Miedo. A casi todo. Nunca, seguramente, la sociedad global, los colectivos, los grupos familiares han tenido tanto miedo. Es el miedo a perder ese estado de falso confort en el que nos han instalado. Todo el mundo pide cambios pero, de verdad, nadie los quiere. Virgencita, virgencita... Es lo que tiene esta vida, que la gastamos sin usarla no siendo que... Este estado de transición permanente convive con la insatisfacción y el temor a lo desconocido. Saber más nos hace mucho más vulnerables, los abismos se multiplican a nuestro alrededor, así no hay quien duerma tranquilo.

Estamos ahora en una de las escenas centrales de la obra "El miedo que nos mata". El coronavirus, como hace nada la gripe A, los pollos con dioxinas o las vacas locas, nos tiene en el aire. Cuando de salud se trata no valen las medias tintas, todo se desborda. Qué viene la peste negra, sálvese quien pueda. Es un ataque en la línea de flotación de nuestra -aburrida- cotidianidad. El miedo a enfermar nos puede acabar matando, no se necesita que el mal nos toque, el pánico es la ola que más corre hacia la roca. El Ibex está constipado y ha escupido de golpe 20.000 euros que se han evaporado entre las miasmas.

Miedo. Los agricultores y ganaderos no se fían de la Comisión Europea ni de los gobiernos de sus países. Tanto los han engañado, que hacen bien en no fiarse. La PAC se inventó para intervenir el campo, para agarrarlo por los cataplines. Podemos aflojar ahora un poco la presión, pero la presa va a seguir atada a los ramalillos.

Miedo. Zamora se desangra por la herida de la despoblación y no hay cataplasmas en las farmacias. El Gobierno no quiere usar el BOE para curar el mal. Sí que lo utilizó para provocarlo. Aquí ya nadie se fía de nadie, tampoco de quienes ahora quieren hacer lo que nunca hicieron.

Miedo pusilánime. Andan los mentores de una gastada y discutida iniciativa televisiva echándose las manos a la cabeza porque Estrella Morente, la hija del profeta, se la ha metido doblada con los versos a favor de la tauromaquia de un poeta filocomunista. Es lo que tiene, que la libertad de expresión solo vale para unos, los que se creen amos de la razón.