Un año más y como viene siendo habitual la imagen de la Virgen del Agavanzal era procesionada de regreso a su sede, al santuario junto al río Tera en Olleros.

Una semana ha permanecido la imagen de la Señora coronada de estrellas en la iglesia parroquial, en el pueblo de Olleros, junto a sus vecinos, para rendirle devoción con un novenario.

Así se ha hecho desde siempre y los devotos se resisten a perder una antigua tradición que se remonta a unos cuantos siglos atrás.

Al mediodía de este domingo se celebraba una misa solemne en el templo parroquial dedicado a San Miguel y, ya por la tarde, antes del ocaso, Nuestra Señora del Agavanzal era procesionada por el camino jacobeo mozárabe sanabrés hasta el templo mariano, hasta el santuario del Agavanzal.

Los rayos de sol apretaban con fuerza provocando que algunos de los participantes en la comitiva procesional enjugasen el sudor.

Los paraguas servían para mitigar la viveza del astro sol porque el itinerario se realizaba en su dirección.

Y para seguir evocando recuerdos, más que tradiciones, la comitiva estaba encabezada por una hilera de enseñas emulando a pendones romeros de otros tiempos.

El ramo de la Virgen lleno de cintas de variado cromatismo daba paso a la Cruz guía quien verdaderamente abría la procesión, marcando la identidad propia entre lo meramente civil y lo religioso. Los estandartes marianos no podían faltar en la comitiva.

Y la Señora se sentía satisfecha luciendo sus mejores galas. Agradecida de seguir contando con la devoción que en esta zona profesan a Nuestra Señora del Agavanzal.

El santuario acogía el solemne acto del canto del ramo y el oficio religioso, tras la entronización de la Señora en su camerino, en el centro de este retablo barroco impregnado de historia y, más aún, de cuitas napoleónicas que ni siquiera llegaron a mitigar la fe de los devotos de la zona.