Yo, señores, porque lo quiso vuestra grandeza, sin ningún merecimiento fui a gobernar vuestra ínsula Barataria, en la cual entré desnudo y desnudo me hallo; ni pierdo ni gano. Si he gobernado bien o mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren. He declarado dudas, sentenciado pleitos... Acometiéronnos enemigos de noche, y, habiéndonos puesto en grande aprieto, dicen los de la ínsula que salieron libres y con victoria por el valor de mi brazo, que tal salud les dé Dios como ellos dicen verdad... No he pedido prestado a nadie ni metídome en granjerías; y aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso de que no se habían de guardar... Salí, como digo, de la ínsula sin otro acompañamiento que el de mi rucio... Así que, mis señores duque y duquesa, aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado en solo diez días que ha tenido el gobierno a conocer que no se le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una ínsula, sino de todo el mundo. Y con ese presupuesto, besando a vuestras mercedes los pies... doy el salto del gobierno y me paso al servicio de mi señor don Quijote, que, en fin, en él, aunque como el pan con sobresalto, hártome al menos, y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias que de perdices".

Este bello discurso de Sancho en el que, desengañado, se da cuenta de que no le compensa los sinsabores del gobierno de la ínsula de Barataria, podría ser la despedida de un Rajoy camino del Aretino.

Incluso parece que ya intuía que pudieran gobernarnos aquellos que, en lo referente al cuerpo, anduviesen con uñas largas, sin haberse lavado, y con el traje desceñido y flojo; ni ocupados en grandes comilonas:

"No te muestres, aunque por ventura lo seas, codicioso, mujeriego ni glotón porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería hasta derribarte en el profundo de la perdición".

O de los otros, los que a toda costa quieren hacerse con una canonjía que les permita ya una jubilación anticipada:

"Ahora bien, venga esa ínsula; que yo pugnaré por ser tal gobernador que a pesar de bellacos me vaya al cielo, y esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador"

Y como si estuviera viendo la imagen de Rivera sigue:

"Cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden; y llega otro, y sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron; y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones".

Volvemos al principio, como estábamos en diciembre y aunque creamos que no ha pasado nada, sí ha pasado y mucho. Cuatro meses para que estos ¿políticos? nos hayan mostrado su talla y que todos sepamos cómo visten y calzan.

Siempre he leído que la política es: "La ciencia de la gobernación de un Estado o nación, y también un arte de negociación para conciliar intereses".

En su introducción a la Política, Aristóteles dice "que los hombres no se suelen guiar por la razón sino por las pasiones y debe haber alguna fuerza que les obligue a seguir la razón, esto es, la Ley".

Lo malo es que a estos individuos que se erigen como tales, no se les puede aplicar la ley porque no la hay. Una ley que les declare incompetentes, haga pagar de su bolsillo los gastos de las próximas elecciones y que nos libere de ese coste a los contribuyentes. Una ley que les obligue a escribir cien mil veces "Soy un inepto", o les pongan las orejas de burro, o les humillen de rodillas o soportando el peso de tres tomos de la Constitución sobre cada brazo en cruz extendido.

Hemos comprobado su pobreza intelectual, su falta de preparación política y que solo les mueven sus pasiones, sus egoísmos y sus intereses. ¡Qué diferencia de aquellos otros; Suárez, Felipe González, Calvo Sotelo, Julio Anguita, Manuel Fraga y Santiago Carrillo, que fueron capaces de ponerse de acuerdo dejando a un lado sus antagonismos de ideas tan distintas!

Creíamos que con aquel gran abrazo se dejaría atrás la memoria de una España dividida, ensangrentada, en que tristemente nos enfrentamos hermanos contra hermanos. Que la reconciliación era posible y que nunca más volveríamos a destapar el peligro de los odios.

Hoy, bajo el cuadro de Juan Genovés, que fue un icono de la Transición, que simboliza aquel abrazo, ensayan la comedia de un pacto que pasará a la historia como el pacto de los ingenuos, por no llamarlo de otra forma.

Cantaba Jarcha lo que quiso ser un himno a los nuevos aires limpios, un himno a la "Libertad sin ira". De aquella letra me quedo con estas estrofas: "Dicen los viejos que en este país hubo una guerra/ y hay dos Españas que guardan aún,/ el rencor de viejas deudas./ Dicen los viejos que este país necesita/ palo largo y mano dura/ para evitar lo peor?"

Y los viejos se equivocaron porque hemos visto que se puede vivir en una España reconciliada y libre. Que ya no es necesario ni el palo ni la mano dura. Simplemente gobernando con sensatez y cordura. Anteponiendo los intereses de la nación a los propios egoísmos personales.

Hemos puesto en uso la palabra postureo, la misma postura que emplea el perro cuando huele los vientos y descubre la proximidad de la caza. Han ido de un plató a otro plató, de una tertulia a la otra echándose las vergüenzas unos encima de los otros, buscando pactos imposibles con el único objeto: conseguir la poltrona que les arregle sus futuros. No he oído nada sobre cómo nos van a solucionar la sanidad, el paro, las pensiones. Solo palabras, palabras, palabras y todas huecas.

Estamos asistiendo y así lo han puesto de manifiesto las elecciones celebradas en Europa, que los partidos de la extrema derecha van tomando posiciones muy peligrosas, que ganan los populismos de régimen estalinista y todo porque la clase política es incompetente para adaptarse a los tiempos que nos toca vivir. La corrupción, que carece de color, se instala en todos los partidos y es como la carcoma que va pudriendo la madera.

¿Y ahora, qué? Volveremos a escuchar las mismas canciones y las mismas promesas. Lo malo para ellos y lo bueno para nosotros los votantes es que ya sabemos del armario de donde salen.

Sé que lo que voy a decir es incorrecto, pero me recuerda a aquella frase que empleábamos en nuestros juegos antes de comenzar a correr: ¡mariquita el último!