Menuda papeleta: Mañueco (o Casado, o el sursuncorda) convocó elecciones autonómicas para arrimar el ascua a su sardina y escenificar la muerte de Ciudadanos en beneficio propio, seguramente antes de que lo quitarán de en medio con una moción de censura, y las urnas le han devuelto una charca agitada donde es imposible bañarse por riesgo (cierto) de ahogamiento.

Primera campanada: no parece muy democrático argumentar que Mañueco se equivocó al adelantar los comicios y pensar que era mejor la situación anterior, o sea mantener a Ciudadanos en el poder cuando, como han ratificado las urnas, no tenía apoyo electoral que lo justificara.

Segunda campanada: el PP ha ganado con el mismo número de votos con el que perdió hace dos años, el PSOE se ha estrellado , aunque con más pérdida (proporcional) de procuradores que de sufragios, Vox se ha disparado, seguramente impulsado por miles de votos que fueron del PP hasta hace nada, partido este último que, a su vez, se ha beneficiado de los restos del naufragio de la formación que lidera Arrimadas; y los partidos uniprovinciales, de filosofía nacionalista y regionalista, han engordado con el apoyo de quienes están en contra de los nacionalistas catalanes y vascos.

Tercera campanada: Vox, que se mueve como pez en el agua en las sombras de las esquinas y alardea de una estética chusca y chulesca, exige ahora entrar en el Gobierno regional, cuando su raíz es públicamente antiautonomista. Casado no quiere pactar ni a tiros con el partido de Abascal para no regalarle a Sánchez la foto más borrosa de la Plaza de Colón, a pesar de que sabe que nunca será presidente del Gobierno si no lo hace. El PSOE (salvo el polémico Óscar Puente) rechaza abstenerse en la investidura de Mañueco, lo que supone renegar de su ideario de evitar que Vox entre en el gobierno de las instituciones, reeditando la patente “sanchista” del “no es no”.

Cuarta campanada: el PSOE se pone muy digno en la defensa a ultranza de un cordón sanitario para aislar a Vox, mientras pacta (ese es el gran alimento del partido de Abascal) sin remordimientos con quienes vocean su odio a lo español, o sea con los supremacistas independentistas catalanes y vascos (las relaciones con Bildu son, además, de juzgado de guardia). Por cierto, de ellos serán los fondos europeos y nuestra, la despoblación.

Y quinta campanada (porque no caben más): el arco político español, es evidente, debe estar a medio hacer porque tiene ultraderecha pero no ultraizquierda.