Hay noticias que parecen buscar al periodista y no el periodista el que busca la noticia. Y el caso de Palamós es una de ellas. Así lo expresó ayer Marisol López del Estal durante la presentación de «El último claustro», el primer libro del escritor José María Sadia que quedó prendado por los enigmas del caso Palamós: ¿Qué hacía un claustro románico, la última joya medieval, junto a una piscina en una finca de lujo de Palamós? ¿De qué monasterio fueron arrancadas sus columnas, arcos y capiteles? ¿Cómo llegaron sus piedras al Madrid de los años treinta desde Salamanca?

Estas fueron algunas de las cuestiones que propiciaron la exhaustiva investigación del autor zamorano en tiempos pretéritos a través del mundo del coleccionismo, el expolio artístico y la diáspora de algunos de los monumentos más preciados del país a comienzos del siglo XX cuyos pormenores fueron relatados por el periodista de esta casa en una mesa redonda celebrada en el marco del Club LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA.

«Desde el primer momento algo nos decía que ese claustro tenía que ver con Zamora. Será instinto o casualidad pero así fue», recordaba la directora del diario durante el foro. A su juicio, la «impecable» investigación llevada a cabo por José María Sadia e iniciada a través de las páginas del periódico, dieron como resultado un libro «que ayuda a tomar conciencia del valor de un patrimonio que durante los años descritos fue objeto de un expolio continuado». Para López, la publicación supone, además, «una perfecta mezcla de las fuentes de la historia y de la intrahistoria que rodea al enigma del claustro». Y es que a raíz del hallazgo en junio de 2012, «la familia Martínez se convirtió de la noche a la mañana en el objeto de todas las miradas», tal y como rememoró el autor, quien se queda con la parte «humana» del descubrimiento asegurando que la historia de los Martínez está por encima de la propia investigación. Se trataba de una de las primeras familias propietarias de un anticuario. Y era zamorana. En los años veinte, Ignacio se trasladó a Madrid junto a sus parientes para continuar con el negocio familiar pero el estallido de la Guerra Civil cambió sus designios: en los años treinta se vieron obligados a reemplazar la capital por la ciudad condal. En Barcelona comenzaron una nueva vida e intentaron hacerse un hueco en el mundo de la restauración dejando atrás el coleccionismo.

«Murió en 1956 y con él se llevó el secreto del origen del claustro al que siglos más tarde le seguimos dando vueltas, de hecho los mayores expertos no han sabido dilucidar si el claustro de Palamós es auténtico o no», lamentaba. Una incógnita a la que él mismo trató de dar respuesta. ¿Era el claustro de Palamós la última joya del arte románico español o una genialidad de un anticuario?

El exdirector del Archivo Histórico Provincial lo tiene claro. «Estoy convencido de que una parte aunque sea mínima es antigua, verdadera», confesaba con aplomo durante la mesa redonda. Pese a no haber visto el claustro en persona, sí a través de fotografías, Ferrero defendió la autenticidad de parte de los materiales que tanto atraían a los grandes magnates, quienes adquirían obras de arte «a mansalva» que daban pie a un incesante mercado.

En la misma línea, José Luis Hernando, doctor en Historia del Arte, lamentó la falta de protección del patrimonio artístico nacional hasta la promulgación en 1933 de la Ley relativa al Patrimonio Artístico Nacional. En este sentido, el historiador y gestor cultural Sergio Pérez Martín rescató de la memoria la importancia de la labor realizada por Manuel Gómez-Moreno, autor del catálogo monumental de varias provincias, entre ellas Zamora. «Los catálogos se convirtieron en una fuente fundamental que perseguían el conocimiento y la protección del legado patrimonial, en serio peligro con el cambio de siglo, y frustraron en buena medida la salida de piezas al extranjero».

Lejos de descubrir su verdadero origen, «El último claustro» arroja luz a esta entramada historia y pone en valor la investigación realizada por José María Sadia desde LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, cuyas páginas lograron traspasar el periódico en el año de conmemoración de su 120 aniversario.