Al grano

El gurruño de lata, Pere y la luz

Un paseo por Zamora con ganas de tocar las narices

Jóvenes con latas de bebidas energéticas

Jóvenes con latas de bebidas energéticas / JORDI COTRINA

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

Estoy en Zamora capital. De vuelta a casa, tras trotar (o lo que sea) por los Tres Árboles, en la calle Diego de Almagro observo como un hombre mayor (más que yo), que paseaba junto a una mujer mayor (más que yo), da una patada a una lata de una bebida refrescante hecha un gurruño que dormía (o lo que fuera) sobre la acera. Entendí que lo hacía para evitar que los humanos mayores (como él, su pareja y yo mismo) tropezaran con el burruño. La lata machacada acabó en la calle, en el lugar destinado al aparcamiento de vehículos.

Aminoré el paso (dejé de trotar) hasta comprobar que la pareja había desaparecido de mi ámbito visual, me paré, cogí el envase "gurruñado" (¿se puede decir así?) y lo eché al contenedor de basuras, el convencional (inmediatamente empecé a dudar si no debería haberlo echado al de envases).

Dudas al margen, me sentí bien, acababa de hacer tres obras buenas: evitar que el hombre mayor (más que yo) se sintiera mal al corregir en su presencia lo que había hecho, impedir que la rueda de algún vehículo resultara dañada y quitar trabajo al basurero.

Pero inmediatamente me embargó el desasosiego. Había quitado de la circulación los restos de una lata machacada y puntiaguda. O sea que hipotéticamente había dañado al taller que arregla pinchazos de ruedas, que se quedaba sin un futuro cliente o varios, y además pensé que si todos los paseantes hicieran como yo, los basureros no tendrían trabajo e irían al paro, con un coste a asumir por todos los ciudadanos. ¡Qué mundo más complicado, verdad!

A los pocos metros descubrí una bolsa de patatas fritas vacía. No la cogí. Y pensé, influido por el edadismo, seguro, la habrá tirado un menor que presumirá de ecologista y reconvendrá a sus abuelos por no serlo. Y retorcí aún más el pensamiento: he aquí una bolsa que vale más que su contenido, ¿cuánto costará su reciclaje?, ¿acaso más que su valor de mercado?

Llegué a casa con dolor de cabeza y escuché lo que decía la radio. Me quedé a cuadros. La luz, la electricidad, claro, que no la luz, tenía en ese momento un precio negativo (o sea ¿que las empresas eléctricas nos iban a devolver dinero por consumirla?). No entendí nada. La aparente explicación es que había hecho mucho viento y la lluvia había subido el nivel de los embalses. ¿Y eso?

Pero hubo más. Resulta que un tal Pere Aragonès i Garcia (sin acento) estaba pidiendo en ese momento en el Senado la independencia de Cataluña. Y lo hacía sacando pecho, con orgullo, sin que nadie le preguntara sobre los motivos por los que quiere separarse y no vivir junto a los demás después de haber recibido, de forma prioritaria, las inversiones del Estado, el dinero de todos, durante décadas. ¡Qué mundo más complicado, verdad!