En el convento de Santo Tomás, en Ávila, existe una capilla muy especial. Se encuentra en el lado de la epístola, a la izquierda según se mira desde el altar, y es la más próxima al presbiterio, la zona más sagrada del templo. La Historia ha quedado grabada en sus muros€ y en sus imágenes. Santa Teresa la frecuentó en busca de recogimiento, intimidad, consejo y confesión de los frailes dominicos. Pocos años antes tuvo lugar un momento clave para nuestro país, con los Reyes Católicos recién llegados a un trono desde el que se gestaría la España que hoy conocemos. Cinco siglos exactos después del nacimiento de la mística, el «milagro» ha vuelto a ocurrir. En la misma capilla en la que Teresa de Ávila acudía a confesarse.

En efecto, se acercaba el aniversario del nacimiento de Santa Teresa y los padres dominicos querían contribuir al homenaje que Ávila tributaría a la mística con la recuperación de un patrimonio singular, la imagen que ha presidido aquella capilla desde la fundación del templo: el Cristo de Santo Tomás. «Desde el año 1501 existe una bula que afirma que este Crucificado perdona los pecados. Hasta aquí acudían los padres de Santa Teresa y ella misma para confesarse». Son palabras de fray Pedro Juan, vicario de la provincia del Rosario de los dominicos y responsable del convento cuando se produjeron los «milagros».

El prestigioso historiador Manuel Gómez-Moreno siempre lo sospechó, pero nunca pudo probarlo. Ha tenido que pasar un siglo para que la firma de restauración a la que fue encargada la recuperación de la imagen demostrara con pruebas la atribución del Crucificado a un insigne artista: el mismísimo Gil de Siloe, maestro de los Reyes Católicos. «Me pareció que era de Siloe en cuanto iniciamos la restauración. Las técnicas utilizadas eran las mismas que el Crucificado del retablo de la Cartuja de Miraflores. Por eso, enviamos muestras del Cristo de Santo Tomás al mismo laboratorio que había analizado la escultura de la Cartuja, también de Siloe. El resultado fue sorprendente: la coincidencia en la composición y el material utilizado era absoluta», sostiene aún emocionada Virtudes Jiménez, restauradora de la firma Edolo, para quien el hallazgo ha sido «muy importante».

La atribución va más allá de conocer que Gil de Siloe también trabajó en Ávila: el Cristo de Santo Tomás la imagen «más evolucionada» del artista, pero también el último Crucificado antes de morir. Para probar el primer supuesto, Virtudes Jiménez ha comparado el inquilino del convento abulense con dos imágenes cronológicamente anteriores: el Crucificado de la capilla de Santa Ana, en la Catedral de Burgos, y el que preside la obra maestra de Siloe: el extraordinario retablo de la Cartuja de Miraflores. La conclusión fue que la «expresión» de la imagen demostraba esa «evolución» que se resume en una sola frase: «Tú lo miras y te duele verlo», describe Virtudes. «La otras dos imágenes están muy bien hechas, pero este es el que demuestra un mayor naturalismo», ratifica la especialista.

Por lo tanto, Virtudes Jiménez considera probado a través de las técnicas empleadas que el de Santo Tomás fue el último crucificado de Gil de Siloe. Para situar el descubrimiento «en un momento» y «en un lugar», la firma Edolo encargó a Juan Antonio Sánchez, doctor en Historia del arte en la Universidad Católica de Ávila, un estudio que reconstruyera el contexto en el que se gestó el Cristo de Santo Tomás. Y aquí se abre un inesperado relato coherente con la atribución a Gil de Siloe que nos lleva hasta el mismísimo trono de Isabel de Castilla.

«En cuanto empiezas a investigar el convento de Santo Tomás aparecen personajes fundamentales del momento histórico, como Tomás de Torquemada, prior en aquellos tiempos, confesor y consejero más importante de los Reyes Católicos», afirma Sánchez. «Te das cuenta -continúa el experto- de que entre la Cartuja de Miraflores de Burgos y el convento de Santo Tomás existió una relación muy estrecha: ambos fueron de patrocinio real, pues la reina Isabel estaba detrás».

