En el primer número de EL CORREO DE ZAMORA, entre las proclamas de su ideario asentado dentro del círculo tradicionalista y declarado defensor del catolicismo a ultranza, aparece una sección denominada «Carta de Madrid» en la que se da cuenta de la enfermedad de «La Señora de Sagasta», que moriría pocos días después, celebrándose el funeral en la iglesia de San Vicente. La esposa del que fuera jefe del Partido Liberal, por tanto en las antípodas ideológicas del, entonces, nuevo periódico, era la zamorana Ángela Vidal Herrero y ni su personalidad ni su trayectoria encajaban fácilmente con las directrices morales de la época, mucho menos para las emanadas del círculo carlista. A Ángela Vidal la habían casado a los 15 años de edad con un militar que le doblaba la edad y que, poco después de la boda, se reincorporó a su regimiento.

Sagasta nunca tuvo que recurrir al rapto, como cuenta la leyenda. A la que sería su mujer hasta el final de sus días le sobraron arrestos para decidir fugarse con el entonces ingeniero y tener a su primer hijo en Sanabria, mientras el futuro jefe de Gobierno ejercía de ingeniero en la construcción de la carretera. Influyó en la trayectoria política de Sagasta, que encontró también los apoyos de la familia zamorana de los Vidal, aunque nunca pudo pisar la Corte madrileña, ni siquiera cuando, muerto el primer marido, se casó al fin con el amor de su vida.

Esa pequeña nota, en aquel recién nacido Correo, apegado al carlismo, podría considerarse como un presagio de lo que las páginas del diario darían cuenta a lo largo de los años siguientes sobre cómo la mujer adquiría cada vez mayor protagonismo social en una lucha por la igualdad que todavía continúa. El movimiento sufragista había comenzado a dar señales de fortaleza en la Europa de principios del siglo XX, incluso en países nórdicos como Finlandia llegaron a ocupar escaños en 1907. En España los cambios iban a otro ritmo y en una provincia agraria como Zamora, donde la educación estaba solo al alcance de unos pocos privilegiados, el papel femenino estaba restringido a cánones de conservadurismo que la alejaban de cualquier otra función que no fuera la de paciente y obediente esposa, administradora del hogar.

En esos años alcanza cierta popularidad un anuncio que se repite también en las páginas de EL CORREO DE ZAMORA: las Píldoras Pink, remedio anunciado en un principio para lo que la ciencia médica definía como «histeria», esto es, enfermedad asociada a los «trastornos femeninos». La publicidad se suavizaría, pero la protagonista de la debilidad seguía siendo la mujer.

«"Ya no soy más que la sombra de mí misma". He aquí una expresión que a menudo se halla en los labios de las mujeres minadas por los dolores de estómago o anemia», rezaba la propaganda, dando por sentado que a los hombres nunca le acecharían ni uno ni otro mal. Aquella panacea se vendía en las farmacias al precio de 4 pesetas la caja en 1913. Por supuesto ni se indicaba composición ni, mucho menos, contraindicaciones o efectos secundarios. Por entonces, en las páginas del periódico zamorano, aparece con cierta regularidad la firma de una mujer a través de reproducciones de artículos de la periodista y escritora Concha Espina que se publican en una sección denominada «Letras femeninas», dedicadas, sobre todo, a críticas literarias.

EL CORREO abrazó pronto la causa del catolicismo social y es frecuente encontrar artículos de periodistas como Severino Aznar, sociólogo, de quien se recoge una crónica con ocasión del congreso de UGT en julio de 1914. La organización vinculada al Partido Socialista había incorporado un año antes a la primera mujer, Virginia González, a su comité nacional. Alabando sus dotes de oratoria, el periodista describe encontronazo entre la socialista y un correligionario que reclamaba leyes nuevas: «¿A qué ese afán en pedir leyes nuevas si no sabemos llevar las que tenemos? Hay una ley para proteger el trabajo de la mujer y del niño ¿quién hace caso de ella? ¿Quién la cumple? Vosotros mismos, tan fieros y levantiscos, ¿Qué hacéis para que esa ley sea respetada? Estas palabras fueron recibidas con hilaridad, pero son acaso las más discretas y exactas que se han dicho en el Congreso», concluye el periodista.

