Hay días que tienen la barriga gorda, de hartarse de emociones. Hay días que huelen a lo que saben las fresas que no se venden en las tiendas de frutas. Hay que días que nos quitan y nos ponen. Nos quitan la costra acumulada de la distancia y nos ponen la infancia a culo pilindrín, para que no haya ropa que enjugue los sudores. Esos días los estamos viviendo ahora, cuando nos han robado las fiestas de San Pedro y nos han devuelto por decreto la capacidad de sentir. Días de reencuentros, de andar por casa: la casa de siempre, la que todavía tiene en una esquina junto al armario grande una letra temblorosa y sin cuerpo de boli azul, días de abrazos interruptus, de vomitar recuerdos sobre palanganas de distancia.

Padres con hijos, hijos con padres, hermanos con hermanos?, cuando los viajes no necesitan de vehículos dolientes para llegar al corazón, donde rompen las flores del día de la madre, las corbatas del día del padre, los confeti de los cumpleaños, las lágrimas de las ausencias, las primeras borracheras, cuando afloran entre risas los secretos que son el vivir. Llegados unos de lejos, los otros con el traje nuevo de la espera eterna, todos hemos roto el protocolo dibujado en un despacho amorfo, levantado sobre ficus de papel y nos hemos abrazado con fuerza, aunque sin juntar nuestras caras para no herir al compañero, carne de nuestra carne.

Se rompió el confinamiento y los que estaban lejos abrieron las aldabas de la separación para volver al útero donde descubrieron que, a veces, es mejor romper el pasado para hacer con los añicos los cristales invisibles del porvenir. Zamora ha vuelto a ser como nunca tierra de acogida, de regreso de hijos pródigos, de lágrimas envueltas en recuerdos. Nos han abierto la puerta de los sueños, esa que hemos ahormado con ventanas de suspiros, y hemos acabado irrumpiendo por los bocarones de antaño, los que llenaban los pajares de grano volandero.

El tiempo despejado ha vuelto a ser por unas horas el horizonte amarillo donde vive el presente. Zamora ha roto su cascarón de crisálida eterna y se ha tornado hidra de sentimientos. Mañana alumbrará el sol cabrón de julio y lo agostará todo en un instante. Y entonces volveremos a soñar con que alguna vez se rompa el confinamiento eterno en el que nos tienen recluidos. Los días de cáscara azul retornarán a su ser, al de almendra agridulce.