El sector agrario, no lo olvidemos, siempre ha sido víctima propiciatoria (sí, sí, aquella que era sacrificada para obtener el beneficio de los dioses) del martillo pilón de los avances sociales. Los cambios en los sistemas productivos, que han posibilitado el desarrollo como ahora lo entendemos, han dejado muchos muertos y heridos en las cunetas. La foto amarilla de la masacre muestra, en primer término, una legión de agricultores y ganaderos panza arriba.

Siempre ha ocurrido así: el campo ha sido utilizado como moneda de cambio. La revolución industrial del siglo XVIII se hizo a costa del sacrificio de los labriegos y aquí, hace nada, el pago por el ingreso de España en lo que hoy se llama Unión Europea, se acordó hipotecando el futuro del sector agropecuario (el ejemplo de la producción láctea y el maíz es sangrante y asesino). Y todo a coste cero (y a nadie se le ha caído la cara de vergüenza). El campo ha hecho grandes y crecientes las ciudades a costa de ofrecer su barriga a los buitres.

Pero nunca como ahora el succionador (ríase usted del satisfyer plus) había alcanzado tanta potencia. Al campo le están robando sus arrestos, pero también su alma. El sector se ha convertido en marioneta y centro de experimentación de avanzados y leguleyos. Le están robando sus manos, pero también su cabeza. Ya nada depende de lo que ocurre en las besanas, sí en los despachos, sí en los parlamentos donde se sientan gentes de pensamientos ¿avanzados?

El campo zamorano volverá el próximo miércoles, 2 de marzo, a tomar Zamora con sus tractores. Motivos para la protesta sobran, incluso para utilizar los arados de desfonde contra esos que están empeñados en conducir la vida de los demás sin respetar su existencia y sus pensamientos. Nunca como ahora el futuro del sector había sido tan chato y exiguo.

La tabla reivindicativa se resume en una petición: un plan de choque urgente. Pero uno, que se ha leído a fondo todos los puntos, echa en falta el que resumiría todos los demás: el campo exige dignidad. Esa debe ser la pancarta de letras más grandes, un grito desesperado para evitar que los que no distinguen el trigo de la cebada (ni les importa) decidan el destino de los sembradores de grano tras una “brainstorming” (tormenta o lluvia de ideas) bien regada. Hartico está uno de idiotas.