Necesitamos respirar, sentir que hay un mañana y que la primavera no se va a ir del calendario. No podemos vivir todo el día en negro, tenemos, por necesidad, que avanzar hacia los claroscuros. Si esto dura muchas semanas, si las noticias negativas se acumulan en la mochila que llevamos en la espalda, acabaremos reventando. Vamos a clarear las paredes, abrir la ventana y tomar el sol durante unos minutos.

China ya ha conseguido revertir la situación y acaba de enhebrar varios días sin contagios. Wuhan, la zona cero, empieza a salir a la calle. Lo que fue una ciudad, un país enfermo, se ha convertido en centro de producción mundial de útiles contra el mal. De las crisis se sale con paciencia y con medidas.

Cuando toda esta pesadilla se acabe nuestro mundo será mejor. Nos habremos dado cuenta de lo que de verdad importa. Valoraremos a las personas en su justa medida y también las profesiones que ejercen. Respetaremos nuestras leyes porque son las que nos dan una garantía de supervivencia y aquellos que ponían por delante sus intereses se darán cuenta de que lo más importante es la vida compartida y el respeto, que no hay que engrandecer lo que nos diferencia sino lo que nos une.

Esta semana vamos a alcanzar el pico máximo de la curva de la enfermedad y después iremos poco a poco descendiendo de la montaña hasta llegar a la normalidad. Entonces será el tiempo de las celebraciones. Llegará la vacuna y el coronavirus pasará a ser una gripe más.

La crisis económica estallará y habrá quien trabaje para que sea lo más agresiva posible. Pero la mayoría, mucho más cauta, utilizará sus colchones para amortiguar el impacto. Recursos económicos hay de sobra para que todos vivamos bien. Solo falta organización y sentido común. Por cierto, si algo ha puesto en evidencia el virus es que se ensancha mucho más en las ciudades mastodónticas.

Bendito sea el humano que es capaz de soñar cuando más truena.