Joaquín Díaz no aguarda la visita de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA en el interior de la antigua casona que alberga la Fundación que lleva su nombre en Urueña (Valladolid), sino que sale a recibirnos con un fuerte apretón de manos. No le apasionan los reconocimientos, va en su carácter, pero el de Zamora de hoy en el Teatro Principal (19.30 horas, Facebook Live) es especial y augura que se emocionará, "aunque espero que no demasiado".

-Los músicos que participan en el homenaje "Zamora canta a Joaquín Díaz" subrayan su papel clave en la España del éxodo rural, cuando los pueblos comenzaban a desnaturalizarse. ¿Era consciente de ello en los años sesenta y setenta?

-Cuando comienzas una aventura así no tienes una visión de futuro. Yo lo veía como algo muy necesario. Me di cuenta de que cuando comencé la universidad existía una carencia: a mí me interesaba cantar una canción, pero explicar también de dónde venía y qué relación tenía con nosotros mismos, qué parte del patrimonio de cada uno ocupaba. Ocurre que cuando crees en algo y lo cuidas, al final resulta que has hecho un trabajo largo.

-¿Dónde nace esa creencia? Usted cantaba otras cosas?

-Empecé cantando de todo: canciones populares en el colegio, temas de cantautores como Bob Dylan que no se llevaban en aquel momento? Después de una serie de encuentros con gente de Estados Unidos, todos venían a decir lo mismo: tienes un patrimonio muy rico, que además yo tenía muy cerca, en mi propia casa. Desde que me ofrecen grabar el primer disco, en 1967, todo es ya español. Aunque era más difícil cantar a Dylan que cosas españolas.

-¿Cómo recuerda aquellos viajes por Castilla y otros lugares de España? ¿Es cierto que a veces no tenía siquiera donde dormir?

-Al final siempre encuentras algún sitio (ríe)? Todos los que hemos hecho viajes, hemos tenido nuestras dificultades, pero tampoco yo le daba mucha importancia. El trabajo era el contacto directo con gente que me podía contar muchas cosas interesantes y, sobre todo, escuchar a la gente. Eso ha sido una escuela fundamental para mí.

-Dice Luis Delgado que su mérito ha sido embellecer canciones que eran interpretadas en los pueblos, en ocasiones, con no mucha fortuna.

-A todo lo veía una calidad, sobre todo era gente que sabía comunicar debido a su profesión. Detrás de esa voz cascada había algo: esa señora se cree lo que está cantando.

-¿Autenticidad?

-Lo que me cantaban en realidad era parte de sus propias vidas. Insisto mucho últimamente: nosotros no recordamos el repertorio que tenemos porque las canciones sean buenas, sino porque nos gustaron en un momento determinado por algún motivo, una experiencia importante en la vida.

-¿Qué papel desempeñó la guitarra para usted en esa búsqueda de una visión artística?

-Mi madre era pianista y lo lógico es que hubiera estudiado piano. Su sentido artístico quedó en segundo plano por lo que le impusieron en su formación musical y acabó truncado por la guerra. Ella no quería que fuera músico y le di un disgusto. La guitarra llegó porque era la época. Si hubiera nacido en el siglo XIX, habría interpretado el piano. Aprendí muy rápidamente: el primer profesor que tuve, a la tercera clase me dijo: "Yo ya no te puedo enseñar más". Tenía facilidad y me dediqué a ese instrumento, aunque he interpretado otros.

-¿Tenía clara la melodía cuando hablaba con los informantes en los pueblos?

-Sí, en el momento de escuchar la melodía ya sabía lo que iba a poner alrededor. Es lo más personal que he aportado. Lo más artístico es la forma de ver el arreglo de una canción, que debe quedar no muy lejana de la original, pero lo suficientemente distinta para que se vea que se ha hecho un trabajo.

-¿Cómo recuerda la época de los directos, cuando el público asistía entusiasmado?

-Para mí es un misterio el entusiasmo de la gente. Hace poco una señora de mi edad me decía que iba enardeciendo al público cuando cantaba "Carretera abaxu va" y yo le respondía que no pretendía enardecer a nadie. Muchas veces es lo que tú quieres oír. Vas con una idea, encuentras a una persona que piensas que puede conectar contigo y hay una unión. Eso ha funcionado toda la vida.

-Y entre esas canciones, "El frente de Gandesa"?

-Las canciones de la Guerra Civil había sitios y momentos en los que se podían cantar, aunque a mí me han pasado cosas rarísimas. Eran temas que tenían interés y yo quería demostrar que la música fue el único elemento que unió a dos "Españas" muy separadas: la música era la misma y solo cambiaba la letra. Por otro lado, lo que se llama el "contrafactum": una forma de transmitir con una melodía conocida una letra que a uno le interesaba cambiar. Es el caso de "El frente de Gandesa".

-¿Hubo alguna canción que no pudo cantar por miedo o imposición?

