¿Han mirado al campo con ojos sin moscas? Está bellísimo. Abril con agua es como una siesta de sombra de acacia en julio: pleno gusto. Abran la mirada y se dejen llevar por la limpieza de estas tardes de lluvia boba que se cuelan en la memoria como el amor bien hecho. Dejen la mente en blanco e intenten acolchar sus pensamientos. Así. Queda solo el paisaje de verdes intensos, amembrillados por vetas amarillas, casi ambarinas, en un marco que huye de lo fatuo. No hay nada más, nada menos. No hagan fotos, déjenlo, miren…

Lejos quedan los cordones sanitarios mentales y de los otros con los que unos y los de enfrente golpean con vesania al contrario. ¡Qué afán tienen los humanos por parcelar lo que no es suyo! Madrid no es más que una venilla azulada en las manos callosas de un corpachón de sueños que revolotea por ahí, buscando su destino, y que jamás podrá regresar a Ítaca. Déjenla estar, que no es nada.

Esto, lo de ahora, lo de aquí, no nos lo pueden quitar. Sí lo harían si pudieran venderlo en el mercado, pero no pueden, no saben. Esta tranquilidad, preñada de naturaleza, es un baño de bañera aderezado con manteca de karité. Escuchen: por allí, entre los terrones del barbecho solitario, canta encelada la alondra, es un trino de amapola, algo chillón, bisílabo que, de madrugada, se funde con el trisílabo pal-pa-lá de la codorniz; al fondo parpan de mala leche los patos cuando abandonan asustados sus nidos líquidos y ligeramente azulados, como la sangre real. Llueven suspiros y la tierra, lubricada y abierta, se deja preñar por la vida.

Necesitamos abril para mantener despiertos nuestros sentimientos más humanos. Que no taponen lo que nos mantiene enhiestos. Que la quiebra que nos rodea no nos doble, cerrándonos la salida. Tenemos que ser capaces de mirar lo que tenemos enfrente y ponernos el mono de desbrozar para que la podredumbre no nos cierre la salida que da entrada a lo que existe sin tener que pedir permiso; exudemos solo lo que nos hace peores.

Agoniza abril y alborea, altivo y brillante, mayo el presumido. No dejemos de mirar por la ventana. Mejor, salgamos de casa. Lo que se ve cura todos los males. El espectáculo no cuesta nada y, de momento, no nos lo pueden quitar. La belleza es nuestro clavo ardiendo. De eso, ellos no saben, no contestan.