Dieciséis años viendo pasar el autobús. El mismo servicio que toda la vida, desde que se instauró el transporte público, posibilitaba el viaje de los vecinos de Catropepe a Benavente y a Zamora, ya no se detiene frente al pueblo. Hay apeadero y a todos los efectos es suficiente, pero nunca tuvo carriles de deceleración ni de aceleración en los márgenes de la carretera, así que un buen día la Guardia Civil comenzó a multar al conductor de Vivas. La empresa se plantó. "No me opongo a recoger a viajeros, pero para poder parar necesitamos poder hacerlo bien y que no nos multen", explicó el empresario al pueblo a través del alcalde. Los vecinos, en su gran mayoría mayores que ni conducen ni tienen vehículo, se quedaron sin servicio de la noche a la mañana. De esto hace ya 16 años.

Esta situación ha tenido un significativo efecto de resiliencia contra la resignación (los vecinos se ayudan con los traslados cuando alguien necesita ir a Benavente o a Zamora) y ha alentado una reivindicación justa. "¿Tan difícil es que las administraciones metan una excavadora y allanen el terreno si el pueblo les da el suelo, al menos en un lado?", se preguntan todos sintiéndose olvidados.

Contra esta adversidad no menor ha crecido el espíritu de solidaridad y buena vecindad. Pero pese a las reacciones positivas, este caso es otro botón de la muestra de la España Vaciada cuyas raíces se extienden cada vez más en la comarca benaventana. Pueblos que perdieron el cementerio, pueblos con las carreteras intransitables, pueblos en los que dejó de parar el autobús, o con los ríos contaminados. La lista de problemas a resolver es importante y en lo que le afecta Castropepe, sus vecinos aseguran estar dispuesto a luchar para no desaparecer.

"Me siento una ciudadana de cuarta", aduce Felisa Figuera, de 71 años, una trabajadora jubilada que, aunque pasó su vida laboral en Sabadell, regresó siempre que pudo a su pueblo, incluso algunos fines de semana a pesar de la distancia. Ahora vive aquí nueve meses al año. "No podemos reciclar. No tenemos Internet. El médico viene una vez a la semana y los historiales médicos están en Castrogonzalo", enumera.

Felisa subraya que los vecinos de Castropepe también son contribuyentes. Incluso más, sostiene: "Pago más por el agua y la basura que en Sabadell, donde si no estoy no me la cobran", se queja. Lo dice para remarcar las diferencias, pero antes y después opone el amor a su pueblo, pese a lo que fue y a lo que es. Y aquí se quedará, dice.

Castropepe tiene el estatus jurídico de junta administrativa, aunque depende de Villanueva de Azoague. En la actualidad tiene 66 vecinos censados, pero solo una treintena viven continuamente en el pueblo. Por la emigración y por el abandono de la ganadería y de la agricultura Castropepe ha perdido más de dos tercios de la población en las últimas cinco décadas. El censo sería menor incluso si de forma imprevista varias familias de feriantes no se hubieran afincado en el pueblo, donde solo viven dos niños en edad escolar.

Pero Castropepe no siempre estuvo así. Tenía escuela y bar, y vendedores ambulantes que sustituyeron a una tienda anterior. Había bautizos y comuniones y tenía del orden de 200 vecinos. La agricultura, pero fundamentalmente la ganadería, constituían la riqueza del pueblo. Grandes vacadas y rebaños de ovejas que pastaban en las riberas fértiles del Esla, un río de vida entonces, que hace tiempo que ya no es el espejo cristalino en el que se miraban los vecinos.

"Había una callina en la que estaba la escuela. Había más de 30 niños", rememora Aurelia, de 90 años. También recuerda y suspira por aquel Esla "de cristal" por el que cruzaban los carros y las vacas, y describe las superficies de canto rodado donde las mujeres secaban la ropa tras lavarla en un río limpio que permitía llenar los cántaros de agua y subirlos al pueblo en burros para abastecer a los hogares. Un río con truchas desde donde vio levantar los cimientos de la azucarera de Villanueva, que ahora está poblado de cormoranes y "da pena ver" por los vertidos.

Bernardo García, de 80 años suscribe el relato de su convecina. Tiene el mismo recuerdo de infancia antes de emigrar a Alemania, como otros vecinos que no volvieron. Bernardo regresó y vive en Castropepe donde no acierta a entender porque las administraciones no han resuelto el problema de la parada de autobús en un enclave fundamental de la antigua carretera nacional y de la Ruta de la Plata. Pero pese al descenso de la población, pese a las adversidades, está convencido de que Castropepe "no va a desaparecer" por su cercanía con Benavente. De hecho, algunos de los residentes del pueblo sean benaventanos que compraron aquí una vivienda o la construyeron nueva.

"Castropepe tuvo una oportunidad de mejorar", explica José Luis Álvarez, ganadero jubilado y teniente de alcalde. Recuerda cómo muchos asturianos que venían "a secarse" con el sol de la meseta quisieron comprar suelo en Castropepe para construir y pasar el verano. "El terreno era de tres y no quisieron vender", lamenta convencido de que aquella demanda de los años setenta hubiera hecho crecer la localidad y mantenerla mejor en la actualidad.

Álvarez, como los vecinos, y como el alcalde de la junta administrativa, creen que recuperar el servicio de autobús es fundamental para el pueblo. José Heliodoro León prevé visitar la Diputación, la Junta y la Subdelegación del Gobierno con esta reividnicación. El regidor, recientemente elegido, es optimista, no cree que Castropepe desaparezca y piensa que hay alguna solución posible y margen para revertir la situación. "Un polígono aquí que hay suelo suficiente podría atraer empresas y generar empleo", explica, aunque el del empleo es el autobús qué aún está por pasar en la zona.