Es ya tiempo de reflexión para el deportista benaventano Iván Bragado, que analiza desde Benavente la aventura vivida este año junto a sus compañeros y amigos de Discamino que le ha llevado a recorrer 2.861 kilómetros en bicicleta adaptada durante 51 días. Su pasión por el deporte y su lucha diaria por superarse le hacen ser popular en Benavente, donde mucha gente le apoya para seguir adelante en cada uno de sus retos, aunque él asegura que en el día a día se siente solo porque no hay quien comparta sus mismas inquietudes.

–Ya hace unos días que finalizó el Camino de Santiago. ¿Cómo se siente ahora?

–Creo que todavía no me lo creo. Han sido muchos, muchos días y muchos kilómetros. Esta vez ha sido todo tan grande. Sobre todo, los recibimientos en los pueblos, y más en el mío que no me lo esperaba. Han sido muchas cosas para asimilar. Esto aunque lo hablemos, hay que vivirlo para saber lo que sentí en cada momento. La gente nos reconoce el esfuerzo, viene gente que te quiere, te dice cosas para darte ánimos. Cuando llegamos de hacer los 2.800 kilómetros de recorrido había compañeros de Discamino esperando en Vigo, familiares. Las sensaciones fueron muy bonitas. Los recuerdos también.

–Usted y Chema han logrado recorrer todas las etapas planteadas en este reto.

–En realidad éramos cuatro, Javier y Miriam que iban de copilotos y Chema Díaz y yo. Yo estaba convencido que lo iba a hacer porque había entrenado mucho, pero claro no es lo mismo hacerlo aquí o en la bici virtual que hacerlo subiendo montañas.

–¿Ha tenido momentos de bajones, supongo?

–Sí, claro como todo ser humano. He tenido momentos de bajones, como todo ser humano. Hubo un día en que Pitillas me puso con el piloto más débil, y me di cuenta de que éramos un equipo porque él me dirigía y hacíamos un buen tándem. Pitillas me lo dijo claro y me puso las pilas. No por hacer muchos kilómetros ni por hacerlos más rápido que los demás soy un gran deportista, sino porque formé equipo con el piloto más débil y él no hubiera llegado sin mí pero yo tampoco sin él.

–¿Ha tenido la oportunidad de conocer las historias de la gente, sus inquietudes?

–Sí, tantos kilómetros dan mucho de sí. Fuimos 21 personas en total y con muchos no había pedaleado hasta ahora, pero pude interactuar con ellos y conocerles mejor. Aquí en Benavente en el día a día estoy un poco solo porque no hay nadie como yo, tengo mucha gente alrededor pero esta gente de Discamino entiende lo que siento.

–¿Qué aspectos comparte o qué dificultades se encuentran en ese día a día?

–Tenemos la oportunidad de conocer cómo nos va la vida, cómo afrontamos retos de todo tipo que otras personas ni se plantean. Sigue habiendo muchas barreras para la gente que como yo tenemos que utilizar una silla de rueda o para discapacidades de distinto tipo. Yo hay días que me he quedado sin salir porque aunque los pilotos siempre estaban dispuestos, estábamos tres personas en silla de ruedas y dos para ayudarnos. Sé que en muchos momentos dependo de una tercera persona porque sigue habiendo muchas barreras y no quiero dar trabajo extra a nadie. Es una decisión mía, pero ellos siempre estaban dispuestos.

–Barreras arquitectónicas que se han encontrado en el Camino y que se trasladan también al día a día.

–Aquí, en Benavente, no dependo de nadie para ir en silla de ruedas porque tengo la silla eléctrica y porque ya sé por dónde no tengo que ir para no depender de nadie. Hay sitios por los que es imposible llegar hasta aquí. Pero cuando llevo la silla manual dependo de una tercera persona. He hecho el Camino de Santiago once veces. Y sí por la tele se ve todo muy bonito, pero la realidad es otra. Hay que vivirlo día a día. Nos encontramos por ejemplo con servicios para discapacitados que no los podemos utilizar. Por qué tiene la denominación si luego, por ejemplo no tiene barrera para poderte agarrar. No están adaptados como tal. Y a esto se suman otras dificultades como la falta de algunos servicios que se suponen que dan y luego no es así.

