Ismael Serrano (Madrid, 1974) dejó anoche su impronta en Benavente con un concierto acústico intimista y marcado inevitablemente por las restricciones de la pandemia. El cantautor madrileño recuperó algunas de sus viejas canciones, cantó versiones de otros autores, e incluso adelantó alguno de los temas de su nuevo trabajo, aún sin nombre. En esta entrevista habla de la situación de desamparo de los músicos ante el invierno que se avecina y reivindica la figura siempre necesaria del cantautor, un trovador que en el siglo XXI debe dejar de mirarse el ombligo para hablar de lo colectivo y seguir denunciando los excesos del rey desnudo del cuento.

—¿La figura del cantautor es más necesaria que nunca tal y como está el patio?

—La figura del cantautor a mi me parece siempre necesaria, y siempre va a estar vigente. Siempre habrá un muchacho o una muchacha que agarren la guitarra y hagan la crónica social o sentimental del mundo que le toca vivir y traten de darle un vuelo poético a nuestra cotidianeidad y se comprometan con la realidad. Eso siempre va a existir y ahora más que nunca, no solo la canción de autor, sino la música, es más necesaria que nunca en tanto en cuanto genera espacios de encuentro en un tiempo en el que necesitamos, también más que nunca, establecer vínculos en una situación de angustia como la que nos toca vivir en en esta convivencia con el virus.

—La pandemia ha paralizado el arte en general pero sobre todo la música en particular. ¿Es optimista? ¿De los que piensa que se saca partido haciendo de la necesidad virtud y poniendo al mal tiempo buena cara, o teme por Euterpe y el futuro de la música?

—Temo mucho por los profesionales de la música. Creo que la cultura no está siendo muy bien tratada. Tenemos un ministro de Cultura que en gran medida está ausente. Hay un desprestigio en términos generales, o un desprecio por así decir de los responsables políticos hacia un sector cultural del que dependen muchas familias, con muchos empleos en juego, y que también hace una aportación a la economía de este país de la que no se es consciente. Y somos los primeros en pagar. Hemos visto que se imponían restricciones muy severas a los conciertos que no se trasladaban a otros ámbitos. Y es como que tradicionalmente siempre ha sido así. Y es algo que no ocurre en otros países. En Francia hay una política común que es apoyada de manera por todos los partidos y el espectro político. No se hace política partidista en torno a la defensa de la cultura, que es un hecho patriótico, un orgullo nacional que se defiende desde todas las instancias. Aquí no ocurre igual, no hay ni un plan ni una previsión y se plantea un invierno duro. Estamos dando conciertos al aire libre con muchas restricciones como es lógico, pero cuando llegue el invierno y ante la posibilidad de que los rebrotes se recrudezcan, no sé qué va a ocurrir. Y no solo de los músicos, sino de los técnicos, los teatros...

Es un déficit democrático que haya fosas comunes y aún no sepamos donde está enterrado Federico García Lorca

—Precisamente la Unión de Músicos Profesionales acaba de difundir un manifiesto denunciando el olvido de las administraciones públicas, olvido que no se ha producido en el caso de la música en otros países como Alemania o Francia, que ya ha mencionado. Piden ayudas para sostener la profesión en todos los ámbitos, desde las asociaciones de músicos de jazz hasta las de música antigua. ¿Cómo se remedia esto?

—Pues esa es la pregunta. ¿Cómo se resuelve esta situación? Yo creo que hay que hacer un planteamiento a nivel nacional con respecto a toda la sociedad. Tener una mirada a largo plazo en lo que respecta a la defensa de la cultura propia, de la cultura nacional, y prestigiar a los profesionales, porque a día de hoy todavía hay un cierto prejuicio. “Los actores, los músicos… son todos unos golfos, gente de mala vida y viven de las subvenciones todo el rato”, como si fuéramos apesebrados, cuando no es así. Lo que se aporta es mucho más de lo que se recibe.

—Durante la crisis financiera de 2008, con un gobierno del PP, la cultura denunció un abandono sistemático y pidió ayuda sin éxito. Ahora con la pandemia y su impacto económico la cosa no parece haber mejorado con la izquierda. ¿Qué les pasa a los políticos con la cultura? ¿O es un problema general del país?

