Mi relación con Zamora siempre se ha enmarcado en ese espacio que la mente humana dedica a la evocación, allí donde convergen la genética y el recuerdo para crear un mundo elevado y hermoso al que dan forma la herencia y la educación. En Zamora di mis primeros pasos bajo la atenta mirada de mis padres y del aya Marcelina, que era de Padornelo. La vida me llevó después por los derroteros de la investigación y de la música, pero no pudo desvincularme de Zamora, adonde volví muchas veces para aprender de sus gentes y disfrutar con sus paisajes.

Ese aprendizaje, la captación de la ética y de la estética zamoranas, me ayudó mucho a la hora de tomar las decisiones que marcarían el rumbo de mi existencia. Es probable incluso que tuviera bastante que ver con el impulso que me llevó a elegir un pequeño lugar como Urueña para vivir y trabajar. Hace tiempo que vengo repitiendo una idea que ya se ha convertido en una constante a lo largo de mi trayectoria vital: el futuro que dependa de nosotros tendrá que edificarse sobre una visión amplia y dilatada que nos permita levantar la mirada por encima del entorno haciendo de lo local una base para observar el universo, al que sin duda pertenecemos. Quiero decir con esto que la riqueza es algo más complejo que el valor del dinero o el cálculo de la renta per cápita. La auténtica riqueza nos la proporciona la posibilidad de dar un paseo una tarde de domingo y encontrarnos con aquellos amigos que nos conocen y son parte de nuestro entorno, y con los que todavía podemos conversar de temas comunes. Lo otro -la prisa, la macroeconomía, las noticias fugaces, el exceso de información, el consumismo- no hace sino alejarnos del real y verdadero "estado de bienestar".

Estas reflexiones y otras muchas me han venido a la mente los días pasados, cuando el diario desde cuyas páginas escribo ahora y unos cuantos amigos se han reunido para hacer un homenaje al patrimonio de la tradición en mi persona. Bien sabe Dios que he aceptado el envite conociendo a ciencia cierta la sinceridad de su propuesta y la necesidad común de revisar en qué lugar de la escala de valores colocamos a la tradición, esa riqueza intangible que nos une a nuestros antepasados y nos confiere un apellido y una identidad. Necesitaría todas las páginas de La Opinión-El Correo de Zamora en su edición dominical para dar las gracias a quienes han intervenido en una demostración tan grande de cariño, que me ha conmovido como solo lo puede hacer aquello que sale del corazón. Gracias a todos por todo. Por los días inolvidables y por los sentimientos transmitidos. Gracias.