Una de las obras de arte más valiosa desde el punto de vista artístico, histórico y emotivo que conserva la colegiata de Xàtiva es el relicario de la vera cruz donada por el papa Calixto III. Una pieza de plata dorada y en parte de oro y esmaltes opacos y translúcidos, labrada en el taller de un orfebre parisino o borgoñón, aspecto este controvertido y aún no resuelto a satisfacción de todos los especialistas. Probablemente fue un obsequio que recibió Alfonso de Borja y tuvo en su poder cierto tiempo, puesto que el estilo y arte con el que algunos elementos están trabajados denotan que, cuando llegó a la Seo, tenía al menos medio siglo.

Los sucesivos inventarios de los objetos de la sacristía de la Colegiata permiten asegurar que el relicario experimentó varias modificaciones, como la pérdida de tres piedras preciosas y la sustitución del escudo Borja. La propia reliquia también fue manipulada o sustituida, dado que la original era de las llamadas «llevadissa» y se extraía cada año para colocarla en el remate de la custodia mayor el día de Corpus, lo que ahora no es posible por estar fija. Durante la Guerra de Sucesión fue robada junto a otras piezas de oro y plata, pues es sabida la codicia que despiertan los metales nobles entre las tropas y entre los ladrones civiles de todas las épocas. En 1712, los canónigos setabenses obtuvieron del arzobispado una excomunión «contra els que hagen furtat robes y coses de or o de plata del servici de la yglésia», medida que no produjo ningún efecto práctico. Sin embargo, nueve años después sucedió algo inesperado y novelesco, y es que un fraile del monasterio de los Jerónimos de Benavente, allá por tierras zamoranas, comunicó por carta a otro fraile de Valencia y este al capítulo eclesiástico de la Seo, que la Vera Cruz de Xàtiva estaba en una casa de empeños de aquella ciudad, lo que había sabido por confesión del prestamista, y que con doce doblones de oro, en calidad de limosna, podría recuperarla. La noticia, a diferencia de lo que ocurrió hace poco más de un año cuando se supo el paradero de una escultura de plata de la Colegiata desaparecida durante la pasada guerra, causó satisfacción. Hubo cierta cautela, sí, para estar seguros de que se trataba, en efecto, de la Vera Cruz de Xàtiva, así como un tira y afloja en la cuantía de la limosna, pero el cabildo recuperó la cruz. Durante las dos invasiones francesas del siglo XIX, la de Napoleón, en 1809, y la de los llamados Cien mil hijos de San Luis, en 1823, en cumplimiento de una orden del monarca, la mayoría del tesoro de la Colegiata fue evacuada a lugar seguro para evitar la rapiña, y en él iba este «Lignum Crucis» de Calixto III que, por suerte, regresó, al igual que sucedió en 1939. No obstante, tanto ajetreo dejó maltrecha la obra de arte y, en 1993, por encargo del señor abad, tomé la responsabilidad de procurar su restauración, lo que se llevó a cabo en el centro de mayor prestigio del mundo, el museo británico, una vez la especialista en esmaltes del museo, miss Jerrilynn Dodds, viniera para evaluar los daños y redactar un presupuesto. Menos mal que, para actuar de intérprete impecable, nos acompañó Manuca desde la recogida en Manises hasta que concluyó su trabajo. Después, se tramitó en el Ministerio de Cultura el permiso de exportación y se suscribió una póliza de seguro por un importe que sería indiscreto revelar. Finalmente, desmontada a piezas, embalada en un sobre acolchado, pasando controles policiales con los papeles en regla y protegida entre el jersey y la camisa para no separarme de ella un instante, la llevé a Londres. ¡La cruz de un papa de Roma en el corazón de la capital anglicana! Imitación de esmaltes. Al taller de restauración de esmaltes del museo se accede por una discreta puerta secundaria situada en la elegante calle del flanco derecho del edificio, y allí dejé la joya, una vez firmados los documentos. Comimos en el «self service» del museo, fatal como era de esperar, pues es sabido que la cocina inglesa goza de escasa reputación, y de allí, al metro de nuevo, camino del aeropuerto de Heathrow para poder llegar a la hora de la cena. Ida y vuelta en el día. Hoy, los esmaltes de la cruz no son los originales de pasta vítrea, que habían desaparecido en su totalidad, sino de resinas sintéticas rojas, verdes y azules, que pudieron imitarse gracias a una fotografía en color.