No me digan que no les pasa, que no se han sentido muchas veces invisibles, que no han tenido la sensación de que en su trabajo, en sus relaciones sociales, de pareja, de familia, de amistad, no han tenido el reconocimiento que ustedes creían que se merecían.

Seguro que habrá por ahí algún estudio que corrobore todo esto (siempre hay un informe de una universidad cualquiera para un descosido interesado, porque eso son la mayoría de los estudios que se encargan, el envoltorio reluciente de la idea egoísta, a veces bastarda, que se quiere universalizar).

Los humanos somos espejos convexos, donde los demás congéneres se reflejan de forma cóncava, de tal manera que los que miran solo ven imágenes distorsionadas de los otros, y los que son observados solo muestran una parte de sí mismos. En todo caso, Platón lo planteó mucho mejor que yo; lean a sus exégetas y lo entenderán.

Lo que quiero decir es que así, con esta rémora visual y sensorial de partida, es casi imposible centrar la realidad en sus justos términos y pasa lo que pasa, que todos nos sentimos un poco calimeros (serie italiana de dibujos animados de los años setenta del pasado siglo que vio medio mundo), víctimas de los demás, pollitos negros que se consideran marginados y pisoteados por quienes campean a su alrededor.

Aquí, en Zamora, nos han dado tantos sopapos que nos hemos graduado en victimismo y hasta le hemos sacado su aquel positivo a la frase “mientras sube y baja el palo descansan las costillas”. Pero nuestro victimismo está justificado: no hay nada más que mirar a nuestro alrededor, ahora que ya ni árboles tenemos; no así, pienso, el de los nacionalistas e independentistas de una y otra ralea que es egoísta y supremacista. Vale.

Donde quiero llegar con toda esta larga -y farragosa- introducción tan poco ilustrada es a valorar como algo extraordinario cuando alguien distingue lo que has hecho. Y tal es el grado de reconocimiento que te parece exagerado y hasta injusto por desproporcionado.

Me acaba de pasar a mí: la Fundación Caja Rural de Zamora se ha equivocado y me ha concedido, claramente sin méritos, el Premio Provincial a la Defensa del Mundo Rural por no sé qué periplo vital, por estar pegado siempre a la raíz; ya ven, lo más fácil, lo más natural, lo propio de quien nació en medio de una besana recta como una caña, ahora torcida y agostada. En la vida también pasan cosas bonitas: gracias, muchas gracias.