La madre y la abuela enarbolan una pancarta casera. Dice: “Bienvenido a casa”. El padre graba el momento. Una adolescente nerviosa, seguramente la hermana, completa la escena que ocurre en la estación de tren de Zamora. La madre suelta la pancarta y se agarra al hijo. Lo abraza como si no hubiera un mañana. Lo besa, lo achucha. La abuela, la hermana y también el padre hacen piña para notar el calor del hijo. Se aprietan hasta hacerse daño. Hay lágrimas, emoción, palabras ininteligibles, de garabato, esas que pronuncia el alma cuando la voz no sale. Una mujer y un hombre, cansados y pegados a una maleta, contemplan el momento. También se emocionan porque entienden: acaban de llegar de Ámsterdam de ver a su hijo, donde trabaja perdido entre bicicletas. Lunes, 13 de septiembre de 2021, segundo año de pandemia. Hay rumores de tormenta y huele a tierra mojada.

Lo más triste, que ya apenas quedan jóvenes, que el efecto caracol nos está matando

Ocurre que los expatriados –y los emigrantes en general- vuelven de vez en cuando a su tierra, pero casi nunca para quedarse definitivamente. Van y vienen y en ese trajín van dejando un reguero de esa identidad que le dio el nacimiento y la familia. La rama zamorana se engancha por ahí y se va quedando hecha jirones en las esquinas de otros soles. ¿Tienen culpa los expatriados por marcharse? No. La culpa –si es que hay culpa- es nuestra por haber sido incapaces de construir el ámbito en el que asentar su futuro. Lo más triste, que ya apenas quedan jóvenes, que el efecto caracol nos está matando. ¿Qué podemos hacer?

Patear, quejarnos, protestar, trabajar y exigir a quien tiene la potestad de distribuir las mimbres, eso es lo que podemos hacer. Mantener encendida esa llama que ha prendido en los últimos meses y convertirla en un volcán. Hay que decírselo muy claro a los políticos que nos representan en las instituciones: no vale con agachar la cerviz ante la decisión de sus compañeros en Madrid o Valladolid. Ellos, los políticos de aquí, deben luchar por esta tierra y oponerse públicamente a las decisiones que la perjudican, aunque las tomen gobiernos de su mismo color. ¿Y si no lo hacen?

Hay un runrún en la calle cada vez más audible. Ya empieza a escucharse en plazas y “mentirotes”. Pon el oído: “Si los partidos convencionales no hacen nada por esta tierra, habrá que crear otros”. No es saludable abrir las compuertas que comprimen los populismos porque hay peligro de inundación, pero si quien tiene que tomar decisiones no las toma... Aviso para navegantes.