De un pasatiempo, Yolanda Andrés, originaria de Cubo de Benavente, ha hecho su forma de vida. Hace algo más de una década, montó un taller de bordado en Madrid. Ahora, además de enseñar a otros y hacer sus propios trabajos, verdaderas obras de arte, también documenta y recupera los que encuentra por su pueblo y otras localidades de la provincia. Algunos, asegura, del siglo XIX.

Un mandil de los años 50 que ha recuperado y uno de sus retratos utilizando la técnica del bordado. | Cedida

La vida de Yolanda Andrés está tejida de idas y venidas. De jovencita dejó su localidad de origen para estudiar en un internado, y más tarde se trasladó a Salamanca a cursar Bellas Artes, especializándose en Pintura y Diseño Gráfico. Acabó trabajando como directora de arte en una agencia de comunicación en Madrid. Madre de tres hijos, la mayor tuvo problemas de salud, que le obligaron a pasar un año en el hospital.

Siguiendo el hilo de la tradición

Para “emplear el tiempo” que pasaba a la vera de su cama, cogió los hilos y retomó una vieja afición que aprendió de niña: el bordado. “En mi pueblo cultivaban el lino y lo hilaban, y con él hacían unas fardelas para guardar los cereales. Sobre esos sacos, me puse a bordar para emplear el tiempo. Como no podía ponerme a dibujar en el hospital, me llevé los hilos”, recuerda.

Yolanda tenía que matar el tiempo y la espera de alguna forma. Siguió “generando bordados” durante cuatro años y dando a conocer su trabajo a través de la página web que creó. Abrió un taller de bordado en Lavapiés, que, desde entonces, sigue adelante con éxito. “En un momento muy complicado de mi vida, saqué los hilos y surgió un negocio”, explica.

El taller no es solo un sitio donde enseña, sino, también, “un club social” y un lugar donde se habla de este trabajo ancestral. “Hacemos cursos monográficos en los que van señoras de diferentes lugares de España que bordan y que nos hablan del estilo de bordado propio de cada zona. De Lagartera o de Carbajales de Alba, por ejemplo”, dice. Ella les anima a que cuenten los secretos del bordado, que expliquen por qué utilizan el índigo o el azafrán para teñir los hilos, la castaña o la cebolla. Normalmente, porque son los productos que tienen a mano.

Ahora es ella misma la que está investigando, fotografiando y documentando los bordados que le enseñan en las casas cuando visita un pueblo. Porque, allá donde va, pregunta. De momento, se ha llegado a encontrar con camisones y camisas bordados del siglo XIX. “Algunas personas no le dan valor y te los quieren dar”, añade.

El tapiz de la vida le ha traído ahora de vuelta a la comarca, donde ha venido a pasar la pandemia. De manera momentánea, durante un año. Aunque asegura que “su corazón está partido”, al final volverá a la capital, donde está su trabajo. Siempre con un pie en Zamora, seguirá con su investigación y sus proyectos personales. Entre ellos, retratos de gente a tamaño natural. Como siempre, bordando sobre la tela de las viejas fardelas, que lava y reutiliza para sus trabajos. En definitiva, para hacer “de la tradición, un acto de vanguardia”.