—Pues es una pregunta que yo también me hago y para la que no tengo respuesta. Es verdad que también hay políticos con sensibilidad. Hay administraciones que sí se preocupan en dar espacio en la medida que pueden a la cultura. Por ejemplo este verano se han generado espacios que hasta ahora no ha habido para la música. Nuevas propuestas y nuevas programaciones, repensando los macrofestivales y dándoles la vuelta para hacer posible otro tipo de programación. Se puede y en parte se ha hecho, y no en vano este es el ejemplo de Benavente que demuestra que se pueden hacer las cosas y hacerlas bien, controlando las entradas, restringiendo un poco el aforo y cuidando en definitiva de tomar las precauciones necesarias. A mí no me gusta el discurso de la antipolítica pero más allá de eso tienes razón y yo me pregunto si es un problema político o un problema de la sociedad, porque siempre ha faltado esa mirada a largo plazo, esa búsqueda de consensos en la defensa de la cultura. ¿Por qué no está en sus prioridades y por qué se utiliza a los músicos de manera electoralista llamándoles solo para defender tal o cual idea?

Ismael Serrano, en la plaza Mayor de Benavente, horas antes del concierto. J. A. G.

—En su último disco Todavía dedica una canción Al Bando Vencido. “Se van llevando la memoria, queda en la historia una mancha, un borrón”, comienza la letra. Tras 42 años de democracia la recuperación de la memoria histórica sigue siendo una asignatura pendiente. ¿Será capaz el país de resolver en algún momento este estigma o todavía han de venir las generaciones que lo hagan?

—Pues sí, yo creo que hay un problema de memoria histórica en este país. Y un problema de consenso de la política que es incapaz de condenar lo que supuso tantos años de dictadura. Son un poco laxos, o al menos a la hora de condenarlo. No lo sé. Es un déficit democrático el hecho de que no hayamos normalizado la situación y que a día de hoy sigan existiendo fosas comunes o que a día de hoy no sepamos dónde está enterrado Lorca…

—Resulta curioso que el premio Príncesa de Asturias ya fallecido, Leonard Cohen, en su discurso en Oviedo agradeciera y vinculara su aportación musical a la guitarra española, a un joven español que le enseñó los acordes básicos del flamenco, y sobre todo a Federico García Lorca. ¿Una paradoja muy española, no?

—Claro que es una paradoja. Como es una paradoja que se estén exhumando fosas comunes con la aportación de fondos de sindicatos noruegos, o que la ONU haya llamado la atención al respecto… Ver a estas alturas que una jueza en una sentencia al parecer muy bien argumentada diga algo tan evidente como que el Pazo de Meirás es una usurpación del patrimonio del Estado; o la defensa cerrada que se está haciendo estos días de Martín Villa, como si el relato de la transición fuera una excusa para tener que olvidar cosas muy graves que sucedieron. A estas alturas, porque entonces se podía entender que con el ruido de sables de fondo se escribiera un relato sobre la reconciliación… Pero a estas alturas, yo creo que el país debe superar con normalidad ese déficit democrático y a la gente no le causa ningún trauma, salvo a cuatro nostálgicos que por lo general suelen ser muy ruidosos. Pero bueno...

—¿Cuál debe de ser el compromiso del cantautor en el siglo XXI? ¿Cuál es el compromiso de Ismael Serrano?

—Pues a lo mejor el compromiso del cantautor del siglo XXI debería de ser dejarse de mirar el ombligo un poco. De ser capaz de retomar aquella tradición de hablar de los sueños colectivos. De pelar al nosotros y no solo al yo, al ego permanente. Desmontarnos, por así decirlo, para volver a resurgir como una figura que es capaz de señalar al rey desnudo, como en el cuento. Yo creo que a veces estamos como inmersos en la eterna canción de amor, o muy preocupados por el reconocimiento personal y no hablar de lo colectivo también. Y no hablo solo de un posicionamiento político. Yo el otro día escuchaba el disco Mediterráneo, de Serrat. Es un disco que habla de un pueblo blanco, de la niñez,del barquito del papel, del Mediterráneo como el paisaje común que nos acompaña en la historia. Yo me preguntaba, ¿hoy quién hace estás canciones? No es una cuestión solamente política,sino de hablar de las cotidianeidades comunes, de lo que nos une. No solamente hablar de nosotros, de nuestro pequeño universo, de nuestras relaciones, del bucle de esas relaciones de amor desesperadas. No. Hablar de esa relación cotidiana que encierra una poesía y una épica que merecen también ser trasladadas a las canciones.Y no sé hasta qué punto lo estamos haciendo. Quizás recuperar ese canto hacia nosotros, hacia lo colectivo, hacia el tránsito conjunto en el mismo barco. Hay una frase en esta pandemia que nos ha tocado vivir que me parece muy real, muy significativa, y muy importante, que es “Saldremos juntos de esta”.  Porque de otra manera no se puede salir. Esto no puede ser un sálvese quien pueda.

