Alcubilla de Nogales tenía una población de medio millar de personas hace cinco décadas. Contaba con dos escuelas, cuatro tiendas y dos bares. Una línea regular de autobús con cochera local garantizaba el transporte público y desde principios del siglo XX había desarrollado una pequeña pero fuerte industria del lino con cinco telares que abastecían de alforjas y cobertores a las poblaciones aledañas y aun exportaban parte de esa producción artesanal fuera de la comarca. Dos tejares y una activa fragua con tres trabajadores completaban la actividad primaria del pueblo y generaban algunos empleos.

En la localidad y en las poblaciones de los alrededores, desde San Esteban de Nogales (León) hasta Arrabalde, el agua del río Eria había permitido construir hasta once molinos, y de hecho, uno de ellos, propiedad de un vecino alcubillense, posibilitó que la luz eléctrica llegara al pueblo con una instalación de 125 antes que a muchas localidades de esta parte de los valles.

La ganadería y la agricultura en una vega fértil constituían otro puntal, sino el mayor, de la economía local, y la conciencia de los vecinos sobre su relación con el río Eria les llevaba todos los veranos a hacer yeras de limpieza del cauce para que, en caso de inundaciones invernales, el agua se desbordara mansamente, sin ocasionar daños en la vega. Esto hasta que se creó la Confederación Hidrográfica del Duero y mandó parar.

Alcubilla de Nogales entró en la década de los 60 perdiendo población. Fue una más del territorio. Los jóvenes que pudieron estudiar se fueron del pueblo en busca de una vida mejor apoyados "en el sacrificio" de sus padres. Los que no, emigraron buscando trabajo. Más de una familia entera terminó en las minas de carbón de Bembibre y jamás regresaron, según relatan sus convecinos. Fueron los menos los que se quedaron. Todo este tejido que había permitido la autosuficiencia local fue menguando, las escuelas cerrando; los telares, los tejares y la fragua desapareciendo por falta de demanda o por una competencia insuperable. La población emigrando y envejeciendo. Hoy por hoy Alcubilla de Nogales cuenta con un padrón de 110 personas, aunque apenas 64 residen en el pueblo todo el año. El panadero, el frutero, el pescadero, son ambulantes. El médico, que otrora vivía en Alcubilla y garantizaba la asistencia continuada, acude en la actualidad tres veces a la semana y los más fieles feligreses se tienen que conformar con la misa dominical que oficia un cura jubilado que reside en Arrabalde y al que, indistintamente, van a buscar y a llevar de regreso los vecinos en sus propios vehículos. Los más de 50 niños que llenaban las dos escuelas, son cinco hoy por hoy. El autobús los recoge en el pueblo y los traslada a Santibáñez de Vidriales "por una carretera infernal", paso habitual de jabalíes y corzos, según relata el alcalde y algunos vecinos.

Solo la sierra da un respiro económico al pueblo. Ocho molinos eólicos aportan 30.000 euros de ingresos anuales de canon e impuestos a los exiguos presupuestos locales, al igual que 100 hectáreas de pinares que gestiona la Junta de Castilla y León. La falta de bar en el pueblo la ha tratado de suplir el Ayuntamiento con un centro de reunión con calefacción, televisión, cafetera y bebidas para que los residentes y los visitantes, cuando vienen, tengan un punto de encuentro.

En este mismo espacio escuchamos la historia del pueblo de boca de una veintena de vecinos, la mayoría mayores, y también de algunos jóvenes que de tiempo en tiempo regresan al pueblo para ver a sus familiares. ¿Volverá Alcubilla a ser lo que fue? ¿Terminará desapareciendo? ¿Cabe alguna solución para revertir esta situación? Todos están de acuerdo en que la gente joven debe marcharse para lograr un futuro que aquí parece tan vedad como improbable. Sin embargo, mientras los varones mayores son pesimistas, la mayoría de las mujeres con más de 70 años creen que Alcubilla nunca desaparecerá. Con la contradicción que cabe en la esperanza, confían en que esa gente joven que ha de marcharse o apenas queda, tomen el relevo y que el pueblo no eche el cierre.

"Ahora el pueblo está desunido", explica Belarmina Pérez, con 90 años a las espaldas. "Antes la gente se ayudaba, ahora no". Belarmina reclama "otro ambiente" y explica que sus dos nietos tienen que estar fuera" porque "si tuvieran algo aquí no marchaban". Así opina también Bernarda Pérez, que sin embargo cree que Alcubilla no desaparecerá. "Que no, que no. Que todavía hay gente joven", porfía pensando en el relevo. Resurrección Grisado, casada en el pueblo hace 30 años, cree con sus 66 de edad que Alcubilla desaparecerá. "Ahora no hay nadie, y creo que con el tiempo desaparecerá. Como no hagan algo es posible que desaparezca. Hacer algo para la gente joven porque el campo la gente joven no lo quiere".

"Antes se vivía muy bien. No teníamos nada, pero éramos felices. Y ahora no. La gente del campo no puede vivir y por eso, claro, se marcha fuera", argumenta Gregoria Amigo, de 81 años. "Estamos un poco olvidados", apostilla Catalina Lera con 82. "Esto está cayendo. No hay ganadería ni agricultura y no hay ayudas", afirma.

María José Ferrero (39 años) y su marido Javier González (37) viven en León. Regresan para ver a la abuela con su hijo Marco, al igual que Tomasa Ferrero y su hijo Rubén. Los pequeños están encantados con jugar en la calle y al aire libre con los cinco chicos del pueblo. María José habla de la tranquilidad y cree que la juventud sí está unidad. Propone, al igual que marido, explotar la apicultura y la riqueza resinera de los pinos de la zona. Reconocen que no es idílico y sí duro, pero ven en estas actividades una posible forma de supervivencia. A Tomasa simplemente le encanta regresar a Alcubilla, pero aprecia en la localidad los síntomas del "moribundo".

"¿Posibilidades de arreglar esto? Muy difícil. Se lleva haciendo una mala política general desde hace mucho tiempo y revertirlo ahora es muy complicado", explica el alcalde, Javier Fuente Fernández (59 años). "Tal vez se arreglara con políticas grandes. No centralizando en las capitales todo el negocio y sí intentado buscar formas de trabajo alternativas en las zonas rurales. Hay muchas cosas por hacer", afirma enumerando las producciones agroganaderas de calidad posibles frente a la agricultura y a ganadería intensivas.

Los mayores jubilados son los más tajantes. Felipe Tejedor (78 años); Domingo Fernández (71) y Majín Lafuente (81) son taxativos. Recuerdan el pasado con nitidez, las razones de la emigración, el envejecimiento, la nula natalidad, la falta de trabajo. Creen que el cierre es inevitable. Cuando se les pregunta por la España Vaciada y los políticos responden casi al alimón: "Muchos de ellos seguro que ni conocen los pueblos que hay en la provincia", afirma Majín. "Cómo no nos vamos a cabrear. Hablan de ello para ganar votos. De los políticos solo podemos esperar que nos hundan más", convienen.