Aunque no venga al caso, tengo que decirlo: no me creo la declaración de actividades y bienes de los ediles del Ayuntamiento de Zamora. ¿Y qué? Y nada. Dicho queda. Pero hoy, cuando el verano gordinflón, maduro y achacoso, ha vuelto a salir a pasear, toca hablar de otra cosa. El nuevo curso, en todos los sentidos, no solo el educativo, ya asoma la patita. Y es tiempo de aventar el poso que han dejado los meses de estío, cuando esta provincia de Dios, respira a pulmón abierto y recupera el resuello para la larga travesía del otoño y del invierno que está ahí, a tiro de piedra.

Otra vez las actividades culturales han sido el humo más visible en la provincia. Aparte de las programaciones festivas, donde el tachintachín es obligado, la agenda ha sido amplia y de calidad. Ha habido de todo. Y bueno. Y variado. Solo unos pocos ejemplos (y no tienen por qué ser los más relucientes): Little Ópera, Pablo Milanés, Rozalén, Carlos Núñez, Castulo, Antonio Carrión... Actuaciones que quedan en la memoria de los zamoranos de aquí y de allá, momentos de encuentro y de compartir emociones, lo que une, lo que hace patria.

¿Y a qué viene todo esto?, dirán ustedes. Pues a que quiero destacar que la cultura sigue siendo un arma cargada de futuro (perdonen el venial cambio en la frase de Gabriel Celaya) y que Zamora capital y la provincia en su conjunto deberían aprovechar mucho más. Zamora tiene mimbres para convertirse en referente cultural nacional durante los meses de verano. Muy bien nos vendría a los zamoranos utilizar este recurso como atractivo turístico y para llenar la provincia al menos dos meses al año. Es posible. Solo falta una pequeña coordinación entre instituciones. Y programar con cierto sentido. Y, claro, destinar más presupuesto. No me digan que la imagen no tiene fuerza: Cultu (ra), Natu (raleza) y Patri (monio) de la mano, las tres amigas sonriendo sobre el mapa de Zamora.