Durante las pruebas de sonido. J. A. G.

—Algunos músicos que hacen rap, a su manera cantautores con sello propio, se atreven a hacer una radiografía de la sociedad descarnada e incluso feroz. Pienso en Los Chicos del Maíz radiografiando este país sin que les tiemble ni la metáfora ni el escalpelo. ¿Qué importancia tiene el activismo artístico más radical y el mensaje político sin miramientos en la música?

—Es que esto también define al músico y al trovador: ser capaces de ser incómodos. Venimos de los trovadores y la primera poesía, la primera literatura fue cantada. Aquella que se basaba en la tradición oral y se declama con la lira. Eso capacidad de ser incómodos de los juglares de la Edad Media que se burlaban del poderoso y lo caricaturizaban en sus romanzas y en sus declamaciones. Es que forma parte de nuestra tradición esa mirada crítica y exigente hacia la realidad. Ser incómodos de alguna manera también debería de ser un reto. Yo no creo que todas las canciones tengan que ser comprometidas políticamente ni le exijo a los músicos que hagan canción social, pero lo que sí digo es que cuando se hace pues que sea mirada con respecto, no caricaturizada. Que se respeten esas actitudes que son extremadamente valientes y a día de hoy está demostrado que tienen un costo. Que se respeten. Que una canción sea política pues no la hace mejor, pero desde luego tampoco peor, y hay gente que sí,que afirma que eso la hace peor porque piensa que la música y la política o la conciencia social tienen que ir separadas. Bueno, uno le canta a lo que le emociona y si es capaz de emocionarse ante la injusticia o ante la heroicidad de ciertas personas que luchan contra la injusticia y creen que eso merece una canción, pues bienvenido sea, no pasa nada.

. —Benjamin Moser, el biógrafo de Susan Sontag, cree que la escritora norteamericana no hubiera podido sobrevivir en la cultura actual porque hoy por hoy “No se permite decir nada que pueda ser ofensivo”. Esto no parece pasar solo en Estados Unidos, también en Europa y en España. ¿Tan fina tiene la piel esta sociedad? ¿Qué nos ha llevado a esta situación en la que muchos intelectuales detectan un infantilismo colectivo cada vez mayor ?

—Pues creo que hay un problema con la infantilización de la sociedad en términos generales, que tiene que ver también con las propuestas culturales. Parece que hemos perdido la capacidad de reflexionar con profundidad. Puedo entender que la gente se rasgue las vestiduras ante críticas incómodas, pero el problema es que se pretenda imponer un castigo penal. Eso es más grave. El público siempre es escandalizable y es legítimo que unos opinen que tal o cual cosa es terrible y se lleven las manos a la cabeza, porque siempre ha ocurrido. Pero me parece más terrible el decir, eso hay que censurarlo, eso no puede salir, o peor aún, esa gente hay que llevarla a la cárcel, hay que ponerla ante un tribunal. Eso realmente me preocupa, porque cuando todo esto se normaliza y se le da carácter penal desde la blasfemia hasta lo que escandaliza… Hay vías en lo civil, pero el problema es cuando se acude a lo penal, cuando se censura y se prohíben conciertos, o libros… La gente tiene derecho al pataleo, al cabreo y a sentirse ofendida, me parece muy bien, pero esto es una cosa y otra es censurar. Esto es lo que nos infantiliza, la censura, el que la ofensa tenga que ser penalizada y equivalga a un delito. Como si fuera un sentimiento religioso y el pecado tenga que estar tipificado en el Código Penal. Pues no. Para unos puede ser pecado dentro de su escala de valores, pero no por eso tiene que estar tipificado penalmente. 

—¿Cómo está siendo esta experiencia de conciertos con aforo restringido y medidas de higiene y seguridad extremas?

