El ingeniero Salustiano Torre Casado, natural de Villabrázaro, es el coordinador general del proyecto europeo Life- My building is green, con el que se pretende dar soluciones naturales para adaptar las aulas al cambio climático. En este proyecto participa el CSIC a través de dos centros de investigación: el Real Jardín Botánico, donde trabaja y al que corresponde la coordinación y selección de especies autóctonas con la participación del Investigador Principal, Jesús Muñoz Fuente, y el Instituto Eduardo Torroja de Ciencias de la Construcción, donde los grupos de investigación de Borja Frutos y Marta Castellote diseñan prototipos y monitorizan el impacto de las soluciones naturales en las escuelas. Además, el proyecto cuenta con cuatro socios beneficiarios: el centro tecnológico Cartif, situado en Valladolid, que participa en el diseño y monitorización de los prototipos, la diputación de Badajoz, la Comunidad Intermunicipal do Alentejo Central con el apoyo de la Cámara Municipal de Évora (Portugal) y la Cámara Municipal do Porto (Portugal). El proyecto ha servido también para apoyar publicaciones del CSIC sobre la necesidad de ventilar las aulas para frenar el impacto del coronavirus. 

–¿Cómo nace este proyecto?

–El Jardín Botánico tiene varios objetivos como centro de investigación. Está la parte científica y de conocimiento, otra parte que se centra en la formación y educación para llevar los resultados de esta investigación y otro recurso que vincula el centro de investigación con criterios de sostenibilidad y adaptación a cambios climáticos haciendo proyectos de investigación. Mi curiosidad por este proyecto comenzó por experiencia propia de cuando iba a llevar a mis hijos al colegio y me di cuenta que la temperatura dentro de las aulas no era la adecuada. Circunstancialmente mis colegas del centro de investigación ya llevaban tres años de una medición de la calidad del aire y de bienestar en los centros escolares de la Comunidad de Madrid. Ahí nació todo. El Jardín Botánico comenzó a buscar soluciones basadas en la naturaleza para diseñar la mejora de la calidad del aire en las aulas y mejorar la parte de refrigeración y bienestar del alumnado y profesorado en estos centros educativos. 

–¿La línea de investigación se centró en esa comunidad?

–Empezamos a hacer una “best line” en los centros a nivel nacional. Por poner cifras, resultó que del orden del 70% de los colegios existentes en España, da igual la Comunidad Autónoma, cuentan con 25 o 30 años de construcción y hace 25 o 30 años estos centros se construían bajo un reglamento que no es el actual. No existía el código técnico de edificación y las medidas de aislamiento, de confort, de construcciones pasivas que evitaran la entrada directa de la acción del sol eran mínimas o inexistentes. Lo que ocurre es que estos centros no han recibido ni han hecho ningún tipo de rehabilitación ni mejoras en el edificio. Nos encontramos con edificios en los que los impactos de los efectos del calor, con el escenario del cambio climático, están incrementando ciertas enfermedades. Ahora tenemos colocados sensores que están monitorizando los centros de educación de este proyecto, tanto en la zona exterior como en la interior, y nos encontramos que en Badajoz y en Évora en octubre hay temperaturas de 31 grados en el interior de las aulas. También hay partículas o concentraciones de CO2 superiores a 1.200 y 1.500 partes por millón. 

–Actualmente se está dando importancia a la ventilación de las aulas para combatir la proliferación de enfermedades o posibles contagios por COVID 

–Precisamente ha salido una publicación del CSIC sobre la importancia de la ventilación que se apoya en fundamentos que nosotros tenemos en el proyecto y que dice que los protocolos de ventilación apoyados con sensores de medición de CO2 sería lo óptimo y lo mejor. Porque si yo en una clase tengo una ratio de alumnos de entre 20 o 25 alumnos y lo tengo todo cerrado, se tarda entre siete y diez minutos en tener unas concentraciones de CO2 por encima de los 2.000 partes por millón. Si un alumno es positivo en coronavirus, la transmisión directa por aerosoles es infinitamente superior a si yo tengo un sistema de ventilación cruzada, indirecta o natural. 

