al grano

Los placeres ocultos del calor

La calorina ensancha nuestra identidad, nos pone al límite y congela un mundo lleno de problemas

Archivo - Un hombre bebe agua de una fuente durante una segunda ola de calor, a 23 de julio de 2024, en Madrid (España).

Archivo - Un hombre bebe agua de una fuente durante una segunda ola de calor, a 23 de julio de 2024, en Madrid (España). / Marta Fernández Jara - Europa Press - Archivo

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

El ser humano, contrariamente a lo que ocurre a la mayoría de las especies con las que convive, sí está diseñado para las situaciones límite. Es de hecho en esos momentos, en los que todo se afila, cuando damos lo mejor de nosotros. No sé si a usted, el que está leyendo esto ahora, le gusta correr por placer. Si es así seguro que ha comprobado que cuando está en plena carrera y llega el cansancio a galope, tiene las cosas más claras. Un ejemplo: un problema que tiene ahí enquistado, que parece irresoluble, es más fácil de gestionar cuando pone su cuerpo al límite. Es como si el cerebro actuara como un músculo más del cuerpo, se tensara y diera lo mejor de sí cuando asoma la patita el agotamiento. Eso que nos estaba agobiando de repente, zas, empieza a tener solución.

El verano es buen momento para comprobar que somos capaces de gestionar situaciones extremas. La calorina nos pone al límite. Nos cuesta dormir, notamos como respiramos, sufrimos tensión ambiental, pero aun así, en medio de esa nebulosa temperamental acalorada, encontramos cierto placer. En esas “entresiestas” donde se callan hasta los pájaros, revientan las costuras de las casas y valoramos los árboles y sus almas que protegen mínimamente nuestros habitáculos, es cuando notamos que se para el mundo, que casi nada hay más allá de nosotros: el calor consigue ensanchar nuestra identidad, alarga la —errónea, pero placentera— sensación de que somos la medida de todas las cosas.

No quiero yo con esto invitarle a que salga a la calle, que los golpes de calor son muy jodidos. Sí a que, protegido bajo techo, deje su mente en blanco. Notará como una sensación finisecular, de final de ciclo, como si la alta temperatura lo envolviera todo y nos despojara de nuestras obligaciones y miserias habituales, como si en ese momento no hubiera más que calor y que sobrevivir fuera el único reto, la única preocupación. Lo demás pasa a un segundo plano. En esa dejadez forzada es donde aflora esa pizca de bienestar, de placer casi imperceptible.

Sí, ya sé, ya, que usted está trabajando y no está para florituras o que prefiere gestionar la calorina con un sistema artificial de refrigeración o un simple ventilador (en este caso valdría igual lo anterior porque el abanico mecánico lo que hace es mover el aire caliente) y que pasa de exponerse a sensaciones raras. Bien. Lo único que digo es que hasta en el calor intenso se puede hallar cierto bienestar si de alguna forma se puede regular. Yo ahí lo dejo por si a alguien puede interesar.

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