2021 nieva en los telediarios en un intento del sistema de tapar la intemperie de miedo que no nos deja respirar desde hace muchos meses. La otra noticia es la de las fiestas ilegales y descerebradas que llenan garajes y edificios de la espuma más visible de la idiotez. La pandemia está haciendo aflorar lo peor de la sociedad. ¿Cómo es posible que haya gente que se cisque en el sentido común y se pase horas y horas de juerga, en el orgasmo de la estulticia, sin respetar normas ni emociones, con la mascarilla tapando la razón y la ventana abierta a la necedad más absoluta? Qué asco. Puros imbéciles.

Qué asco. No hay explicación desde la razón de Descartes. Solo se entiende si venteamos este mundo global y analizamos con lupa el poso que queda en el cedazo. Vivimos en una sociedad sin referentes éticos, donde solo tienen valor los derechos (los propios, claro), el postureo y el consumismo. Tanto consumes tanto vales y si lo que compras es de marca, mejor que mejor, te ponen alfombra roja para que te reboces. Por eso hay quien no se puede pasar unos días sin comprar alegría en frascos, je, je, aunque ponga en riesgo la salud de los demás. “Total, lo único que ejercemos son nues-tros-de-re-chos”. Con dos pelotas. A los de los demás, que le den.

¿Y cómo cambiamos esta situación, la del que “yo lo valgo” y el otro es una “puta mierda”? Difícil lo tenemos los que todavía creemos en el humanismo. El imbecilismo social no se resuelve de la noche a la mañana, contra eso no hay vacuna ni fármacos efectivos (por cierto, hablando de medicinas, y saliéndome del tema, ahí va una pregunta: ¿por qué las grandes compañías farmacéuticas han invertido en vacunas y no, o al menos no con la misma intensidad, en lograr un remedio parcial que aminore la gravedad del covid?).

Solo la educación en (buenos) valores podría hacer que el mundo sea más vivible y el horizonte abra al color la panza de burro. Lástima que en este país esté a punto de entrar en vigor una nueva ley educativa que solo gusta a la mitad de la población. Es la octava normativa aprobada sin consenso. Una pena y un síntoma claro de que también muchos políticos que van de dignos se ciscan en el sentido común y se refugian en la estulticia (sí, sí, otra vez la palabrita) del sectarismo (y no me refiero solo a los que han aprobado la Ley Celaá)

Que 2021 nos salve de la miseria moral y la bajeza de los que solo miran para un lado (y no, no me refiero a los estrábicos).