Cinco años habían pasado desde que Zamora y Benavente habían perdido sus respectivas audiencias criminales dependientes de la Territorial de Valladolid, en las que se desarrollaban juicios desde 1883 para resolver delitos, cuando el periódico de Zamora comenzó a recoger en sus páginas la crónica judicial, dando cuenta de aquellos crímenes, que terminaban en pena de muerte para los reos, y otros sucesos que conmovían a los zamoranos.

Para aquel año de la creación del principal medio de comunicación de Zamora, 1897, el territorio contaba con una Audiencia Provincial puesta en marcha en 1892, desde donde los periodistas de la época contaban con una estrecha colaboración de los jueces y fiscal que investigaban los luctuosos hechos, hoy mucho más distante a decir de los documentos. De esas buenas relaciones dan fe las crónicas que ilustraban a los zamoranos sobre asesinatos y «juicios por jurados» de aquellos años, como el denominado «el crimen del mesón», causa que se instruyó en el Juzgado de Benavente entre agosto de 1915 y noviembre de 1916, y que terminó con la condena a muerte de los acusados.

Fue aquel asesinato de un vecino de La Bañeza, Ignacio Otero Otero, perpetrado el 25 de agosto de 1915, por dos hermanos, la mujer de uno de ellos, que iban a venderle una casa en la calle de Los Herreros de Benavante, y otro varón. Los hermanos fueron a buscarle a la Bañeza para llevarlo a Benavente y cerrar el trato, y se alojó en la casa de uno de ellos, donde le asfixiran para robarle entre 5.500 y 10.000 pesetas, «montaron el cadáver en un burro del Jerónimo y simulando que iba vivo, tomando la precaución de atarle el sombrero a un ojal de la chaqueta por si se le caía», le llevaron a Santa Colomba de las Monjas para arrojarle al río Esla.

Se trata de uno de los dos o tres crímenes que cada año se registran en la provincia, según los datos que baraja el Instituto de Medicina Legal de Zamora, constituido en marzo de 2011, con medios mucho más sofisticados de los que en aquellas postrimerías del siglo XIX y principios del XX, cuando el médico especializado realizaba las autopsias en salas de cementerios de las localidades más grandes de la provincia y no en todas.

La crónica negra de la provincia ha llenado páginas del centenario diario, en las que se deja constancia de cómo el hombre continúa cometiendo atroces crímenes con sus propias manos y métodos crueles, como el usado por el Quintas, Manuel Martínez Quintas, para poner fin a la vida de dos jóvenes biólogos, amordazados y atados, enterrado él en la arena y ella arrojada y empujada al fondo del río Duero hasta morir en la isla de Las Pallas, el 14 de enero de 1983. Se le condenó a 76 años de cárcel. En 1997, en su primer permiso, violó a una mujer, lo que le condujo de nuevo a presidio. En la memoria más reciente está el asesinato por resolver de la joven de 26 años Susana Acebes, el 16 de septiembre de 2000, golpeada cuando dormía en su casa del barrio de San José Obrero y estrangulada con su propia camiseta.

El Quintas ya no fue recluido en la prisión de Zamora en 1997. La provincia había perdido dos años antes la cárcel, mítica en los últimos años de la dictadura franquista por convertirla en concordatoria, en el presidio de un centenar de curas vascos que se mostraron contrarios al régimen fascista. El edificio de la primera mitad del siglo XX, fue destino de terroristas de ETA. Y de cinco dirigentes de Grupos Antifascistas (Grapo) llegados en 1978, que tardaron un año en idear su fuga y huir en 1980. La edificación de arena, piedras y cal facilitó la excavación de un túnel, junto a la obtención de material de bricolaje para talleres.

El director, Pedro Romero, fue destituido. Los motines en la prisión de Zamora fueron comunes, el último en 1989 terminó con los presos en los tejados y la toma de la cárcel por los GEOS de la Policía Nacional. Hasta el narcotraficante Laureano Oubiña pasó por sus celdas, allá por 1991. La crónica negra está plagada de miserias, demasiadas para tan poco espacio.