Hace dos días Vic Barrett estaba sentado en el Congreso de Estados Unidos, testificando junto a Greta Thunberg y otros dos jóvenes activistas por el clima, con un mensaje urgente para los políticos de Washington: "Tienen que escucharnos, sabemos de lo que estamos hablando".

Este viernes, en el bajo Manhattan, el joven hondureño-estadounidense de 20 años quería volver a hablar a los políticos para exigir acción, no palabras, discursos o promesas, ante la crisis climática. Se mostraba convencido de que el presidente estadounidense, Donald Trump, "puede fingir que no nos ve, pero tiene imposible ignorar este movimiento". Sobre todo, no obstante, quería celebrar el éxito de la huelga global por el clima, un terremoto de hartazgo, reivindicación y promesa que se sentía en todas las esquinas del planeta y tenía uno de sus epicentros en Nueva York, la misma ciudad donde la ONU acoge dos cumbres del clima, la general el lunes y otra de jóvenes el fin de semana.

"Mira a tú alrededor", urgía Barrett en una breve entrevista en Foley Square una hora antes del arranque oficial de la manifestación, cuando la plaza ya se había quedado pequeña para el río humano de decenas de miles de personas que no pararía de fluir durante horas hasta acabar confluyendo en Battery Park, donde para cerrar las protestas estaba prevista la intervención de Thumberg. "Es increíblemente masivo. Es hermoso. Y aún nos queda dar un paso más, hacer todo lo que tenemos que hacer, pero esto le dice al mundo que la gente, los jóvenes, estamos prestando atención".

"El principio de la conciencia"

Es una realidad que emocionaba a John Olin, un septuagenario llegado desde Connecticut. "Es el día más feliz de mi vida", aseguraba tras charlar con Malachy y Sara, dos adolescentes que como 1,1 millones de estudiantes en el sistema educativo público de Nueva York habían recibido carta blanca para participar en la huelga. ""Los adultos no hemos sido capaces de lidiar con la crisis climática y pensé que nunca iba a pasar pero estos jóvenes son la voz de la vida, de la esperanza, de la energía. No están marcados por hábitos ni por doctrina. Y no importa si la gente en el poder les escucha o no, porque esa gente se irá pero estos jóvenes seguirán aquí. Son el principio de la conciencia. Y nos están diciendo que podemos hacerlo".

Olin aseguraba que iba a pasar el día "escuchando" a los adolescentes. Y ante ellos también se rendía Mark O'Neill, un hombre de 42 años que había llevado a Foley Square a sus gemelas de cuatro años y a su hijo de dos. "Mi generación, ya fuera por apatía, por desinformación o por el éxito que tuvo el otro lado, no tomó una acción colectiva como esta. Me siento culpable, rabioso, conmigo mismo y con esa generación mía, pero esta me da esperanza".

Se la dan personas como Chaya (animal en hebreo), que con solo 14 años mostraba su ingenio con una pancarta donde había escrito la palabra 'sexo' para llamar la atención y luego hablar de la urgencia de dejar de hacer daño al planeta. "He venido para tener un futuro, para poder vivir mi vida", explicaba. "He protestado antes, por los derechos de las mujeres, por la justicia racial... Pero el clima es todo. Hay que salvar esta tierra primero".

"Piensan que no sabemos nada pero sabemos todo", advertía también Chaya. Y es un discurso que repetían otros jóvenes como Jenna, Violet, Sienna y Meghan, llegadas desde un barrio Brooklyn que, como Barrett, vivieron en primera persona los efectos del cambio climático cuando el huracán Sandy impactó en la ciudad en 2012. "Estamos enseñando que no somos solo niños", decía Jenna. "Tenemos voz. Somos serios. Y no vamos a parar".