Sucedió en el verano de 997 cuando Almanzor asoló la ciudad de Compostela, quemaba las iglesias, arrasó cuanto le salió al paso respetando tan solo la tumba de Santiago, pero, según la leyenda, hizo cargar con las campanas del templo donde reposaban los restos del apóstol a cristianos esclavizados quienes las transportaron hasta la mezquita de Córdoba donde servirían de lámparas. Cuenta también la leyenda o la historia, que dos siglos y medio más tarde, Fernando III "El Santo", las restableció de nuevo a Galicia, pero esta vez a hombros de prisioneros musulmanes.

Escribe Edward Alan Poe en su bello poema sobre las campanas:

"Su son en la noche obscura!/ ¡Cómo un estremecimiento/Nos recorre el pensamiento/que provoca su lamento!".

No hay un solo escritor que alguna vez en sus textos no haya hecho mención a las campanas o haya escrito sobre ellas.

Se las ha llamado de mil maneras: campanilla, cencerro, cimbalillo, esquila, gongo, gong, batintín. Fanal (si es de cristal).

En el primer acto de la obra teatral de Lorca, La casa de Bernarda Alba, dice la Criada: "Yo tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes". A la que Poncia, la otra criada, le dice mientras come un trozo de pan: "Llevan ya más de dos horas de gori-gori".

Traigo todo esto a cuento en estos momentos en que se cuestiona su sonido e intentan silenciarlas creyendo que con esa burda maniobra pueden silenciar la voz de la Iglesia. Si fueran otros tiempos llegaría a pensar que fundiría su bronce para fabricar cañones, pero no estamos en tiempo de guerras medievales.

Las silencian por el mero hecho de que los campanarios ubican a los templos y los templos les molestan no tanto como podrían molestarles las mezquitas a las que ceden terrenos y subvencionan para su construcción.

Dice el párroco de San Nicolás, (la capilla sixtina) de Valencia, que le han hecho acallar las campanas aduciendo el alto nivel sonoro que sobrepasa en decibelios el volumen permitido. Cada toque dura un minuto y que son tres toques al día. Es decir, tres minutos en que los valencianos han de soportar su sonido. Dentro de unos días comenzará la mascletá que dura mucho más y es más molesto, pero no importa.

El alcalde de Zaragoza quiso, o no sé si seguirá en su empeño, convertir en laica la fiesta del Pilar. La cuadratura del círculo. Aunque no queda ahí la cosa, sino que otro iluminado, que no Illuminati, desea que las primeras comuniones se celebren al margen de la iglesia. Me imagino que sería algo así como invitar a los niños una mañana a churros con chocolate, ellos vestidos de marineros y las madres con ajustados trajes de palabra de honor.

Si no fuera porque todo esto mueve al ridículo, habría que pensar que estamos gobernados por ignorantes supinos. Que no hace falta leer a Platón para saber que hay una política de la razón basada en el principio del bien común y que está por encima de cualquier otro bien particular. Atacan a la religión católica aquellos a los que no se les puede incluir en la política. Arribistas que han llegado al sillón por esa suerte de carambolas que muchos no llegamos a entender y que no creen en la libertad individual, en este caso la opción de su religión y el derecho a ejercerla amparada esta libertad y este derecho por Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Cuando uno ve los documentales de tantos misioneros desperdigados por el mundo. De las condiciones infrahumanas en que viven en los pueblos de África, sometidos a un sin fin de peligros y de amenazas y descubrimos en sus rostros la sonrisa de estas religiosas y religiosos ejerciendo su labor, más humana que evangelizadora, me pregunto: ¿Abandonarían por unas horas su confortabilidad estos memos para atender o remediar tanta hambre?

¿Sería capaz el señor Ribó de salir del despacho, dejar de pisar su mullida alfombra, acercarse una mañana a cualquier comedor de Cáritas y repartir entre los necesitados que hacen cola la escasa comida? Me temo que no. Os aseguro que no.