-No, yo canté, milagrosamente o no, todo lo que quise. Siempre había un policía en los recitales. Lo sobrellevabas como podías. Muchas veces era el mismo señor, que me venía a preguntar amablemente: "¿Va a cantar usted algo distinto de lo que pone aquí?". Casi siempre le decía que no, pero que si me pedían algo...

-Afirma Carlos Beceiro que usted fue el inventor del folk, ¿cree haber hecho algo distinto a los demás en la época?

-Cuando hablé con Nacho Sáez de Tejada, de Nuestro pequeño mundo, me decía que no me daba cuenta de que fui uno de los primeros que tocaron "umplugged", es decir, sin enchufe. Era la moda de las guitarras eléctricas. Yo le dije que no tenía constancia de haber hecho algo importante. Al cabo del tiempo, sí lo apreciamos. Yo recuerdo muchas veces haber cantado sin micrófono, porque los equipos eran muy malos.

-Y sin embargo, las grabaciones de la radio suenan fenomenal?

-Tenías la garantía de que se grababa bien. En general, las actuaciones en directo eran penosas, pero hubo una excepción. En 1992, por la pesadez de un productor alemán, accedía a cantar en Alemania en un evento sobre la comunidad sefardí. Llegado el momento, en el 90 había muerto mi padre y en el 91 mi madre, y yo no tenía ganas de cantar. Le envié una carta para que me disculpara y anulara el precontrato, con la mala suerte de que había cambiado de dirección y no le llegó la carta. Llegó la fecha y me mandó el programa, entusiasmado. No tuve más remedio que ir y lo que verdaderamente compensó el viaje fue el sonido.

-Habían pasado ya muchos años desde que decidiera bajarse de los escenarios?

-El último recital lo di en la Fundación March en 1976, pero había dejado en 1974 de cantar. Yo dejé de cantar completamente, no era de esos que de vez en cuando cogen la guitarra. No sé si cuando habrá la funda, seguirá ahí la guitarra. Era complicado volver a meterse en el papel, porque un concierto en directo requiere una preparación.

-Pero aquel concierto en Alemania fue extraordinario?

-Hice lo que pude. Si hubiera seguido, lo hubiera hecho de otra manera.

-Hay un disco muy querido en Zamora: "Canciones de Sanabria". ¿Cómo recuerda la experiencia?

-Es un disco que me salió de dentro. Siempre he dicho que a mí me engendraron en Sanabria. Mi padre era muy ordenado y metódico: nos íbamos de vacaciones a Puebla en verano y tenemos los hijos allí, en agosto. De siempre, unido a las cosas que me contaba mi padre, que estuvo en el distrito forestal, a mí me gustó mucho. Tenía que responder a esa llamada y cuando llegó el momento, me fui a recoger canciones, días, a veces meses. El disco de Sanabria fue el comienzo de una serie de trabajos fuera del contexto provincial, más en las zonas naturales, las comarcas.

-Como el de los Ancares, ¿verdad?

-Así es. Lo hice con toda la ilusión y supongo que salió, más o menos, de dentro. No fue un compromiso. Ese tipo de discos eran dudosos para las discográficas. Les decías que ibas a hacer un disco sobre Sanabria y te preguntaban: "¿Eso dónde está? A mí me apetecía y tengo que agradecer que las discográficas me dejaron hacer cosas que no se llevaban. Gracias a esa libertad, hice lo que quise.

-Pablo Madrid y Alberto Jambrina subrayan que usted les abrió el camino y que ellos, años más tarde, todavía consiguieron testimonios nuevos de canciones tradicionales.

-A mí me había pasado también. Yo recogí el testimonio de una señora, Andrea Morán, que ya había hablado con García Matos. Era gente que había estado allí toda la vida, tenían noventa años, y yo sería el tercero que pasaba por allí. La señora casi hasta sabía lo que tenía que cantar. En otros casos, reaccionaban con miedo: ¿Me va usted a grabar? Cuando fueron Alberto, Pablo y González Matellán a casa, recuerdo su enorme interés.

-Una comarca pobre en dinero y rica en tradiciones, dicen ellos.

-Cuando yo llegué Sanabria estaba ya al cincuenta por ciento de lo que habría podido tener en época de mi padre. Veinte o treinta años antes, hubiera sido increíble, me hubiera quedado allí a vivir probablemente. Recuerdo que me llevé un disgusto tremendo cuando comenzaron los incendios, se destruía parte de un patrimonio mío. La gente de Sanabria era especial. Cada vez que iba a nacer un hermano, mi padre llevaba a una chica para que ayudara a mi madre. En mi caso, me tocó una joven de Padornelo, Marcelina, que es la que me enseñó a cantar. Eso y el haberme encontrado con gente que había estado en casa de mis padres hacía que fuera algo cercano.

-Los participantes en el homenaje, la mayoría amigos suyos, coinciden en su generosidad. ¿Por qué?

