Dos profesoras del colegio Vista Alegre viajaron también a Santa Cristina de la Polvorosa. Loly acababa de empezar como docente en el colegio vigués cuando sucedió la tragedia. Cuarenta años después está a punto de jubilarse, pero explica que el colegio jamás ha olvidado lo sucedido. A los pies del monolito que recuerda a las víctimas, con la voz quebrada por la emoción, rememoró la excursión emprendida por aquellos escolares y por los tres maestros que los acompañaron, y cómo el regreso feliz se vio truncado en Santa Cristina. "Entre la cuatro y las cinco de la tarde nos dio un vuelco el corazón. Sucedió algo que el fatal destino nos tenía preparado", dijo describiendo el accidente ocurrido en el Órbigo, "un río manso", aquel día turbulento. "Pero también fue el destino que el lugar de la caída fuera Santa Cristina de la Polvorosa en la que todos y cada uno de vosotros fuisteis la gran familia que estaba ahí para recogerles, para buscarles y para recibir a todos los familiares que llegaban al pueblo aferrándose a la esperanza de encontrar vida en aquella tragedia. Nos llenasteis de cariño, de calma, de sosiego, de esperanza. Todos llevamos a Santa Cristina como la gran madre que nos dio su amparo y refugio", leyó emocionada advirtiendo que si el accidente hubiera ocurrido hoy habría psicólogos, grandes medios de rescate y los medios informativos seguirían el caso minuto a minuto. Entonces, en nombre de toda la comunidad educativa colocó a Santa Cristina como "el mejor psicólogo que pudimos tener y el pueblo y sus gentes fueron el ejemplo de los mejores valores humanos puestos al servicio de los demás y os estaremos eternamente agradecidos".

A la intervención de la representante del colegio Vista Alegre sucedió la del responsable del Club de Piragüismo de Zamora que coordinó el rescate de los cuerpos durante días; del exalcalde Pablo Rubio en representación de las Corporaciones pasadas. Un miembro del grupo Shalom hizo sonar la gaita. Se guardó un minuto de silencio mientras una niña del pueblo toaba la flauta travesera y tras una oración oficiada por el párroco local sucedió la ofrenda floral de los ayuntamientos, de la empresa del autobús, del colegio Vista Alegre y de todas las asociaciones y colectivos locales.

Ningún familiar estuvo ayer en el acto, pero sí Ramón Alonso Fernández que había comprado el autobús accidentado un año antes y contratado un joven chófer. "Nunca hemos sabido que pasó", afirma con lágrimas en los ojos. El día del siniestro cómo ayer, cumplía años. "No ha habido día que no lo recuerde", explica.

Cuando el autobús cayó al río los hermanos Domínguez Felícitas estaban jugando la partida. Corrieron hacia el puente Enrique por la orilla izquierda, Pablo por la más próxima. "El agua me arrastró río abajo. Vi la cabeza de una niña, al lado un niño y más allá otros dos. Pude agruparles y mantenerlos junto a un árbol hasta que nos sacaron. Debajo había más. Si hubiéramos sido ocho o más hubiéramos podido salvar más vida", afirma convencido. Su hermano Pablo corrió una suerte parecida. El rio le arrastró, pero pudo agarrarse a una cuerda, subir a una barca y sacar a una niña "Lo que ocurrió no se olvida", afirma.