Los datos, las fechas€ todo comienza a casar. Isabel había decidido convertir el monasterio de la Cartuja -«un edificio austero, recoleto y perdido en la meseta», describe el historiador- en panteón real, símbolo de la dinastía Trastámara a la que pertenecía y muestra de su posición de prestigio en la monarquía española. Gil de Siloe recibió el encargo de realizar los sepulcros de Juan y de Isabel, padres de la reina católica. El resultado: dos imponentes monumentos tallados en alabastro que todavía hoy no dejan de sorprender. Así que Siloe se ganó el derecho de terminar de decorar el templo con «la máquina más fastuosa del tardogótico español». Juan Antonio Sánchez habla del retablo de la Cartuja, construido en 1495, cuyo sagrario incorporó un ingenioso sistema de tambor móvil que muda las imágenes en función del tiempo litúrgico.

Viajemos ahora de Burgos a Ávila. En el convento de Santo Tomás se están cubriendo entonces las bóvedas y Pedro Berruguete, que hace varias tablas para la Cartuja, emprende la construcción del retablo mayor, que hoy se conserva parcialmente en el Museo del Prado. La ejecución de la sillería del coro también relaciona ambos templos€ Es decir, que el mismo equipo de artistas que trabaja en la Cartuja bajo el patrocinio real, lo hace en Santo Tomás de Ávila. Quienes hayan visto la serie de televisión Isabel -un popular método divulgativo- se darán cuenta de que Alfonso, infante de Castilla y hermano de Isabel, muere con tan solo quince años y recibe sepultura en la propia Cartuja. Tiempo después, el príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, también fallece muy joven, con 19 años. Su descanso eterno€ fue el convento de Santo Tomás. Los paralelismos resultan evidentes.

En el archivo del convento no ha aparecido documento alguno acerca del encargo o la adquisición de la obra por parte de los dominicos. ¿Es extraño? "Era bastante habitual que no existiera información. El concepto de patrimonio que tenemos ahora no existía entonces", explica Juan Antonio Sánchez. Pero las fechas parecen hablar por sí solas. La imagen de la Cartuja es inmediatamente anterior, de entre 1496 y 1499. Es decir, que Siloe habría tallado el Cristo de Santo Tomás muy cerca de 1500 y la única obra documentada de ese momento es el retablo de la capilla de los Condestables, de la Catedral de Burgos, que no pudo terminar. No hizo más obras. Gil de Siloe "desaparece de los papeles hacia 1504. La fecha de su muerte no está clara, como cualquier otro aspecto de su vida. Siloe es uno de los artistas más enigmáticos, no ya del siglo XV, sino de la Historia del arte", asevera categórico Sánchez. Es más, ni siquiera se llamó siempre así. En función de los documentos, aparece citado como Gil de Amberes o Gil el Sajón, apodos que sugieren (pero no demuestran) un origen extranjero o que simplemente son hombres "publicitarios" para asegurarse la clientela.

El proceso de restauración no terminó en la imagen. De la capilla fue retirado un "complicado" retablo de espejos y recuperó su impronta original, la misma en la que se ganó la devoción desde su misma instalación. No obstante, los dominicos aparecen siempre representados junto a la cruz porque "nuestra predicación se basa en la entrega que hay detrás de un crucificado", precisa fray Pedro Juan.

El antiguo responsable reconoce que "la vida no ha cambiado en el convento" pese al hallazgo€ Y eso que el quinto centenario de Teresa de Ávila ha traído otro más. "En la capilla siempre hubo un cuadro de Santa Teresa que representaba las muchas bendiciones que la mística había recibido allí. Durante muchos años hubo un cuadro de calidad inferior€ porque el original había desaparecido", reconoce el antiguo prior. "Buscando en los archivos caímos en la cuenta de que la pintura se llevó a otra provincia, con tan buena fortuna de que el convento de destino, el de Corias en Santander, se cerró y todo su patrimonio acabó en Caleruega (Burgos), la patria de nuestro padre santo Domingo". Cuenta fray Pedro Juan que allí dieron con el original y lograron la cesión de la obra de arte para restaurarla y devolverla a su capilla original. Era el segundo "milagro"... el mismo año que se cumplían cinco siglos del nacimiento de Santa Teresa. ¿Alguien cree en las casualidades?