Al grano

Maldita (y bendita) lluvia

La voz deseada de Borges y la Semana Santa

Una persona con la bicicleta en una calle mojada de Zamora

Una persona con la bicicleta en una calle mojada de Zamora / Ana Burrieza

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

Ya ven hasta lo que no se puede evitar ni tan siquiera con la IA nos desune. Si lo inevitable fuera reversible no solo nos desuniría, nos enfrentaría. La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado, escribió Borges manchando el poema de nostalgia y elevó José Domínguez Muñoz, más conocido como "El Cabrero", a los altares del flamenco, cante que es hipérbole del sentimiento más enraizado y desarraigado.

Pero la lluvia real, no la de Borges que es una ventana abierta al pretérito en el que escucha a su padre que no ha muerto, no ha muerto (la repetición genial es de "El Cabrero"), junto a una parra de negras uvas en un cierto patio que ya no existe, es una cosa que todavía sucede ahora, ahora. Y hasta cuando cae la lluvia sin querer, como en este momento, limpia las cosas de hollín y las hace relucir, mientras los humanos se esconden, no sé por qué porque lo que deberían hacer es salir a la calle y abrir los brazos en señal de gratitud.

Pero somos así, seres que nos vestimos con emociones para tapar la desnudez que no ha muerto, no ha muerto. Y ahora, en Semana Santa, cuando conmemoramos el misterio irresoluble de la vida y el tránsito final inacabado, preferimos que no llueva porque no podemos manifestar ante los demás nuestra pasión, una pasión aireada que no airada.

Y es que la lluvia, que siempre es bendición, no lo olvidemos, debería ser algo que domináramos a nuestro antojo, a cada cual nos deberían dar la cuota correspondiente al lugar en el que vivimos y administrarla a placer. Que cada uno tuviera el interruptor preciso para dejar caer el agua cuando quisiera y donde quisiera. ¿Saben qué sucedería entonces?

Sucedería que nunca llovería porque jamás nos pondríamos de acuerdo en el agua que debería caer en los lugares colectivos, los que se suponen son de todos. O sea que, al final, es lo que sucede ahora, que llueve –muy poco por aquí– cuando le da la gana. Esto es, que deberíamos estar contentos cuando llueve, siempre pensando claro, que va a escampar.

El agua de lluvia es imprescindible para vivir; conmemorar el misterio irresoluble de la vida y la muerte, no, aunque es sanador hacerlo al menos una vez al año. Pero, claro, es una putada que llueva en Semana Santa y que castigue así, sin comerlo ni beberlo, a mucha gente que vive en sus aledaños. Otros, quienes viven del campo (¡ojo que todos comemos del campo!), se alegran.

El poema de Borges termina así, léanlo y reflexionen, por favor: "… la mojada/ tarde me trae la voz, la voz deseada/ de mi padre que vuelve y no ha muerto". Solo por versos así (y por mil cosas más), bendita lluvia, aunque sea a destiempo. Y perdón a los "semanasanteros".

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