Somos muy dados a los extremos, nos gusta vivir en las esquinas, protegidos por paredes conocidas, rugosas, pero familiares. Día de la Constitución 2020, imaginemos que un viajero del otro extremo del mundo, que no conoce este país ni a sus gentes, aparece en España. Mira, ve, habla con unos y con otros; lee, ve y oye todos los medios de comunicación, ¿qué pensaría?

Aquí andan a matarse y si no lo hacen es porque son conscientes de que los dos bandos están al cincuenta por ciento y no hay muchas posibilidades de victoria, acabarían aniquilándose. El Gobierno llega a acuerdos con quienes quieren cambiar el orden establecido y socavar los cimientos del Estado, al que echan una mano para que pueda contar con presupuestos de los que (ellos) se van a beneficiar más que nadie (por eso apoyan, claro).

La oposición conservadora, que se supone tiene en la Constitución su bandera más visible, también anda dividida, buscando un liderazgo único, cada vez más difícil y sin decir claramente al PSOE, el partido más votado (poco más de un 15% del censo electoral), aquí estamos, queremos gobernar conjuntamente (con vosotros, los socialistas) sin imponer nuestro programa electoral, solo lo que exige la Carta Magna.

Un tercio del país quiere independizarse porque una parte de sus políticos cree que los ciudadanos que los han elegido van a vivir mejor fuera del Estado español. Estos dirigentes no tienen para nada en cuenta que su bienestar actual se debe al resto de España, a las gentes que han llegado de otros territorios, que se han empobrecido porque han ofrecido sus ahorros y sus hijos e hijas a cambio de nada. Su primer objetivo es arrinconar una lengua, la tercera más hablada en el mundo.

Lo más triste es que no se ve horizonte posible que pueda hacer estallar esa polarización porque los que apoyan a los distintos bandos admiten sin pestañear los errores de sus dirigentes con tal de que no se impongan (los políticos) del bando contrario. Y mientras tanto el edificio del Estado se sustenta en la deuda pública, que engorda y engorda.

El viajero se queda en España el menos tiempo posible para no contagiarse de COVID y cuando se va en el avión con destino al otro lado del mundo, su compañera de ventanilla le oye decir: “Esto tiene poco arreglo”.