-Agradezco que digan eso, pero lo he hecho porque lo consideraba una inversión. En la época universitaria me fastidiaba mucho que los departamentos fueran centros cerrados a la gente. Para mí era lo contrario de la universidad, que busca la universalidad. Lo lógico es que si compartes tu investigación con otra persona, esa persona te dará una pista. Si eres capaz de asimilarlo, podrás incorporar un nuevo dato. Ese tipo de comunicación me ha salido natural. Si venía gente a pedirme canciones y lo iban a hacer bien, el resultado sería interesante.

-Las colaboraciones con otros artistas han sido constante, algo que tampoco era habitual.

-Ahora es más natural. Las discográficas se ponían nerviosas, diciendo que "ese no es de la casa". Hace poco saludé por la radio a Víctor Manuel. Cuando dejó la discográfica Belter, yo era director de la parte internacional de Movieplay. Me dijeron los directivos que intentara convencer a Víctor Manuel que se viniera. Lo invité a mi casa y estuvimos charlando toda la tarde. Y yo me decía: "Si yo mismo no estoy contento con la casa en la que estoy, ¿para qué le voy a meter en un lío?". Cuando terminamos de hablar, se lo conté. Al día siguiente, la discográfica me preguntó y yo puse un pretexto.

-Es conocido que usted no hace segundas versiones en los estudios de grabación, ¿por qué?

-(Ríe) Mi madre me preguntaba siempre cuándo ensayaba y yo le decía que lo hacía mentalmente. Una vez preparado, ya podía cantarla. Siempre me fiaba de la primera versión. Es como cuando sale el agua de un manantial, cuando lleva kilómetros recorridos, el agua no es tan pura. Algunas veces he tenido que repetir y tampoco salía tan mal. Era una manía. Lo hacía porque los minutos de grabación eran una pasta en los estudios. Para que las producciones fueran económicas y poder cantar lo que quería, lo hacía así. No como Luis Aguilé, que se pasaba tres meses grabando la canción del verano, ¿cómo no iba a serlo?

-Más allá de la música, ha hecho una importante labor de recopilación en libros.

-De las seis que me levanto a las nueve tengo tres horas que puedo dedicar a escribir tranquilamente.

-¿Cómo ve el panorama actual de la música tradicional? ¿Continúa la evolución?

-He vivido distintas épocas. Antes, lo que se llamaba folk tenía un sentido popular, la gente lo aceptaba y cantaba. Hoy día es más difícil. La música de tradición oral, étnica, tiene determinados ámbitos en los que se desarrolla, pero tiene poca presencia en los medios. Pasa de ser una música popular a otra que interpreta otra persona. Cantar, como antes, en las bodegas? va poco a poco siendo más escaso. Cambia el sentido de la interpretación pública de la música. Lo importante no es la evolución, sino el contenido, que sigue siendo el mismo: una historia bien contada.

-Fruto de su labor, aparecieron los reconocimientos, los premios. Da la impresión de que a usted, en todo caso, no le hacen falta?

-Falta le hacen a todo el mundo. Si te reconocen algo, luego es más fácil encontrar ayuda en tus iniciativas. Son trabajos con una repercusión social. La Fundación, donde trabajan ocho personas, está en Urueña, donde funcionan los restaurantes y las casas rurales. Nunca me disgustaron los premios, aunque tuve una época que no quería recibir ninguno.

-Y hoy llega el homenaje de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, en su tierra. ¿Va a ser especial por este hecho?

-Especial sí, porque siempre me he considerado zamorano y ahora, más que ser de aquí, pertenezco a Zamora. Es una sensación distinta. Significa algo más que si me lo hacen en Madrid. El hecho de haber escuchado en casa que todo zamorano era bueno? Mi madre me contaba que había llorado mucho cuando se había ido de Zamora a Valladolid, porque allí eran "muy antipáticos", mientras que en Zamora hablaba con todo el mundo.

-El periódico ha buscado un cartel en el que haya gente joven que lleve a su terreno las canciones de su discografía, que no son de su época?

-La época es lo de menos, pueden escuchar canciones que le hayan escuchado a alguien. Quien canta a Häendel, no es de su época.

-Entre esos músicos, la pianista Natalia Zapatero ha llevado a su instrumento "Caminito de Avilés"?

-¡Arrea, qué bueno! Todo lo que he visto y oído en los vídeos me gusta y me entusiasma que gente joven tengan la ilusión que tenía yo cuando empecé. "Caminito de Avilés" se lo escuchaba a mi padre y me llega al alma.

-En Zamora siempre se le vio ajeno, al vivir en Valladolid, ¿este homenaje es un reencuentro?

-En Zamora he estado mucho, pero no se notaba. He pasado dos años viniendo todos los días trabajando en el Museo Etnográfico y todavía tengo pesadillas por las noches? Pero la gente de Zamora me recuerda perfectamente.

-¿Es cierto que su primer recuerdo musical es la Semana Santa de Zamora?

-Lo he pensado porque igual que recuerdo escuchar la radio, un día la Banda de Zamora me envió un disco que iban a publicar. Lo puse mientras comía y, de pronto, empecé a llorar y no sabía por qué. Escuchar la música de Semana Santa me hizo volver a un momento que escuche a la Banda, seguramente con el maestro Haedo al frente.