Severino Aznar hace una ardorosa defensa de la mujer en aquel año trágico para Europa: «No hay movimiento alocado feminista en la clase media española; no hay organización obrera roja en la clase proletaria. En toda España no hay más que doce agrupaciones femeninas socialistas que no ejercen ninguna influencia en la condición del trabajo de la mujer (€) Nos queda la mujer y seremos egoístas e injustos no defendiendo su causa y seremos torpes, flojos y abandonados no conquistándola para las organizaciones obreras católicas».

Pronto habrá un acontecimiento que convulsionará el mundo conocido y que cambiará para siempre el debate sobre el rol de la mujer, incluso en lugares tan remotos como Zamora. La I Guerra Mundial llevó al frente a millones de hombres. En la retaguardia, las fábricas, los transportes, el abastecimiento y, por supuesto, los hogares, quedaron al cargo de las mujeres. EL CORREO dedicó una profusa información al conflicto bélico desatado en 1914, con una postura alineada claramente con Prusia y el káiser Guillermo II.

Finalizado el conflicto, en 1918, para quienes habían sostenido sobre sus hombros la economía llegaba lo que las páginas del diario zamorano denominaba «La desmovilización» de las mujeres recogiendo una crónica de Luis Berger fechada en París, en marzo de 1918, donde ya se reconoce «la profunda transformación que en los hábitos, costumbres y género de vida de la mujer ha traído la guerra».

Solo en Francia se calculaba que cinco millones de mujeres habían asumido puestos de trabajo que serían reclamados por los hombres que regresaran del frente. No todas estarían dispuestas a dar el paso atrás: las viudas, huérfanas, pero también todas aquellas que ya eran conscientes de su valía profesional, idéntica a la del hombre. Los cambios afectarían, incluso, a la moda que esclavizaba el cuerpo femenino hasta la deformación, para disgusto del tradicionalismo que conminaba a las mujeres cristianas a ni perder «en pocos días el rico tesoro de pudor», según la «Alocución pastoral», publicada en el periódico.

Por entonces, ya aparece acuñado el término feminismo, a menudo asociado con protestas violentas, como las registradas en Barcelona en 1914. Eso daba pie, en las páginas del periódico, a la aparición de posturas encontradas. Y así, en 1918, una arenga firmada por Casimiro M. Ramos proclamaba: «Si el feminismo ha de ser rebelión, intranquilidad, desorden público, yo detesto de él. Si con él se pretende que todas las mujeres sean cerebrales, marisabidillas (€) y que lleven trajes cortados por modistos, sin lazos, sin flores al pecho, sin perfumes virtuosos y que sus ojos lleven gafas de pantallas con bastón y sombre de paja, sobramos en la sociedad los hombres. Si la mujer abandona el quehacer doméstico para dedicarse a la literatura, hay que temer una posible degeneración. El hombre ha de ser hombre y la mujer, mujer».

En 1919, de la mano de la Iglesia surge la Acción Católica de la Mujer, en defensa de sus derechos dentro del ámbito de la familia, reivindicando su papel importante dentro del hogar. EL CORREO prestará sus páginas a la promoción de la organización, a través de escritos de la propagandista católica María de Echarri, asidua firma también en la sección «Letras femeninas».

En ese año, y de la mano de un político conservador, Burgos Mazo, se produce la primera iniciativa de otorgar a la mujer el derecho de sufragio. La propuesta, que nunca llegó a debatirse en el Congreso, permitía el voto femenino a mayores de 25 años, pero no el derecho a ser elegidas. Además, debían votar en un día diferente al asignado a los hombres. Aquella propuesta, apoyada por la derecha también fue ampliamente defendida desde las páginas del periódico zamorano. Sin embargo, los pasos más firmes no llegarían hasta la instauración de la República, en 1931, con el derecho a sufragio. En diciembre de ese año, EL CORREO DE ZAMORA, ya bajo el epígrafe de «Diario católico», se felicita por lo conseguido: «Siquiera una vez hemos coincidido con los socialistas en apreciar el derecho de la mujer al voto (€) Estamos de enhorabuena. El principio católico de reconocimiento a ese derecho ha prevalecido, aunque por la decisión socialista se haya alcanzado. Probablemente ni ellos mismos se dieron cuenta de la gravedad que tal acuerdo entraña para su causa, pues la mujer española, aún sin pensar en sus arraigados sentimientos religiosos es de un marcado instinto conservador». El periódico venía a dar la razón a Victoria Kent, de Izquierda Republicana, quien, en oposición a Clara Campoamor, del Partido Radical, sostenía que, si bien era lógico otorgarle los derechos a la mujer, resultaba inoportuno puesto que sus votos irían a parar a los partidos de derecha por la gran influencia de la Iglesia sobre la conciencia femenina.