–¿Es efectiva por tanto, una adecuada ventilación de las aulas en los colegios para prevenir contagios por COVID?.

–Por supuesto. Nosotros antes de la existencia del COVID, en el propio proyecto ya teníamos una acción para el diseño de protocolos de ventilación natural. Precisamente para disminuir estas concentraciones de CO2 que ya teníamos como indicadores de trabajo de investigaciones realizadas anteriormente. En la propia normativa dice que cuando se alcanza entre 700 u 800 partes por millón tienes que empezar a ventilar porque llegando a 2.000 partes por millón existe una relación directa entre el impacto de esa concentración de C02 y la disminución por parte del alumnado en cuestión de aprendizaje o actividades lectivas. Existe pérdida de concentración en la atención del alumnado pero también de la capacidad del profesor para impartir la clase.

–¿Qué pueden hacer los centros como medidas más inmediatas para garantizar esa ventilación y garantizar el confort en las aulas?

–Hay que tener en cuenta que los colegios no son como una oficina con aire acondicionado o zona de recirculación del aire. En la mayoría de colegios no existe esto. La única ventilación que existe es que alguien abra o cierre las ventanas. Hay que poner medidas, aunque sean provisionales como la utilización de filtros HEPA, que son extractores que permiten la renovación continua del aire. En edificios donde no existe ventilación cruzada hay que poner medidas. Porque ahora en invierno no se puede estar abriendo constantemente un aula en Zamora a las 9 de la mañana. Primero porque los gastos de calefacción se van a disparar entre un 30 y un 40%, algo que ya tienen asumido los colegios, y segundo es que los niños en lugar de coronavirus van a coger resfriados, bronquitis, gripes, etc. Los síntomas que tienen, además, son parecidos a los de COVID por lo que se aumentan los casos sospechosos y lo que eso supone de desconcierto. Al final la administración tendrá que dedicar una partida presupuestaria para estas iniciativas. También se puede hacer ventilación cruzada muy fuerte y, por ejemplo, cada 15 minutos se abren todas las puertas y ventanas del colegio durante unos minutos y se vuelven a cerrar. Se puede trabajar con los alumnos e implicarles y al igual que hay responsables de la clase puede haber responsables de abrir y cerrar las puertas y ventanas. 

–El proyecto en el que está trabajando va más allá y busca soluciones basadas en la naturaleza para adaptar las condiciones del colegio a los efectos del cambio climático.

–Efectivamente. A través de construcciones pasivas, de diseños de prototipos de vegetación.

–¿Cómo se financia?

–El proyecto tiene un presupuesto de 2.854.000 euros, del que un 60% (1.697.369 euros) es financiado por la UE y el resto con medios propios.

“Participo en otro prototipo que busca destruir el virus suspendido en el aire”

–¿Qué características comparten los centros pilotos elegidos para este proyecto tanto en Badajoz, Évora como en Oporto?

–Analizando estos tres casos piloto ves las dificultades de llevar a cabo este tipo de proyectos. Son colegios diferentes, pero comparten los mismos problemas como son la misma antigüedad, los mismos sistemas constructivos. Estos edificios en las fachadas del sur, este y oeste las ventanas son tan grandes que ocupan el 70 o el 80% de la superficie por lo que la radiación directa del sol es total. El edificio absorbe toda la radiación directa.

–¿Qué es lo que se está haciendo en estos centros para combatir esa radiación?

–Lo que están haciendo en estos colegios es bajar persianas y dar la luz a las nueve de la mañana. Lo que provoca una contaminación lumínica muy fuerte. En las zonas de Extremadura, y pasará en el centro y norte de España, los horarios se cambian porque a partir de la una es imposible dar clase y eso repercute en la conciliación familiar.

–¿En qué fase está el proyecto en la actualidad?

