De la verdad dice el diccionario de la RAE que es «conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente». No cabe duda que la conformidad de las cosas deja en una cierta imprecisión la manera de formar el criterio de cada individuo.

Entiendo que una misma cosa la puedan observar dos personas e interpretar lo que ven de manera distinta; es más, no existen dos visiones iguales para el mismo objeto, pero el concepto que forma la mente es crucial a la hora de la verdad y ahí la obcecación deforma la opinión, sobre todo si aparece un interés personal. La verdad puede ser subjetiva, pero, indiscutiblemente, formulada desde la buena fe y la rectitud.

Indudablemente, hoy día, las opiniones tienen una importancia crucial, pero si en algo nos diferenciamos de épocas pasadas es, sin duda, en la profusión de comentarios tendenciosos de matiz político; siempre ha habido charlas de café, pero antes, aparte de fútbol, como ahorcar el seis doble en el dominó o enjuiciar la mala jugada por la que se había pinchado la subasta no quedaba diálogo para mucho más. Hoy, todos somos economistas, jurisconsultos y doctores consumados en todas las ciencias, claro que con el matiz de seguir los susurros que nos soplen más al oído y, si es posible, que susciten nuestro particular interés crematístico. Hoy, existe una caterva de mentirosos interesados que hacen del mentir una especie de profesión que practican con el único fin de hacer adeptos políticos a la causa de su provecho. Hoy, es inútil tratar de pasar entre los conocidos asintiendo constantemente a sus discursos tendenciosos e inmersos en una moralina, por mentirosa, desvirtuada, y callarse es aceptar las tesis de quien se impone y el que calla otorga. Pasaron los tiempos de Diógenes, el que tenía un barril por casa y andaba por las calles con un farol encendido diciendo «busco hombres decentes»; pero seguimos con el farol encendido buscando, por el mundo, personas que asienten sus principios morales en esa verdad axiomática que se ajusta a natura; no se vislumbran muchos hombres serios y responsables porque el progreso, de la progresía burguesa dominadora de las masas (PSOE, IU,?), consiste en hacer exaltación de la perversión de natura, elevar el vicio a condición de costumbre y de la mentira hacer razón.

Normalmente y contra todo principio al respecto al interlocutor, en reuniones de café y tertulias de chateo, todos tenemos el afán, se hable de lo que se hable, de imponer nuestras razones y nuestras verdades como algo indiscutible; todos caemos en la sabiduría henchida de conocimiento que tenemos acumulada de escuchar a los supersabios de la tele, los «sabetodo»; todos conocemos rigurosamente la verdad de las verdades porque lo dijo, normalmente, alguien indeterminado e impreciso; todos, a conciencia, somos sectarios de aquí o de allí; todos actuamos desde unos presupuestos de falsos ideales que, en muchos casos, benefician solamente a los que nos engañan con su demagogia y por su interés privativo; he ahí el motivo de muchas desavenencias interpersonales.

Qué raro beneficio nos mueve, desde la parcialidad, a arrimar el ascua a nuestra sardina aunque la sardina sea ajena y, muchas veces, por encima de toda razón e imponiéndonos con desprecio a otras opiniones desde criterios maliciosos y sectarios. Ahí está el desastre de nuestro compromiso, la mentira facciosa que impera y daña a todos, porque mentir, según el RAE, es «la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa».

Me duele la maldad de los políticos mentirosos y partidistas a ultranza, los que han hecho daño y quieren cargar las culpas, como inocentes corderitos, a otros; y los partisanos disciplinados de pancarta, bocata y cerveza que absorben en sus carnes el daño de la injusticia que promueven.