Durante la campaña de las elecciones de 1933, tanto a las generales como a las municipales, EL CORREO se transformó en un hábil propagador de las doctrinas de la derecha aleccionando a la mujer. Con voto femenino o sin él fueron las derechas las que se impusieron con la victoria de la CEDA que, sin embargo, dio participación a seis diputadas. En Zamora, la derecha triunfaría también en las elecciones Generales de 1936, antes de la Guerra Civil.

El régimen de Franco devolvió a la mujer a la minoría de edad social. El hogar y los deberes maritales volvían a ser sus principales quehaceres. En las primeras páginas de aquellos años en EL CORREO se justificaba, en pleno nacionalcatolicismo, la ausencia participativa de celebraciones señeras como la Semana Santa, que cobra a partir de los años 40 un protagonismo absoluto en la capital zamorana y en la que, setenta años más tarde, aún no es cofrade de pleno derecho en todas las hermandades.

La creación de la Sección Femenina y sus actividades conforman el grueso de las publicaciones de EL CORREO en los primeros años de dictadura. La mujer vuelve a ser una extraña en cualquier otro ámbito que no sea el doméstico: «¿Una mujer sustituirá a Truman?», se pregunta EL CORREO DE ZAMORA en febrero de 1950, sobre la posibilidad de que la senadora Margaret Chase Smith aspirara a la Casa Blanca. Por el despacho oval aún permanece inédita la presencia femenina, más allá del papel de Primera Dama, tras perder esa posibilidad en noviembre de 2016 Hillary Clinton. En los años 50, el periódico concedía mayor credibilidad a la «nueva revolución en la manera de cocinar», con la aplicación Radar, precursor del microondas. Huelga decir que, por entonces, la mayoría de hogares zamoranos no disponía ni del aludido radar ni de otros muchos electrodomésticos que hicieran más cómoda la atareada vida de las que, en su DNI, se veían obligadas a estampar en el apartado de profesión, «sus labores». Las cocineras seguían resignadas a los fogones pese a los temores expresados en la crónica periodística.

La batalla por la igualdad no cesó con la recuperación del sufragio femenino en la instauración de la democracia, en 1977. La primera diputada zamorana no ocuparía escaño hasta once años más tarde con Pilar Izquierdo Arija, por el Partido Popular. Lo hizo en sustitución de José María Ruiz Gallardón, fallecido en noviembre de 1986 y, posteriormente, en 1989, formando ya parte de la candidatura liderada por José Manuel Otero Novas. En ambos casos, los hombres cabeza de lista eran «cuneros» frente a la zamorana. Aunque la presencia de la mujer fue notoria en los ayuntamientos como la socialista Andrea Ramos, edil y teniente de alcalde de Andrés Luis Calvo en los mandatos del 83 al 87 y de 1991 al 94, hubo que esperar a 1999 para que una mujer, Pilar Álvarez, ocupara la presidencia de la Diputación y a 2007 para que Rosa Valdeón se convirtiera en la primera alcaldesa de la capital.

Eso no significa que la participación femenina sea relevante en una provincia donde los techos de cristal siguen siendo difíciles de romper, en la que los salarios de los hombres siguen hasta un 15% por encima y donde el paro femenino sigue mandando las estadísticas. Las Píldoras Pink han sido sustituidas por supuestos adelgazantes y otros milagros en un plano, el estético, donde se camina hacia la igualdad en sentido contrario: los hombres se «cosifican» para que las «mujeres florero», aún motivo de polémica, no se sientan tan solas en ese lastre machista que aún perdura.