–Los proyectos están redactados y la previsión es que en 2021 se realicen las obras para que estén finalizadas en 2022. 

–¿El estado de alarma ha modificado la temporalización?

–Sí. Las obras estaban previstas para el 2020, este verano. Estamos abocados a que el proyecto se vea retrasado unos seis y ocho meses más allá del 2022.

–¿En qué aspectos del edificio incide el proyecto?

–El proyecto interviene en varias partes del edificio. En aislamiento de las cubiertas, ya que en Portugal todavía la mayoría son de fibrocemento y está encapsulado con una chapa que incrementa aún más la temperatura interior. En las fachadas hay previsto colocar paneles en los que va a crecer vegetación trepadora que sombreará los huecos de las ventanas; otro prototipo es la colocación de toldos vegetales en los huecos de ventana. También hay un prototipo para lograr una ventilación natural automatizando las ventanas según las necesidades del aula. En la parte exterior, vamos a colocar pavimentos drenantes de modo que se podrá recoger el agua de lluvia y utilizarla para regar vegetación. 

–¿De qué modo este trabajo se va a trasladar a otros lugares?

–Dentro del proyecto estamos obligados a realizar acciones de replicación y transferencia. Entonces a partir de aquí hay una acción muy importante que vamos a llevar a cabo con las diferentes administraciones que tienen competencia en estos colegios. Serán de gran ayuda la firma de acuerdos y convenios a largo plazo en el que este tipo de soluciones se empiecen a poner encima de la mesa y a aplicar y presupuestar. También se realizan acciones de formación en diferentes sectores para los grupos objetivos que tenemos en los colegios. Para diciembre de este año vamos a llevar acciones de formación para la comunidad educativa en la zona de Portugal. Eso da una visibilidad para comenzar un cambio de pensamiento

–¿Es complicado lograr ese cambio

–Sí, porque lo primero es que hay que estar convencidos de que hay un cambio climático. Estamos viendo que llamamos primavera a temperaturas de 28 ó 30 grados, que son de principio de verano. Este verano ya no son tres meses, sino seis en ciertas zonas. Esto posibilita escenarios muy complicados y hay que intentar concienciar todavía más. Principalmente es que el resultado es un impacto muy fuerte y no sabemos por qué pasa. Estamos diseñando propuestas con Europa que va a invertir mil millones de euros en el Pacto Verde. Europa está viendo que hay que generar otro tipo de economía y actividad. 

–¿En qué otros proyectos está trabajando?

–Ahora estoy trabajando en otro proyecto piloto que se puede implementar en cualquier tipo de colegio, oficina o residencia de Zamora. Participo con otros centros de investigación como el Ciemat, el CBM, que es donde están revisando las vacunas del coronavirus en el CSIC, y nosotros en el Jardín Botánico y la empresa Aire Limpio. El proyecto es uno de los nueve elegidos por el CDTI de más de 700 proyectos presentados en la convocatoria de “Proyectos de I+D de Inversión para hacer frente a la emergencia sanitaria declarada por la enfermedad COVID-19”. 

–¿En qué consiste este proyecto?

–El Ciemat ha diseñado un prototipo mediante fotocatálisis que permite la inactivación de bacterias, hongos y virus que se encuentran en aire. El prototipo se tiene que implementar en los sistemas de aire y ventilación de los edificios. Mediante una serie de ventiladores hacen pasar el aire que está en la estancia. Entonces, nosotros tenemos que medir la concentración de bacterias y hongos y el CBM va a medir la concentración de virus,, especialmente de coronavirus, existentes en esa sala antes de pasar por el prototipo. El prototipo actúa con fotocatálisis y permite mejorar la calidad del aire en los sistemas de climatización y acondicionamiento de aire. Tenemos que volver a medir si se elimina la inactividad del virus del coronavirus, bacterias y hongos. Si este prototipo se valida, se puede llevar a una escuela, a una oficina o a cualquier otro espacio cerrado