Es lo que tiene cuando te haces mayor, que te da por hacer cosas raras y tú lo sabes. Es como si quisieras demostrarte que por ti no pasa el tiempo, pero sí pasa, vaya que pasa. El primer aviso viene siempre en forma de invisibilidad. La gente joven, y mucha ya de cierta edad, no te ve; pasa a tu lado y como en Madrid, es como si no existieras, si no te apartas es que te llevan por delante. Y ahí andas tú, perdido en tu mismidad flácida, dándote cuenta de que ese mundo que tú creías que estaba ahí, palpitando, se ha subido a otras ramas, las tuyas ya están mustias y se empiezan a resquebrajar.

Te da, es un decir, por apuntarte a una carrera de fondo, bueno, tampoco tanto, que ya no está el horno para bollos, y ya ni de fondo ni de medio fondo, pongamos 10 kilómetros, por ejemplo la prueba que organizó el Club Deportivo Atletismo Zamora el domingo para dar carnaza a los despojos del medio maratón (que nadie se enfade, por Dios). Te preparas por encima, que si se fuerza la máquina en el entrenamiento ya no corres, que si el sóleo, que si los isquiotibiales (en inglés, hamstrings, que queda muy bien, que hablar en anglo es de “modelnos”), la hernia, la próstata, la vesícula, lo otro y lo demás allá. Bueno, que tienes que cogértela con papel de fumar los días previos porque si no no hay carrera.

Te pones a correr sintiéndote ya con el estigma de veterano mayor de... un porrón de años. O sea, invisible, ya no cuentas en las clasificaciones de relumbrón. No puedes salir de los primeros, claro, porque si no te dicen: “...Oiga, por favor, no se ponga delante, que usted no va a salir a competir y estorba...”. Y tú te acuerdas de la madre que los parió. Sales de los últimos y cuando todavía no llevas ni dos kilómetros empiezan los gemelos (de la pierna, no es que haya dos corredores iguales) a tocar las narices. Y notas también que, oye, como si tuvieras ganas de mear, pero no es cuestión de hacerlo tras una esquina. A aguantarse tocan.

Entre dolorico y dolorico, soportas como puedes los tres cuartos de hora de rigor y llegas a la meta corrido y sudado como una bayeta de fregar. Es el único momento de la mañana en que piensas que sí, que merece la pena el esfuerzo. Antes y después, no. La mayoría del tiempo piensas que quien te mandará hacer cosas tan raras.

Y ahora, que quieres irte de vacaciones, te empiezan a hablar de check-ins, tourist package y la madre que los parió y todavía más perdido. Y es que es jodido hacerse mayor. Andas como en el limbo, a tu bola. Y los demás lo saben, vaya si lo saben.