El fin de semana se hacía romero en la comarca. El domingo y ayer lunes de Pentecostés reunen un buen número de festividades marianas por la zona. Las novenas a la Señora en sus múltiples advocaciones se hacían notar en no pocos pueblos de los Valles.

Fiestas dedicadas a la Virgen, a santos e incluso a Crucificados, antes de que llegue el próximo fin de semana, el de la Trinidad.

Y al igual que se hacía a las orillas del río Esla con la romería de la Cantimbriana, al otro extremo de la comarca, en la ribera del río Tera, donde aguas atrás el cauce ha dejado la comarca de la Carballeda, el santuario ermita de Nuestra Señora del Agavanzal estaba de fiesta, porque la Virgen regresaba a su casa.

La Virgen del Agavanzal había permanecido en la iglesia parroquial de Olleros de Tera para estar junto a sus devotos, los vecinos de Olleros que le habían tributado un novenario.

La salida de la iglesia a la calle, al atardecer de este domingo, se hacía con todo el ceremonial acostumbrado para realizar el recorrido procesional enfilando las vías más señeras y comenzar el periplo por la vía jacobea. Hasta llegar a los terrenos del "Coto Redondo" donde se alza la ermita santuario mandada construir en los albores del siglo XVII por el noble con casa palaciega en la ciudad de Toro, don Diego de Bustamante y Melgar, y que el papa Inocencio X tuvo a bien brindarle con una bula pocos meses antes de morir este Pontífice, en el año 1654.

Un templo mariano que ha sido reconstruido y ha superado no pocas vicisitudes como la presencia de las tropas napoleónicas dejándose notar con las huellas de la bala de un mosquete sobre una talla que representa a Santa Ana, como publicábamos en este diario hace cinco años con motivo de los trabajos de restauración del retablo.

Hasta el edificio mariano llegaba la Señora para ser entronizada de nuevo en su camerino. No sin antes celebrar un emotivo acto en el que el grupo de cantoras del ramo de la Virgen, portado por un devoto, entonó una loa impregnada de alabanzas y súplicas extendidas a todos los sectores sociales, como quiso elogiar el párroco Aurelio Miguélez a quien los vecinos no dudaron en dedicar un encendido aplauso. A él, al grupo de cantoras, al pueblo de Olleros y a la Virgen.