades, pero que pueden tener una política fundamentalmente dirigida al bienestar, o a frenar un poco el malestar de los ciudadanos. Siempre habrá divisiones, pero eso de pensar por ejemplo que Francia y España iban a estar unidas en la lucha con la pandemia o en otros objetivos parece increíble… (Ríe). Hay que agradecer mucho. Es un auténtico progreso, lo cual no quiere decir que se haya logrado por completo. El caso de Inglaterra no tiene que extrañarnos tanto porque siempre ha sido un verso suelto.

–¿Cuándo comenzó su romance con la Historia, una de sus grandes pasiones?

–Es algo casi connaturalizado. En mi infancia se daba muchísima importancia a la Historia. Ya desde la escuela, desde los ámbitos rurales, en los colegios, se valoraba muchísimo el pasado; a todo el mundo le sonaba aquello de los Reyes Católicos, la Reconquista, la guerra de la independencia y otros acontecimientos que habían marcado el pasado.

–¿Cuándo despertó su vocación para estudiarla?

–Desde niño, el maestro de la escuela nos hablaba muchísimo de la Historia y nos hacía aprender romances y eso ya le ayuda a uno... Después ya me enganchó que en estudios superiores, en la carrera para sacerdocio, había que estudiar cinco años de Teología y la Historia Eclesiástica. Era un poco anticuada, pero con buenos profesores. Al acabar había que optar por otra carrera civil. Yo quería hacer Idiomas (Lenguas, como se decía entonces), que es lo que me gustaba, pero el superior me dijo: ‘No, vete a hacer Historias a Valladolid’. Y de ahí me viene. Tuve profesores muy buenos, y luego ya la investigación se va dirigiendo.

–¿Cómo vive el fenómeno de la despoblación alguien que pasó su infancia en un pequeño pueblo de Salamanca?

–Con mucha pena. Cuando va uno al pueblo y ve que en invierno no hay nadie por la calle, aquello que estaba entonces tan animado, en los años 30 y 40… Ahora me da mucha pena al ver poquísima gente, solo mayores. No hay prácticamente niños, tiene que pasar un coche de línea a recogerlos para llevarlos a otros núcleos como Alba de Tormes o Peñaranda… Me afecta con tristeza.

–¿Cree que ese fenómeno es irreversible?

–Yo te diría que sí pero ya no me atrevo, porque con esta pandemia inesperada mi condición de historiador me ha enseñado que se pone uno a pensar en el futuro y se equivoca. No sé, la verdad.

–Ha dedicado buena parte de su vida a estudiar a figuras trascendentales para la configuración del pensamiento moderno como Lutero, Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Carlos V o Felipe II. ¿Cuál es la que más le ha fascinado y por qué?

–Santa Teresa. Por ella me hice fraile de su orden. Mi pueblo está a escasas leguas de Alba de Tormes, donde está enterrada. Me dedicado a su historia, a mirarla con ojos de historiador porque durante siglos se inventaron cosas en torno a ella, porque tenían que acomodar la vida de los santos a la idea que tenían en el siglo XVII y XVIII de la santidad.