El ministro Garzón, lenguaraz e ignorante de las cosas de comer, ha pinchado con una punta de clavar cabrios el neumático de la campaña electoral en Castilla y León y ha provocado un vendaval de improperios mucho más sonoro que el cuesco de una vaca con tripa suelta, ¡quién le mandará a él hablar de lo que no sabe! Se ha vuelto a liar (ahora en declaraciones a “The Guardian”) con lo de la ganadería, que si extensiva, que si macrogranjas, que si no sé lo que es la cría intensiva, que si calidades de la carne. Vamos, un caos, que da miedo. Con ministros de Consumo así ya puedes tú invertir en Marca España. Sánchez, lacónico y cobardica, lamenta las declaraciones y punto, que el chuletón ya está churruscado. Mientras, medios de comunicación afines a la causa intentan blanquear las palabras del susodicho hasta con un análisis semántico; ¡tiene bemoles!

En definitiva, que ya está aquí la campaña electoral del 13-F y que el que más chifle, capador. Mañueco ya ha dicho que la Atención Primaria rural quedará blindada y los centros de salud abiertos, con presencialidad asegurada.¡Ahora sí, ya veremos! De aquí hasta el día de san Benigno vamos a escuchar de todo. Hemos empezado fuerte con eso de que “Castilla y León quiere volver a ser el faro que ilumina España para cambiar la política como Aznar” (declaraciones de Mañueco a El Mundo). ¡Hombre, tiempo ha tenido el PP para mantener encendido el faro, pero, claro, como cuesta tanto la electricidad, hay que ahorrar!

Quiero decir que nos van a abrasar con mil promesas electorales cocinadas a la parrilla en los gabinetes de comunicación. Y de este afán no se va a librar ni dios, que derecha, izquierda, centro, ultraizquierda y ultraderecha van a sacar la lengua a pasear, ya verán. Prometer no cuesta nada y sale gratis porque los incautos electores lo compramos todo, que estamos acostumbrados a los baratillos.

Pues, oye, que no. Que deberíamos exigir que los programas electorales de las formaciones y partidos políticos fueran presentados ante notario, para así, cuando después no cumplan, exigirlo legalmente o, al menos, pedir explicaciones formales, ¡que basta ya de que nos tomen el pelo hasta a los calvos! Cuando alguien va a unos comicios con un ideario y después no lo cumple (o, al menos, no justifica el incumplimiento), debería ser inhabilitado para gestionar la cosa pública. Lo mismo que Garzón, claro, que tirar piedras sobre su tejado no lo hace ni quien asó la manteca.