De paso y paseo por la Mota vieja, me topo con un letrerillo metálico anclado sobre el césped de un parterre. En él se figura a un paisano de espaldas con gorra, sin duda joven, espray en mano, aparentemente pintando (ensuciando, por lo que se desprende del mensaje: No estamos en el Paleolítico. Respeta las fachadas) una pared de ladrillo.

No sé exactamente quién ha sido el autor de tamaño desafuero, y lo peor, con la venia municipal, pues allí campea el escudo del Ayuntamiento, sin cuya autorización nunca se hubiera colocado en tan público lugar.

Imágenes y texto no pueden ser más disparatados. Ni las primeras son del Paleolítico, ni lo segundo se sostiene con un mínimo de rigor y cordura histórica.

Las pinturas —cacería de cuadrúpedos por arqueros— son un refrito del abrigo de La Valltorta (Castellón de la Plana), del arte rupestre levantino, de discutida cronología, pero siempre pospaleolítica. Sobre que los pintores del Paleolítico “ensuciaran” las grutas donde dejaron sus maravillosos grabados, esculturas y pinturas, es una auténtica afrenta al registro sagrado de imágenes en sus cavernas santuarios. A no ser que se piense que también Miguel Ángel “ensució” la Capilla Sixtina con sus frescos.

En resumen, el paleolítico mental, ese sí que tizna, mucho más que el peor de los grafiteros.

(*) Presidente del Centro de Estudios Benaventanos (CEB) Ledo del Pozo