Se cumplen cien años desde que Hugo Ball y Tristán Tzara lanzaran al mundo un movimiento artístico y literario que bautizaron con el nombre de Dadaísmo. Los fundamentos de este nuevo movimiento eran: una oposición frontal contra el positivismo, contra la afirmación de que el único conocimiento válido y auténtico es el conocimiento científico, abrirnos en canal para el estudio perfecto del ser humano desde el corazón hasta las tripas. Rebelarse contra el concepto burgués en el que, según su criterio, habían caído la literatura y el arte y movernos en el mundo de lo absurdo.

Fue una forma de poner patas arriba y descomponer desde la poesía a la escultura, la pintura o la música. Negar absolutamente todo. Algo así como el ya famoso: no, no y no y qué parte del no no entiende; hacer tabla rasa de la cultura para comenzar de nuevo. Una provocación al orden establecido, un antiarte o "el otro arte". Un movimiento antiartístico, anticultural, que cuestionó hasta la existencia del Arte. Se manifestaba contra la Belleza, contra lo duradero, contra el pensamiento, contra todo lo que representara durabilidad; en definitiva, contra el universo.

Propugnaba la libertad del individuo, lo espontáneo, lo aleatorio, el decir no donde los demás dicen sí. Por negar llegaron a negar las vanguardias: el expresionismo, el cubismo, la abstracción. Su forma expresiva era gestual, el escándalo, la provocación.

Escribe el mismo Tzara: "Dadá no significa nada. Si alguien lo considera inútil, si alguien no quiere perder su tiempo con una palabra que no significa absolutamente nada". Y porque no era nada su legado lo podemos encontrar solo en revistas y en su manifiesto escrito. Ni una sola obra que pudiéramos llamar dadaísta. Los montajes que realizaban en cabarets o en galerías de arte dieron lugar a las actuales "performances" o "happenings" que se siguen montando en cualquier lugar a favor o en contra de cualquier cosa.

Solo hay que leer el manifiesto surrealista de Breton para encontrarnos frases como estas copiadas de autores que podrían considerarse dadaístas:

"Durante una interrupción del partido, mientras los jugadores se reunían alrededor de una jarra de llameante ponche, pregunté al árbol si aún conservaba su cinta roja". (Louis Aragón)

"¡Sí! Creo en la virtud de los pájaros. Y basta una pluma para hacerme morir de risa". (Joseph Delteil)

Viendo el continuo disparate en que han convertido la política estos gandules, me cuestiono si creer yo también en la virtud de los pájaros y no en la palabra contradictoria y blenorrágica de los pajarracos que se hacen llamar políticos.

La cerrazón de un Sánchez que ha sido capaz de romper un partido centenario antes de inmolarse con su dimisión. La insensatez de sus pares instalados en torno de una tabla redonda que son incapaces de pensar que España es algo más grande que ese ruedo donde lidian, han provocado una tormenta que le va a costar muy caro a uno de los partidos sin el cual no hubiésemos conseguido dictar la Constitución y años de bonanza.

Las voces, los despropósitos, las constantes incongruencias, desdecirse por la tarde de lo que era válido y lógico por la mañana, las mentiras o las medias verdades como manera de persuasión para llegar al poder o guardar su culo, es como leer ese manifiesto de André Breton: "Hay un hombre a quien la ventana ha partido por la mitad".

Y llega desde Cataluña otro manifiesto más surrealista que también tiene respuesta surrealista: "Heme aquí, en los corredores del palacio en que todos están dormidos. ¿Acaso el verde de la tristeza y de la herrumbre no es la canción de las sirenas?". Porque no deja de ser un cántico amagar con el referéndum que jamás puede progresar. Una retórica babosa, vieja; el mantra de que España y Madrid nos roba.

Escribía ya en 1921 Ortega y Gasset que España es una cosa hecha por Castilla y no quiere ni pensar si en lugar de ser Castilla la hacedora de esa unión, hubiesen sido vascos y catalanes los encargados de forjar esta nación. No es difícil imaginar el resultado: una pululación de cantones enfrentados tratando de ordeñar la ubre del Estado.

Es penoso ver que los bares y restaurantes próximos a la sede del PSOE en la calle Ferraz se han convertido en chiringuitos de playa y hasta ofrecen paellas gigantescas para quienes asistan a esas "performances".

Desde el sur llega la caballería ligera ahora que ya no existe el impedimento de Despeñaperros para salvar los restos del naufragio. Y entre tanto, Iglesias mira como mira hacia la niebla el viajero en el cuadro de David Friedrich. "Un hombre contempla el mundo delante de él como prolongación de su propio ser, bajo una perspectiva amplia y serena que roza con lo sublime. El paisaje, que representa metafóricamente el espíritu del que lo contempla, es elocuente en su dramatismo y grandiosidad y se deja contemplar en toda su magnificencia. Solo un espíritu sensible, afín a un paisaje tan extraordinario, es capaz de apreciarlo profundamente, porque es él en sí mismo, es su esencia metafísica".

Moncloa calla, como si todos se hubiesen ido de vacaciones y solo los ujieres han quedado para atender las visitas.

Rivera remendando los salvavidas y con cuidado de no pisar a nadie.

Lo que digo, puro surrealismo que nos conduce al ridículo mundial y al hazmerreír de Europa.

Duchamp inició una auténtica revolución en el mundo del arte demostrando que cualquier objeto podía considerarse una obra de arte con tal de que el artista lo extrajera de su contexto original y lo situara en un nuevo contexto y que cualquier museo o galería lo declarara como obra de arte.

Esto mismo está pasando en España porque alguien ha inventado la nueva política, política fresca o nueva forma de gobernar.

Al inodoro donde el artista mil veces había orinado lo llamó "fuente". Al espectáculo que contemplamos podríamos llamarlo "urinario público".

Y es que no deja de ser un cántico para adormecer a una sociedad, la catalana que también se hunde.

Más que nunca tiene vigencia lo escrito por Ortega y Gasset en su "España invertebrada": "Pica, a la verdad, en historia la unanimidad con que todas las clases españolas ostentan su repugnancia hacia los políticos".

Aunque los dadaístas utilizaron técnicas revolucionarias, sus ideas contra las normas se basaban en una profunda creencia, derivada de la tradición romántica, en la bondad intrínseca de la humanidad cuando no ha sido corrompida por la sociedad.