–Llevan un itinerario prefijado y está todo programado al milímetro. ¿Cree que sería posible lanzarse a la aventura en alguno de los tramos sin saber dónde os vais a alojar?

–Donde mejor nos movemos es en los pabellones. En los albergues es muy complicado. Hay literas, servicios no adaptados en la mayoría de los sitios y otras deficiencias que ya no tienen que ver con la discapacidad como calentadores que no calientan (dice riéndose). Hay que pedir que los albergues tengan un poco de calefacción que en alguna etapa hemos pasado un frío. Donde mejor estamos es durmiendo en el suelo, porque ahí las barreras desaparecen.

–Además de la calefacción, ¿qué otros aspectos reivindicaría después de este recorrido por el Camino de Santiago?

–Es muy difícil exigir nada. Los albergues son la mayoría antiguos por donde hemos estado y adaptarlos es complicado. Donde mejor estamos es en los pabellones por la amplitud. Después en el Camino en sí hemos hecho el recorrido por nacionales, por lo que no soy capaz de decir si la señalización del camino está bien o mal. Es algo en lo que no he reparado, la verdad, vamos sobre un programa preestablecido, todo previsto.

–¿Cuál es la etapa que más le ha gustado?

–Cada una tiene algo especial pero creo que la que más me gustó fue la de Lanjarón y la última. En esta hicimos 98 kilómetros y medio, yo de tirada. Estamos locos, pero es como a mí me gusta. Todos tenemos una disposición y una capacidad diferente pero, como decía Suso, no es importante llegar el primero. El importante es el último, que es el que marca el ritmo, somos un equipo.

–Un equipo de muchas personas poniendo de su tiempo libre para ayudarles en todo el recorrido.

–Las personas encargadas de la intendencia, todos los que no se ven son los importantes. Los que llevan la maleta, el avituallamiento, los que planifican la ruta. Muchos días cuando estamos cenando están planificando lo del día siguiente y luego son los primeros en madrugar. Es el trabajo duro de Discamino. Llevamos dos o tres furgonetas de apoyo.

–Como deportista que es, ¿seguirá preparándose físicamente?

–Hago series de 50 kilómetros todos los días menos los sábados. Si no salgo entreno en la bici virtual. Hay gente que me ayuda pero los que no fallan son mi padre el lunes, el miércoles a Modesto y el jueves a Carlos Blanco, que también está discapacitado y ya le he echado la bronca porque desde que me fui no ha vuelto a montar en bici. Hablamos mucho cuando vamos en la bici.

–Es entrenador de fútbol también, ¿está ahora entrenando algún equipo?

–Este año ha sido un año sabático. Mi intención es irme a vivir a Vigo o algún lado para no tener problemas de piloto. Por la mañana yo entrenaría con mi bici virtual y por la tarde haría kilómetros con ellos, con la gente de Discamino. No todo el mundo está preparado para esto, eso es así.

–Desde que le operaron del tumor han pasado ya once años. Visto con la perspectiva del tiempo, ¿han sido muchos los cambios?

–El 27 abril de 2010 me operaron. Y desde entonces han cambiado muchas cosas. Ha cambiado la vida de cómo la veía antes, no tiene nada que ver a cómo la veo ahora. Y ha cambiado no por la madurez, que podría ser el motivo, ha cambiado por la discapacidad. Te cambia todo, la familia, el entorno, el día a día. Pero hay que seguir adelante. Si yo me hubiera quedado sin hacer nada, porque por mí no daban un duro, hubiera estado hecho una piltrafa. He ido superando retos personales, además de los deportivos y aquí estoy. Es una pena no contar aquí con los profesionales adecuados que sí hay en otros sitios.