Dicen que el alma humana pesa 21 gramos (la diferencia que plasma la báscula tras soportar la geografía del ser vivo y muerto, ¡nunca he sabido quien hizo la prueba en el laboratorio, qué ya son ganas!), pero que uno sepa lo que no se ha medido nunca es la densidad de otras almas, que aparte de las humanas, las hay, claro que sí. Para mí, por ejemplo, el alma del vino tiene alas de plomo y está pegada siempre a la tierra. No se anda nunca por las ramas y su halo es el reguero que deja en la viña y en la bodega. El vino no es solo ese líquido sin fronteras que apacigua males, taponando espitas por donde se escapan las emociones, y abre zarceras para ver la claridad del día; no solo es eso, es mucho más: es la excusa para hacer aflorar un mundo de realidades intangibles que tiene cordón umbilical y une lo que ya se fue con lo que está por venir.

El alma del vino pesa un cántaro de sudor, el que mana de la fuente que alimentan con canecos viticultores y vinicultores a lo largo del año. La cepa siempre está ahí, perdida entre la tierra de guijo, bermellona, y solo a partir de abril da señales de vida. Entonces se pone pinturera y se da la vuelta: saca de abajo lo más brillante, lo más verde. Pronto irrumpirán los racimos, de sabor herbáceo y desgarbados al principio, dibujados con divina proporción después, tras el envero. En unos meses se hace el milagro y lo que no era nada, se convierte en el todo. Esa es el alma del vino, jeribequeada en zarcillos que crecen como la espuma, y que bebe en el esfuerzo de cultivadores de la vid y bodegueros.

Que nadie crea que el vino nace en una botella de perfección áulica. Es fruto del esfuerzo de viticultores y vinicultores, muñidores del milagro gracias a su dedicación. Ellos prestan el alma al vino, la bebida más natural que existe, la única protegida por dioses propios, enamorados de la vida.

PD. Valga esta reflexión como reconocimiento público a viticultores, vendimiadores y bodegueros que están pasando ahora su particular rubicón, los días más fastos y nefastos, que de todo hay en la viña del señor, del año.