Desde nuestra reclusión en casa durante la crisis sanitaria de la covid-19, hemos visto las aguas de los canales de Venecia volver a ser cristalinas, ciervos y jabalís paseando por las calles de las grandes urbes, delfines haciendo acrobacias muy cerca de la costa y a las ciudades despojarse de su habitual boina de contaminación. Muchos han querido ver en estas imágenes atípicas, la señal de que al menos la naturaleza saldrá beneficiada de la pandemia. Sin embargo, los ecologistas no son tan optimistas y explican que se trata de señales pasajeras que se revertirán en cuanto la maquinaria de la economía vuelva a ponerse en marcha sin dejar ningún efecto real sobre la salud del planeta.

- Durante el confinamiento las emisiones de CO2 se han reducido y hemos visto a la naturaleza recuperar parte de su terreno perdido. ¿Podemos considerarlo una buena noticia dentro de la catástrofe de la pandemia?

- No es más que un espejismo. Vegetación creciendo por todas partes, jabalís en las ciudades, delfines a pocos metros de la costa... Todos son signos automáticos del parón de la actividad humana, indicadores que apuntan la potencialidad en la recuperación que tiene la naturaleza, pinceladas de la naturaleza aliviada de la presencia humana. Pero estamos muy lejos de la recuperación, que veamos delfines no quita que tengamos océanos sobreexplotados, no quita la gravedad de la deforestación. Por eso digo que es un espejismo porque la regeneración de la naturaleza necesita años, no basta con unos meses, pero nos está lanzando el mensaje positivo de que es capaz de recuperarse rápidamente si la respetamos.

- ¿Todos los desastres naturales que estamos viviendo en los últimos tiempos (pandemias, incendios, huracanes, inundaciones...) tienen que ver con el deterioro del medioambiente?

- El ser humano es una especie más de las que habitan el planeta y nuestra actividad tiene efectos y consecuencias sobre él. El coronavirus ha sido un aviso del planeta por estar maltratándolo. Los estudios científicos muestran que la destrucción humana de la naturaleza y la biodiversidad está generando unas condiciones que aumentan la probabilidad de los brotes de enfermedades, pero nos cuesta mucho entender esa relación. Nos cuesta mucho enlazar la deforestación de los bosques tropicales con la transmisión de enfermedades como esta generada por el coronavirus. Si destruimos el hábitat de las especies animales y entramos en contacto con ellas estamos aumentando la probabilidad de que se produzcan pandemias. Sí, así es, todo viene de maltratar la naturaleza.

-¿Cuáles son las consecuencias de usurpar el terreno a la vida silvestre?

-Naciones Unidas avisa en el informe IPBES de que estamos ante la sexta pérdida masiva de especies. Se estima que cada día desaparecen 200 especies, entre animales, vegetales e insectos. Naciones Unidas también alerta de que tenemos 10 años para frenar las peores consecuencias del cambio climático. Al fin y al cabo estamos hablando de que no hay planeta B. Está muy dicha esta frase, pero es verdad, estamos agotando los recursos naturales mucho antes de lo que la naturaleza es capaz de reponerlos y, al final, lo que está en cuestionamiento es nuestra supervivencia como especie.

-Diez años es un plazo tan corto que asusta...

-Y sobre todo porque no lo dicen los ecologistas, sino que lo dice Naciones Unidas y su comité científico para el cambio climático. La vacuna contra las pandemias y otros desastres está en la naturaleza. La misma que hemos destrozado. Nuestra calidad de vida va en deterioro porque los índices de impacto de la crisis ambiental están ahí y tendrán también su efecto económico.

-¿Se corre el riesgo de relegar la emergencia ambiental con la excusa de la apremiante recuperación económica?

-Esta crisis del coronavirus nos ha enseñado que tenemos que salvaguardar la naturaleza, sin embargo, estamos viendo cómo en nueve CCAA se está rebasando la normativa medioambiental para salir de la crisis económica que ha generado esta pandemia. Se están reformando las leyes del suelo para permitir construir más, flexibilizando la normativa para rebajar las trabas y aligerar los permisos. En aras del progreso y de subsanar la crisis otra vez volvemos a poner por debajo las leyes ambientales, algo que ya vimos en la crisis del 2008. No aprendemos.

-¿Cree que el mayor beneficio de la pandemia para el entorno natural puede ser la toma de conciencia global?

-Desde Greenpeace, que llevamos décadas defendiendo el medioambiente, vemos el interés que hay en la población por entender qué está pasando en nuestra naturaleza para que estas cosas sucedan y para que cada vez vayan a más. La educación medioambiental es clave y aquí hay ahora mismo una doble disyuntiva: volver a la vieja normalidad que es la que nos ha llevado a esta crisis sanitaria o a una nueva normalidad en la que el medioambiente y los recursos naturales estén siempre por encima y que sean respetados a la hora de garantizar el desarrollo económico, porque está en juego nuestro futuro como especie en este planeta.

-¿Es usted optimista?

-Sí, porque por un lado tenemos esas viejas políticas, las de las reformas de las leyes del suelo y del ladrillazo, pero por otro también se está hablando de un nuevo acuerdo europeo, el Green New Deal, y dentro de la reforma de la ley del cambio climático se está hablando de primar las soluciones basadas en la naturaleza frente al desarrollo económico. Sí que soy optimista en ese sentido, lo que pasa es que hemos tardado muchísimo en reaccionar.

-¿Qué cambios le gustaría ver en la ciudadanía después de...?

-Al final estamos vendidos a los cambios políticos nacionales e internacionales que son los que van a llevar el timón del cambio, pero nosotros podemos exigir que se produzca. ¿Qué cambios me gustaría ver? Que no abandonemos lo que ya estábamos haciendo. Por ejemplo, durante la pandemia ha aumentado el consumo de plástico de un solo uso y, obviamente, no hablo del de uso sanitario que es absolutamente necesario para proteger sanitariamente a las personas. Estamos viendo también que vuelve a dispararse el consumo de envases, bolsas y otros productos de un solo uso, quizás por el miedo colectivo al contagio. No volvamos atrás, sigamos llevando nuestros propios recipientes o bolsas de tela al supermercado. Sigamos hacia adelante porque esos son los cambios que podemos hacer como consumidores y que se traducirán en políticas y en la transformación de la industria. La Unión Europea había fijado para el año 2021 el fin de los cubiertos, cucharillas, pajitas, bastoncillos y otros utensilios de un solo uso, que duran en la naturaleza 500 años. Ahora, debido al repunte de su consumo, ya se está hablando de extender ese plazo. El papel del consumidor es muy importante para promover y alcanzar esos cambios y no dar pasos atrás.

-¿Cree que es posible conjugar una economía próspera con un planeta saludable?

-En España, haciendo la transición energética se generarían 132.000 nuevos empleos en energías renovables. Así que no solo es posible conjugarlo, sino que es posible avanzar en el desarrollo económico y sobre todo a largo plazo. Si primamos la industria del ladrillo, que genera muy buenos dividendos a los ayuntamientos durante los próximos cuatro años, generamos desarrollo económico durante ese tiempo, mientras que si apostamos por un desarrollo sostenible y un nuevo modelo energético, los beneficios son a mayor plazo pero sí que es posible. Estamos convencidos de ello. Y además es necesario y urgente. Está en juego nuestra supervivencia.