Saldrá algún liberado de los que ganan 30.000 euros a recordarme que no se puede criticar sin estar al día con mis impuestos; le podría contestar que no será correcta mi estética, pero menos correcto es el uso que hace de su ética y moral de la que podría seguir escribiendo, y largo.

"Cuiusvis hominis est errare, nullius nisi insipientis in errore perseverare", escribe Cicerón en sus Filípicas (traduce listillo).

Pero estábamos con las campanas.

Hace unos años presencié el concurso de campaneros en Morales de Rey. No hace falta estar en gracia de Dios, como se dice hay que estarlo para oír repicar en la noche de san Juan bajo las aguas del Lago de Sanabria, las campanas del desaparecido pueblo de Lucerna; el experto que tenía a mi lado me fue describiendo cada uno de los toques, cada una de las campanas y su afinamiento.

Entendí que no es solo un sonido que convoca, más bien, un sonido que advierte y comunica porque se guían por un código entendido entre los fieles y el resto de los vecinos.

Me enseñó a diferenciar los diversos toques: el más común de ellos, el toque a misa; un ritmo normal que termina con uno, con dos o tres toques, según sea la primera, la segunda o la tercera vez que convocan al santo oficio.

El repique que se hacía a cuerda los domingos o el volteo en las fiestas mayores, durante las procesiones, en que se hacían sonar el conjunto de todas las campanas.

Me enseñó a distinguir el toque de ánimas: tres toques secos con la campana grande en secuencia de un minuto. Toque que se hacía en invierno a las nueve de la noche y en verano a las diez y que las madres utilizaban para marcar la hora de la recogida de los hijos dentro de las casas.

Toque a nublo: Con la campana pequeña a ritmo muy acelerado y acabando con un toque de la campana grande, indicando este toque el tiempo litúrgico, si era Adviento, o Cuaresma. Se tocaba antes del Ave María.

O el toque de arrebato que se hacía solo con la campana mayor a un ritmo más acelerado y sin parar hasta que la gente acudía al lugar del siniestro, que normalmente eran fuegos o catástrofes naturales.

El doblar a muerto era un toque lento, siniestro, de dos campanas, al que se agregaba al final dos toques si la fallecida era mujer y tres toques si se trataba de un hombre.

La mayoría de las campanas tenían su nombre tallado en el bronce: "María campana me llamo, cien arrobas peso si no me quieres creer cógeme a peso", por ejemplo.

Dice un antropólogo que las campanas tienen un lenguaje más potente que el de los medios de comunicación social, lenguaje que hacían llegar a toda la comunidad sin tener que recurrir al periódico, la radio o la tele. Ellas marcaban los ritmos del día con sus diferentes toques; indicaban dónde ocurrían las cosas, si se había desatado un fuego o amenazaba algún otro peligro, si era día festivo o si alguien había muerto...Francesc Llop i Bayo, escribe: "Las campanas son la única música viva que existe. Suenan siempre igual y nos transmiten la misma música del momento de su fundición".

El querer silenciarlas es un acto de total cobardía.

Seguro que muchos echamos de menos el sonido que las distinguía y que tan habitual era escuchar por las mañanas: San Juan, Santa María, Renueva, El Hospital de la Piedad, Conventos de San Bernardo y Santa Clara, campaniles estos que no llegaban hasta el centro, pero que aún guardamos en el recuerdo.

Ellas eran capaces de poner en hora nuestro reloj biológico. Era un gusto escuchar su tañer.

Bien podríamos aplicar aquí e viejo refrán: "A palabras vanas, ruido de campanas".

La semana pasada evocaba los viejos y perdidos olores, no estará de más resucitar también los viejos ruidos, las viejas campanas que duermen. Pero en medio de su silencio, aún persiste uno que me lo recuerda: el reloj del Ayuntamiento cuando me marca el paso del tiempo.