Magnífica idea parece la del Ayuntamiento de Fuentesaúco, Quesería La Antigua, Caja Rural y Festivales con Encanto de organizar entre el 30 de agosto y el 1 de septiembre el I Festival del Queso de Castilla y León. El certamen nace con la pretensión de ensalzar un producto que debería ser, incluso más que el vino, el emblema de esta comunidad autónoma y, desde luego, de la provincia de Zamora.

¿Y por qué debería ser el queso la bandera de esta tierra? Pues porque en este alimento se funden -nunca mejor dicho- la cultura pastoril y la tradición artesana que ha hecho posible una agroalimentación con sello de calidad propio, al margen de los reconocimientos oficiales. El queso encierra un alma nacarada que aún recuerda la grandeza de esta tierra, basada en un monopolio: el de la oveja merina con su manantial de blanca ambrosía y ese vellón de espuma dorada que dibujó la geografía de los trajes que utilizaron los más poderosos de Europa.

El queso debe ser alfa y omega de Zamora y de Castilla y León. Y si es verdad que ya empieza a hacernos visibles en muchas partes de España y del mundo, debería ser aún hito más alto, farallón de abolengo, el campanario de la agroalimentación de la región más grande y con más historia de Europa.

Cuando metemos en la boca una tajada de queso de esta tierra estamos degustando el sentir de una forma de ser, de una manera de entender el mundo: un poco lánguida, siempre sabrosa, con matices angulados repletos de sabores de antaño, pero más limpios, más abiertos a la luz de un tiempo que busca, de sombra en sombra, la transparencia. Magnífica idea parece que Fuentesaúco reivindique la grandeza del queso de esta tierra. Y que lo cante a los cuatro vientos. Ensalzar la magia de lo nuestro siempre honra. Necesitados estamos de que nos canten y de que nos coman por ahí. Qué sepan a qué sabemos: a la dulzura de un tiempo espinado.