al grano
Baba de caracol
Estrenar año invita a la reflexión: el camino siempre lleva a algún sitio
Días estos de arrastre, de baba de caracol. Cerrada la puerta de la Navidad, el solsticio de invierno coge velocidad y de repente zas, te das cuenta de que tu tiempo, el que importa, el de tu calendario particular, cerrado ya el de Pirelli, ha forzado la llave una tuerca más. Entrar en un nuevo año es sumar y restar, pero lo que duele de verdad, como escanda entre uña y carne, es descontar. Las emociones están tiznadas de rocío, tiritan por la cencellada y se ponen de punta cuando el viento saca a relucir su mala hostia.
Uno, no sé, está más sensible y se deja arrastrar por esos malos pensamientos que afloran y cogen velocidad, como los manantiales en invierno, de madrugada. Y eres más consciente que nunca de que no importa el cambio de almanaque, que es costumbre humana la de mudar su envoltorio como las culebras en primavera, que lo que atora de verdad es ese cansancio inconsistente que da el pasar tantas veces por los mismos sitios y que llega un momento en que ese tránsito ya no hace carne, que se repite lo que se vive y se vive lo que se repite sin que suelte poso. Será por eso por lo que los sucedidos cogen velocidad y te arrastran sin que lo notes, sin mancharte, sin soltar ni un pelo, ni una pluma.
Todo avanza en sexta por una autopista sin la competencia de otros vehículos. A tanta velocidad vas que no se ve ni el paisaje, que uno bastante tiene con sujetarse al asiento y pensar erróneamente que lo que importa es mantenerse prieto sobre la piel sintética que, de momento, está calentita, asido al cinturón de seguridad, que lo único transcendente es sobrevivir al instante, que lo que está por venir ya está casi escrito. No importa el hoy, menos el mañana. Lo que te conduce es el ayer y eso te genera un chorro de falsa nostalgia que inunda todos los conductos y te impide insuflar aire nuevo a tu propia existencia.
Y por un momento piensas que, claro, que eres fiel reflejo de donde vives, de que tu mundo está anclado, que esta Zamora que inicia un nuevo año tampoco anda sobrada de alicientes, que vive en la cara oculta de la luna y que la sombra de su existencia es dejarse ir, que la lleven a velocidad de vértigo por una autopista vacía, que ella bastante tiene con sujetarse al asiento de piel sintética, que su único afán es permanecer, que lo que está por venir ya está casi escrito y que no merece la pena andar cambiando párrafos. Así es.
Pero no. Miras la cara de un niño que se cruza en tu camino, como sonríe cuando le haces boberías y entiendes que quizás eso es vivir, imaginar que todo puede cambiar a mejor, aunque sea mentira; que todo es interpretable y que la baba de caracol es el rastro que deja la esperanza. Solo hay que seguirla y allí estará el tesoro. Puede ser.
Suscríbete para seguir leyendo
- El hijo de César Cadaval de 'Los Morancos' se sincera sobre su padre: 'Ya me da igual
- Abatido un descomunal jabalí en un pueblo de Zamora
- El original agradecimiento a la guía turístico de esta ciudad de Castilla y León: a boli y en una servilleta
- Mañueco, en la cumbre del PP: 'Queremos que los españoles no solo nos hagan ganar, sino que nos permitan gobernar
- Zamora, de nuevo plaza militar: ¿Para qué sirve Monte la Reina?
- Atentado' contra el patrimonio en el Parque Natural Arribes del Duero
- La villa de Zamora cuyo lago inspiró la obra de Miguel de Unamuno
- Encuentra 320 euros y los entrega: el curioso suceso de la Calle Villalpando