—Está siendo por un lado muy emocionante y muy bonito porque lo que revelan estos conciertos es el potencial sanador por así decir que tiene la música. Aunque suene un poco cursi, pero es verdad porque un concierto es al fin y al cabo la celebración de un encuentro. Entonces de repente reencontrarse es muy, muy emocionante.  Ahora bien, hay una tensión soterrada que está ahí. Estamos sometidos a un estrés diario que nos está generando un trauma del que no somos conscientes, y esto está presente en todas nuestras actividades diarias y cotidianas. Estamos aprendiendo todo de nuevo: aprendiendo a andar por la calle, aprendiendo a relacionarnos con la gente, a hacer nuestro trabajo, a dar conciertos. Hay una tensión y, no a todo el mundo le pasa porque hay gente que pasa de todo y a lo mejor ni siente ni padece, pero en términos generales hay una tensión. También se ve una necesidad de encontrarse con la música y con las canciones. Yo en este encierro he sido incapaz de escribir sobre la pandemia en el confinamiento porque, no sé, me faltaba perspectiva. Pero si me apetecía mucho cantar a la vida que había quedado congelada y yo creo que esa conexión es la que buscamos. Estamos necesitados de conexiones con esa vida congelada que algún día retomaremos, porque el hecho de que todo esto sea transitorio y de que tenga un horizonte final que será más pronto que tarde, es lo que hace que sea más llevadero. Entonces las canciones me recuerdan eso, que hay un horizonte final. Las canciones me recuerdan que llegará un momento en que podremos abrazarnos con normalidad. 

No sé si esta pandemia nos hará mejores, pero es indiscutible que tiene que haber un estado que nos ampare

—¿Cuánto tiempo podrá aguantar el sector en esta situación? ¿Teme que un segundo rebrote obligue a reinventar un mercado, el musical, que ya de por sí frágil y delicado?

—No lo sé, pero mira ya están cerrando garitos donde se hacía música en directo. Ya no están aguantando. Ya se está destejiendo, por así decir, esta red frágil sobre la que se sostiene el sector. Entonces creo que se avecina un invierno muy duro. Ahora estamos haciendo conciertos al aire libre pero en los teatros va a ser más difícil, y en los términos en los que se plantean, con las restricciones de aforo que se plantean, no sé hasta que punto va a ser sostenible. A mí me ha pillado en una gira en la que estaba haciendo un formato acústico. Había hecho el disco Todavía y dije, bueno, voy a hacer una gira yo solo. Pero venía de hacer una gira con una gran producción, con siete músicos en escena, y de hecho estoy ahora grabando un nuevo disco (todavía intitulado, según nos revela) y espero reunirme con músicos y demás. Claro, en estos términos, no sé si es viable, porque no te van a cuadrar las cuentas. Desde luego hay que ayudar al sector y no pensando en los artistas famosos, visibles y convocantes. Es lo que tú decías, desde los músicos de cámara, a los de clásica, a la gente del jazz, a las orquestas de los pueblos que ya no tienen verbenas. Hay  que ayudarles para que puedan resistir hasta que aparezca la vacuna y todo esto cambie. 

—Viendo el panorama político actual y recordando aquel París de su canción, piensa que la historia puede repetirse o, como decía Popper, cualquier elemento novedoso lo impediría.

—Bueno venga, seamos optimistas ¿no? Seamos optimistas y pensemos que.... Bueno, yo no sé si esto nos va a hacer mejores. Es verdad que una de las cosas que ponen en evidencia esto es que nos reafirmamos en nuestros prejuicios, nos radicalizamos en nuestras convicciones y como que los prejuicios se reafirman. Pero más allá de todo esto, que es posible que ocurra, también pone en valor cosas que resultan indiscutibles, excepto para cuatro colgados, como es el hecho de que tiene que haber un estado que nos ampare, de que tenemos que encontrar fórmulas de solidaridad que nos amparen ante una situación así. Esto nos deja una enseñanza en términos generales. Siempre hay sectores que se van a resistir y que van a hacer mucho ruido, como está ocurriendo. Gente que jamás ha hecho sacrificios por los demás y que no entiende que haya que hacerlos y que se van a resistir. Pero yo creo que si miras el panorama general a nivel internacional sí hay una sensación de que hay que repensar desde el modelo económico y social en el que vivimos, y entender que tiene que haber un estado; que la sanidad y lo público tienen un valor y hay que cuidarlo. Aunque como digo, a veces viendo cómo se gestiona en algunos lugares la sanidad y cómo se cuida a los profesionales sanitarios dudo de que algunos hayan aprendido la lección. Pero como digo, en términos generales y a largo plazo, yo creo que debemos ser optimistas y pensemos que quizá esto nos dejará una enseñanza y nos permita avanzar hacia un lugar diferente.

—¿Entonces las hostias siguen cayendo para el que habla de más? ¿Esto es inmutable o no?

—Eso siempre va a ocurrir. Es una lucha permanente. Lo de señalar al rey desnudo y esos déficit estructurales con los que convivimos siempre van a provocar que se trate de hacer callar a los incómodos. Pero lo interesante es que haya gente que sea capaz de hablar de más cuando lo realidad lo exige.