Dicen que en época de crisis es cuando más cerca se está de cambiar el mundo (para bien y para mal, se entiende); pues qué más crisis que esta que nos está robando la alegría, el tiempo y hasta el disfrute de la compañía, que a este paso solo nos vamos a poder reunir con el perro ¿y el gato?, no que también se contagia. Pues eso, que ahora o nunca, que es imprescindible hacer de la necesidad virtud y romper amarras, que esta tierra de nadie necesita como el comer un horizonte donde haya más claros que nubes, que si no la pandemia del simple vivir nos va a sacar del mapa y nos va a poner en la intemperie de una amanecida de marzo, con una helada negra de aquí te espero (homenaje al centenario del nacimiento de Delibes, que también se ha diluido en el virus).

Zamora será lo que quieran los zamoranos, frase, por cierto, desteñida de tanto “silabearse”, pero verdadera como lo es la maldad del tiempo, que siempre va a peor. De una vez por todos debemos aprender la lección, de forma presencial o telemática, me da igual: nadie va a cambiar el destino de esta provincia, solo lo pueden hacer sus propios moradores. Zamora está cada vez más cerca de la muerte porque sus hijos e hijas cada vez son más viejos y sus nietas y nietos se van a trabajar fuera, donde van a morir sus vástagos, que solo recordarán de esta tierra “aquella semana de agosto en la que hizo tanta calor..., y ¿quién se murió?”.

Olvidémonos de políticos, gobiernos, iberdrolas, nacionalismos insolidarios y malsanos, fábricas que nunca nacieron, afrentas históricas y hasta de deudas de toda la vida, olvidémonos de todo aquello que acelera los pedales del victimismo, magma en el que chapoteamos día a día (yo a la cabeza: el burro primero para que no se espante) y saquemos a relucir eso que tenemos afilado desde pequeños, la capacidad de sufrimiento, de ir hacia adelante aunque sea por caminos repletos de zanjones.

Ahí va un reto: aprovechemos la pandemia para cambiar esta tierra, para sacar lo que llevamos dentro, retengamos a nuestros hijos, démosles trabajo, vamos a pensar en positivo, volvamos a engancharnos al futuro y a mirar al cielo despejado. Ya, ya, dirán ustedes, y después cantemos cogidos de la mano aquello de “qué buenas son las hermanas ursulinas...”. Pues eso, que la vida es complicada.