La ambición en sí no es realmente más que la sombra de un sueño". (William Shakespeare). No sé por qué me ha dado por releer a Shakespeare, posiblemente porque hacía tiempo que lo tenía olvidado o porque lo que acontece estos días me ha incitado a leerlo de nuevo.

No es tiempo de emocionarse con los versos y devaneos de Romeo y Julieta; ni revolver en la locura, en el dolor, la desmesurada ira o la venganza de Hamlet.

Es más bien el momento de leer la tragedia de Macbeth que nos advierte acerca de los peligros que entraña la ambición que, por ocupar un trono, le lleva al asesinato del rey que acababa de recompensarle con títulos y prebendas. Oye la voz de las "Hermanas Fatídicas", las tres brujas, en cuyas profecías le advierten que la codicia será la causa de su ruina y muerte.

No hace falta estrujarse mucho la cabeza para ver las similitudes entre esta tragedia y el espectáculo de nuestra política actual.

Escribe Ambrose Bierce: "La política es la conducción de los asuntos públicos para el provecho de los particulares". No voy a entrar si la ambición la causa la envidia, la avaricia o la lujuria, porque al final, terminaríamos por decir que esta es más fuerte que el amor, como defiende Montaigne.

Pero me quedo con la advertencia de Platón: "el que ambiciona lo ajeno pierde temprano lo propio". Y el país o la nación o España, que ya no sé cómo llamarla, al fondo, como un decorado dispuesto para el drama, la comedia o la tragedia.

Esto de no concluir un acuerdo entre los tres espadas, esta lucha constante para intentar llegar a un pacto, en el que no desean coincidir, que no quieren entenderse, porque es mentira, porque escuchan antes a sus brujas que les engañan que a la voz del pueblo, simple y llanamente se llama ambición. Cuando la política es otra cosa. Si en algo hay que estar de acuerdo con Maquiavelo es en la percepción que tiene de la sociedad: considerando que el hombre es por naturaleza perverso y egoísta preocupado tan solo por su seguridad y que busca el poder sobre los demás.

Y eso es lo que está ocurriendo: todos desean ostentar el poder. Si en algo les interesáramos nosotros, los que les hemos de pagar su sueldo, es que traducen y emplean nuestro voto acomodándolo a sus necesidades y en su propio beneficio.

En mi libro "Fue en octubre", sobre unos hechos ocurrido en la revolución del 34 en Asturias, subrayo una frase del juicio que los anarquistas tenían de Largo Caballero: "Uno de los errores más patentes fue el haber dado la dirección del movimiento a un hombre de mentalidad restringida y de dilatada soberbia que nunca hizo declaración de fe revolucionaria y que fue siempre adalid del socialismo reformista, tipo del obrero aburguesado que no cree en nada?"

Acaso este nuevo adalid crea que llevando de compañeros de viaje a los antisistema pueda domesticarlos haciéndoles adjurar de la destrucción del Estado.

Hay que reconocer que Pablo Iglesias y sus colaboradores nacen en el mismo nido: la universidad. Que conocen bien el movimiento populista haciéndonos comulgar con la idea de que ellos representan la voluntad del pueblo. Si uno se acerca a la historia no cabe duda de que podemos encontrar antecedentes próximos: el Marat de la Revolución Francesa, o el mismo Lenin que valiéndose de ese populismo lo convierte en estrategia asamblearia haciendo estallar la Revolución de Octubre, cuyas consecuencias fueron el asesinato de Alejandro II, la derrota del socialismo reformista y el triunfo del proletariado, es decir, la revolución bolchevique.

Estratégicamente ahora no se apela a la rebelión de las masas, pero se presenta un programa de reformas en la asistencia social, en la distribución de la riqueza, en la defensa de los menos favorecidos, un terreno abonado para cualquier demagogo populista. Que no es, ni más ni menos, que una afirmación silenciosa de movilizaciones.

¿Y qué tenemos en el otro extremo? Una derecha claudicada, inmovilista, acomplejada ante una izquierda que le acusa de todos los males acaecidos a lo largo de la historia y con una corrupción que apesta. Pero a la que no se le reconocerá nunca el haber obrado el milagro de sacarnos de una crisis y que ahora, cuando comenzamos a ver esos tan manidos tallos verdes, ha de abandonar la tierra, renunciar a regarla para que sigan creciendo.

Y ocupando el centro, unos ciudadanos que llegan desde la reserva india del Partido Popular y del Partido Socialista para advertirnos que ellos son inmaculados, la nueva clase política que viene a jubilar a los viejos politicastros.

Todos se miran y todos esperan a ver quién mueve ficha. Y eso les lleva a la parálisis total, al miedo, a calcular los errores que puedan dar al traste con sus anheladas y soñadas poltronas. Porque es lo que hay en juego, sillones, sueldos y dietas. Canonjías que les van a permitir vivir de un sueldo con el que jamás soñaron.

Y nosotros, meros espectadores, sin poder darles una patada en el culo y mandarlos a sus casas. Y en esto llega la sucesora del Condado de Benavente a reclamar el derecho a usar su título. Otra ambiciosa que ni se dignó a recibirnos o a visitar la ciudad en su centenario y que ahora reclama el título porque sabe que es el más antiguo de España.

Su antepasado Pimentel añadió el timbre de sus armas: "Más vale volando". Su última descendiente es menos generosa y sí más egoísta y seguro que lo cambia por el "Más vale pájaro en mano".